Por Fernando de Trazegnies, Profesor Principal de la Facultad de Derecho de la Pucp
El Comercio, 23 de enero de 2018
Hoy se cumple el mes del fallecimiento de una peruana ejemplar cuyo recuerdo nunca debe olvidarse sino, por el contrario, es una lección de la forma cómo se debe constituir la base de la construcción de la familia y de la historia patria.
Se trata de Ysabel Larco de Álvarez Calderón, a quien las personas más cercanas llamábamos Chabuca.
Chabuca fue una persona excepcional que dedicó su vida al Museo Larco –creado por su padre– y al Señor de los Milagros, sin olvidar el enorme afecto que tuvo por sus hijos, a quienes educó dentro de una línea de trabajo y de amor por el país que los vio nacer.
Dando el ejemplo de peruanidad, y con un sentido intenso de colaborar en la grandeza del Perú desde todos sus ángulos, Chabuca luchó y consiguió que se aceptara formalmente el voto femenino. No cabe duda de que este fue un paso adelante muy importante y fundamental en la democracia peruana y en la historia política de nuestro país.
Fue también una apasionada creyente del Señor de los Milagros, a quien dedicó mucho tiempo y amor; no solo en octubre, sino permanentemente durante todo el año, como una colaboradora entusiasta de las Madres Nazarenas.
Un aspecto fundamental de su vida fue la conservación y la ampliación del Museo Larco. Siendo una mujer de avanzada, trabajó desde los 18 años hasta el día de su muerte. Y lo hizo mejorando cada vez más ese museo que hace revivir en forma extraordinaria a nuestros antepasados preincaicos, particularmente a los del norte del Perú.
Era impresionante ver cómo todas las mañanas Chabuca se aparecía en el museo, ocupaba su escritorio y tomaba las decisiones del caso. Todo ello lo hacía con el calor propio de la familia como de la peruanidad. Muchas veces recibía en su oficina a algunos visitantes, bajo una enorme pintura de su padre –el fundador del museo– quien observa un huaco que sostiene en la mano. Los extranjeros y peruanos que visitaban el museo quedaban muy contentos porque, como decían muchos de ellos, los bienes históricos no estaban acumulados descuidadamente, sino que se mostraban con perspectivas muy claras que permitían conocer más intensamente lo que fue el Perú prehispánico.
Chabuca era una mujer de trabajo incansable que, además, supo aprovechar las cualidades de sus hijos. En los últimos años, su hijo Andrés tomó bajo su cargo la conservación y administración del museo, aunque ella siempre se mantuvo como la autoridad suprema.
Chabuca era una persona muy especial. De joven, su familia fue propietaria de la hacienda Chiclín en Trujillo y también de otro cortijo vecino llamado Salamanca, en el que se criaban toros de lidia. Es así como hay fotografías de Chabuca, muy joven, toreando animales importantes.
Obviamente, es imposible describir en todos sus aspectos a una persona con una vida tan intensa como Chabuca. Si queremos resumir su imagen, podemos decir que fue una mujer de mucho carácter, amante de las cosas bellas, con un gusto exquisito, muy elegante y viviendo en una casa que denota su afición por el arte pictórico.
En resumen, debemos lamentarnos porque hemos perdido a una persona con carácter, una mujer culta e inquieta que quería conocer y saber de todo… ¡y que lo lograba!