Entrevista a Frederick Cooper, Arquitecto
El Comercio, 14 de julio de 2021
Cumplidos 80 años, el prestigioso arquitecto y docente acaba de lanzar el número 300 de la revista “Arkinka”, lo que en el Perú resulta una personal épica.
El número 300 sugiere épica. Si se me permite la hipérbole, impulsar una revista de arquitectura a lo largo de 25 años resulta un batallar tan intenso como resistir a los persas en el paso de las Termópilas. Para su director, Frederick Cooper, alcanzar la edición tricentésima de “Arkinka” produce satisfacción, pero también cierta frustración. En efecto, este último título le genera sentimientos encontrados: la reivindicación del esfuerzo editorial por un lado, pero también el desaliento por el desdén de arquitectos que no leen. “Mis colegas son 23 mil”, dice Cooper lamentando que resulte tan difícil asegurar nuevas suscripciones para la revista que dirige desde 1996.
La revista alcanza el número 300 desafiando la indolencia gracias a la pasión vocacional que caracteriza a Cooper y su equipo de colaboradores. En esta edición, “Arkinka” nos trae reportajes sobre dos arquitectos estrella: el español Santiago Calatrava y Norman Foster (no precisamente santos de la devoción de Cooper ); un especial sobre casas diseñadas por colegas latinoamericanos y un reportaje arqueológico dedicado al asentamiento inca de Pirca Pirca en Yauyos.
—Este número 300 de “Arkinka” abre con dos artículos dedicados a Santiago Calatrava y Norman Foster. ¿Cree que hay un repliegue en la atención que años atrás se dedicaba a los `Starchitects’, los arquitectos estrella?
Ha habido un repliegue, de hecho, aunque ellos sigan creyendo que realmente influyen en la creación de las ciudades. Los casos de Calatrava y de Foster son distintos. El primero tiene una enorme popularidad, pero es también un gran sinvergüenza. Es un hombre que ha equivocado por completo los fundamentos de la arquitectura. Foster, por otro lado, es mucho mejor que Calatrava, pero ha sucumbido ante el dinero.
—¿Por qué?
Foster tuvo una trayectoria muy respetable, pero asumió una empresa de dimensiones colosales. Resulta imposible tener 500 proyectos en ejecución y ser consciente de todos. Él aporta su nombre y con ello convirtió su arquitectura en un producto de consumo. Las estrellas de la arquitectura creen que todavía influyen en el desarrollo de sus sociedades, pero la verdad es que han perdido la noción de la realidad.
—De Calatrava, la revista dice que es “admirado por políticos y multitudes pero detestado por sus colegas”. ¿Por qué esta división? Porque Calatrava no hace edificios, hace es culturas melosas. Descubrió que haciendo estas obras singulares, extrañas, exóticas, podría generar un mercado. Un edificio no es lo mismo que una escultura habitada. Un edificio es una construcción que debe servir para que la gente viva más confortablemente, para que las ciudades operen de una manera más eficiente, para que las comunidades se integren de manera armoniosa. Lo que hace Calatrava es distorsionar todo esto al crear alicien te sauna frivolidad lejana a esos valores. Por estos caprichos de edificios de grandes costillares y guiños góticos, alcanza cifras inaceptables y promueve con ellos la corrupción a dimensiones escandalosas. La arquitectura es el arte de construir, no el de esculpir.
—Lo curioso es que muchas ciudades, por sentirse modernas, querían un diseño de Calatrava…
Así es, como todos los ricos en el Perú querían un cuadro de Szyszlo en su sala para sentirse ricos. No sabes la cantidad deg entequen o conocía aG od y y me pedía que hablara con él para conseguirle un cuadro. ¡Y con rebaja además! Es lo mismo: desde que Frank Gehry introdujo la idea que el Museo Guggenheim de Bilbao podía constituir el emblema de una ciudad, los estados y las municipalidades creen que teniendo un Calatrava sus ciudades adquirían un atractivo excepcional.
—¿La crisis económica en la primera década del milenio hizo pasar de moda la figura del `Starchitect’?
No ha acabado. Hay, por lo menos, unos treinta arquitectos en el mundo que siguen siendo estrellas. Y China se ha convertido en el gran hervidero de esa forma de estrellato. Lo que ha desaparecido es el prestigio que hace un siglo tuvo el estrellato. Le Corbusier, por ejemplo, era una estrella importante y a la vez trascendente.
—La segunda parte de la revista aborda proyectos mucho más ligados a la escala humana, desplegando diseños de casas en Latinoamérica. ¿Cómo ves esa sintonía entre los proyectos de arquitectos de la región? América Latina tiene hoy arquitectos de primerísima línea. Lamentablemente, las clases dirigentes de la sociedad latinoamericana son mucho más proclives a dejarse influir por la arquitectura del estrellato decadente a la que me he referido. Ninguno de ellos está en la competencia por el estrellato. En el Perú, si nuestros arquitectos pudieran desplegar lo que saben en el espacio público, estaríamos contando otra historia. Pienso en Alexia León y Lucho Marcial, por ejemplo (arquitectos del Museo Nacional de Historia). Gente de primerísimo nivel. Como ellos, te señalaría veinte arquitectos peruanos de talla internacional, mucho más conocidos en el extranjero que en el Perú. ¡Pero tenemos un colegio de arquitectos tan indecente como nuestro Parlamento!