Las discusiones sobre la emergencia popular y las nuevas clases medias han llegado para quedarse y, posiblemente, terminarán transformando todo el sistema político y cultural del Perú. ¿Cuál es la gran novedad de los debates del siglo XX y los de inicios del XXI? ¿Los asuntos constitucionales, la igualdad ante la ley, los sistemas electorales, república y ciudadanía, estatismo versus mercado y otros? En estos temas no hay nada nuevo bajo el mismo sol que nos alumbra desde los albores de la República. ¿Dónde, pues, está la novedad? En la emergencia popular, que ha transformado un país de ciudades costeñas con minorías criollas, en otro que ha convertido a Lima en la principal capital mestiza y andina del Perú.
Las corrientes comunistas, izquierdistas y populistas se han hecho trizas no por un gran debate ideológico sino, sobre todo, por la emergencia popular que aborrece al Estado que, desde la Colonia, suele cobrar impuestos sin entregar servicios. A veces el encono antiestatal es tan visceral que una de las regiones con más empresarios populares del país (Puno) termina votando con los radicalismos anticentralistas. Si nuestro sistema político se hundió como en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y si Toledo, García y Humala atacaron “el neoliberalismo” en sus respectivas campañas electorales, ¿por qué persiste el modelo de mercado? ¿Por qué no caímos en la órbita chavista? Pues, por la emergencia popular. Solo basta llegar a la cúpula más alta de la casa de Pizarro y contemplar el mundo popular para entender que se provocaría una insurrección en los mercados de Villa El Salvador, El Agustino, San Juan de Lurigancho, Puno, Huancayo y Gamarra si a alguien se le ocurriera establecer controles de precios, prohibir importaciones o cancelar los mercados de las nuevas clases medias.
En el Perú, el sector privado y la sociedad son tan grandes y tienen tanta potencia que el Estado y la política se han convertido en apéndices: pueden trabar, pero no bloquear. Como dirían algunos profesores de izquierda, tan inclinados a la originalidad, somos una sociedad “mercado-céntrica”, “empresario-céntrica”.
De allí que los políticos y los intelectuales desplazados suelen desdeñar la emergencia popular. Algunos la califican de masa de “cachueleros”, otros de “pragmáticos sin conciencia” o de “virtuales iletrados”. Olvidan que, en las sociedades que alcanzaron el desarrollo, también hubo minorías privilegiadas que enfrentaron emergencias, migraciones de campesinos y pioneros fundadores, pero en Inglaterra y Estados Unidos, por ejemplo, la emergencia se representó en una élite política y cultural que creó la democracia occidental. También allí eran cachueleros, pragmáticos e iletrados, pero de esos sectores nació todo: los propietarios, los ciudadanos, la democracia y el mercado.
Hoy, si García, Keiko y Humala tienen vigencia política, solo es por una razón: no le dieron la espalda a la emergencia popular. Pero la escasa popularidad y los niveles de rechazo de los tres líderes mencionados solo se explica por otra razón: no logran representar a esa emergencia popular. Se está volviendo un lugar común señalar que hay un divorcio entre el fracaso de la política y el éxito de la economía. Quizá una explicación apropiada sería establecer que el divorcio se explica porque los partidos, el espacio público y la cultura no pueden representar a la emergencia popular.
Publicado en El Comercio, 7 de octubre de 2013