Por: Sergio Muñoz Bata, Diario “El Tiempo” de Colombia, GDA
El Comercio, 6 de noviembre de 2019
Cuando oigo el clamor de la facción más delirante de la izquierda latinoamericana ante el triunfo de los peronistas en Argentina, la fraudulenta reelección de Evo Morales en Bolivia, la protesta indígena en Ecuador y sobre todo la revuelta chilena contra el gobierno de Sebastián Piñera, augurando el regreso de la marea roja a los gobiernos del subcontinente americano, pienso en la frase del estadounidense H.L. Menken: “Para cada problema complejo hay una respuesta clara, simple y equivocada”. Una explicación precisa del desaliño mental con el que los acelerados califi can situaciones que demandan pausa, análisis sereno y un lenguaje riguroso.
Considere, por ejemplo, las declaraciones de Miguel Díaz-Canel, argumentando que el regreso del peronismo a Argentina era una derrota al neoliberalismo. ¿Se habrá enterado de que el resultado de la elección indica que Argentina es un país dividido? ¿Sabrá que los Fernández tendrán una oposición robusta en el Congreso? ¿O creerá que los argentinos quieren vivir en un régimen como el cubano, donde no hay oposición, no hay partidos políticos, no hay prensa libre, y “todo el país” vota a favor del Estado policiaco?
¿Puede alguien en su sano juicio pensar que el fraude electoral de Evo Morales significa que el continente entero marcha hacia la izquierda autoritaria?
Insertar la revuelta chilena en una rebelión de la izquierda transcontinental unifi cada para convertir el país más próspero de América Latina en una caricatura de Estados fallidos, como Venezuela o Nicaragua, es no entender nada.
Afortunadamente para Chile, para el resto de las Américas y para la izquierda pensante, hay estadistas como el socialdemócrata Ricardo Lagos, que analiza con serenidad y autocrítica la preocupante situación en la que se encuentra su país.
En Chile, desde que los votantes botaron al dictador de forma democrática, la izquierda ha gobernado 24 años y la derecha, seis. Son 29 años en los que el poder adquisitivo de los chilenos subió mucho más alto. Se redujo la pobreza de 40% a 10%, y se eliminó la pobreza extrema. Evidentemente la convivencia no ha sido fácil, pero se ha progresado mucho.
El problema, como bien señala Lagos, es que ese 30% que salió de la pobreza empezó a plantear nuevas demandas a las que pronto se sumaron las de la clase media, y que el Estado no ha podido satisfacer.
La tarea pendiente en Chile no es fácil porque se ha venido acumulando durante varias décadas. Ahora, todos los chilenos, de izquierda y derecha, deben trabajar unidos para perfeccionar su sistema democrático y regular su sistema económico para hacerlo más equitativo. Pero entendámonos bien, Chile no es Argentina, ni Bolivia ni mucho menos Venezuela o Cuba.
–Glosado y editado–