Por: Aldo Mariátegui
Perú21, 24 de mayo del 2022
“La salida de Boluarte es un ‘game-changer’, pues significaría que la Presidencia de la República pasaría directamente al titular del Legislativo de ser vacado Castillo”.
– Por más que el abogado eternamente oficialista Omar Cairo lo sostenga, Dina Boluarte ya lleva plomo en el ala y su inhabilitación como vicepresidenta y ministra debería proceder sin problemas en el Congreso, pues la Constitución es absolutamente clara en cuanto a delinear incompatibilidades. Podrá parecer excesivo que pierda ambos puestos por no haberse apartado de la gestión de un club departamental, pero pregúntenle nomás al exalcalde limeño Múñoz lo que le pasó con Sedapal. La salida de Boluarte es un ‘game-changer’, pues significaría que la Presidencia de la República pasaría directamente al titular del Legislativo de ser vacado Castillo y de allí iríamos directamente a elecciones generales.
– Entre tanto maremágnum, no debería pasar desapercibida una reiterada y muy seria denuncia de Perú21: prosigue el copamiento de prefecturas y subprefecturas por parte de Perú Libre y el Movadef, lo que pone en control de estos extremistas unos resortes importantes de poder en provincias y en un año de elecciones regionales y ediles.
– Me escribe un amigo culto y cinéfilo: Vi ‘Un mundo para Julius’. Creo que fuiste generoso en tus comentarios. Una basura: aburrida, sosa, mediocremente actuada, con un exagerado y poco sutil mensaje antioligárquico de los 60, más todo lo que además escribiste. El cine peruano está hecho para limitados intelectuales: o ves la risa fácil con gags sin clase o somníferos antisistema semi-intelectualoides. Y Natalia Sobrevilla yerra cuando sostiene que incido en que ella y la directora del engendro provienen del colegio San Silvestre por sentir yo que ellas han cometido “una traición de clase”. ¡No, por allí no va! Lo recalqué porque, más bien, percibo en esa visión tan ideologizada del film una especie de revancha personal de ambas contra lo que les representó existencialmente estudiar en un colegio pituco, sobre todo en el caso de quien fue la becada allí (la directora). Es que el resentimiento social está muy a menudo detrás del rojerío.