Por pasarse de astuto, los dioses griegos condenaron a Sísifo a cargar un pedrón hasta la cima de una montaña, de donde rodaba hacia abajo, y él debía cargarla de nuevo. Eternamente. ¿Es el sino del Perú, por culpa de los gobernantes que elegimos?
Si logramos reunir en Lima al World Economic Forum, el ícono más prestigioso del liberalismo, ¿usted habría esperado ese preciso momento para decir a los inversionistas, políticos y académicos visitantes que su gobierno añora el Estado grande y empresarial, y que ha llegado la hora de retroceder hacia una «actitud de equilibrio» (al gusto presidencial) para que el Perú «se encuentre consigo mismo» (¿nacionalismo vía empresas públicas?)? ¿Cómo explicar un desatino tan inoportuno? Entre las declaraciones contradictorias ofrecidas por ministros y parlamentarios para divertir a nuestros huéspedes, preferiría la versión optimista del ministro Castilla. Pero cómo creer que un economista brillante tenga que esperar una rigurosa evaluación para saber que adquirir los activos y pasivos de Repsol es una inversión perdedora, y que el solo hecho de admitir que está en estudio desencadena preocupaciones y deteriora la confianza; preciado sentimiento que, como la cima de Sísifo, es tan difícil de conquistar como fácil de perder.
¿Cómo entender el infantil empecinamiento de resucitar las reliquias empresariales de la ruina velasquista? El Gobierno no puede ignorar que esa arbitrariedad enfrentaría una acción de inconstitucionalidad que con certeza perdería, a menos que tenga el plan escabroso de acudir a la utilería chavista para instalar asambleas constituyentes y liquidar oposiciones parlamentarias, aprobar constituciones a la medida y asegurar reelecciones indefinidas.
El Gobierno ha hecho confluir esta inoportunísima preocupación con el anuncio de que traerá a miles de médicos cubanos que se sumarán al ejército castrista de educadores y entrenadores deportivos que anida en el Perú (¿unos 10,000? ¿Quién les paga?) gracias a los acuerdos de nuestra vicepresidenta cuando visitó La Habana en los albores del gobierno humalista.
Son demasiadas coincidencias en temas cruciales:
- Resistencia a desarrollar nuestra minería –extraordinariamente diversificada y responsable.
- Inoperancia de la consulta previa para inversiones mineras y energéticas, y sometimiento a la voluntad de los antimineros. Ellos y el Gobierno son corresponsables de que el Perú haya desperdiciado un momento ideal para concretar cuantiosas inversiones, ahora menos viables por el entorno internacional.
- Indefiniciones en política energética, y atraso de inversiones en hidrocarburos, infraestructura para canalizar el gas y generación hidroeléctrica.
- Golpes a la pesquería, justo cuando debería compensar la caída de las exportaciones mineras.
- Entrega de la supervisión portuaria a la Marina y obligatoria participación de Enapu en inversiones portuarias privadas.
- Inflexibilización de la política y la legislación laboral.
- Servicio militar obligatorio, clientelista y de inspiración chavista.
- Política exterior sin convicción, carente de creatividad y obsesionada por quedar bien con todos.
- Y un «orden» público en que Gobierno e infractores de la ley ignoran el imperio de la autoridad que caracteriza al Estado de Derecho.
Petroperú, Sedapal y Enapu deben ser eficientes antes de ser promovidas. Y el Presidente debe comprender que el concepto «Gobierno» proviene de la necesidad social de contar con una autoridad que garantice orden y paz en la sociedad, asegurando la prestación de servicios que están fuera del alcance de los individuos: seguridad; defensa; justicia; regulación de la libre competencia, el mercado y la igualdad de oportunidades; saneamiento; salud; educación; gestión macroeconómica para el crecimiento; obra pública; y defensa del medio ambiente.
No le pedimos más, pero tampoco menos.