En economía social de mercado y democracia liberal
Jaime de Althaus
Para Lampadia
La presidenta Dina Boluarte advirtió en un discurso dado hace unos días en un evento por el día de las Mype, que “aquel maestro que use sus horas de enseñanza en generarles ideología o política a nuestros niños estará entrando en un proceso administrativo para que se le pueda retirar de las aulas de clase”. Y agregó que los profesores deben tener “la capacidad pedagógica y no política o ideologizada, donde tengan que confundir la mente de nuestros niños. A los profesores se les paga por enseñar pedagógicamente sus materias y no políticamente sus materias”.
Es posible que este anuncio haya sido motivado por el desfile de niños de primaria en Azángaro, Puno, en el que se entonaban cánticos contra la presidenta. Pero el asunto en realidad es más profundo que esa manipulación coyuntural condenable producida en el contexto de una lucha política.
Como es sabido, el magisterio público en el Perú ha estado dominado desde hace décadas por el SUTEP de Patria Roja. Y Patria Roja tiene una ideología claramente marxista-maoísta. Recordemos que el propio Sendero Luminoso empezó su infiltración a través del magisterio en Ayacucho. Ahora mismo el organismo generado más importante del neosenderista Movadef es el Fenate, sindicato de maestros que fue reconocido por el gobierno de Castillo y que le disputa al SUTEP el liderazgo magisterial.
Lo cierto es que en los últimos 40 años una proporción sin duda no desdeñable de maestros ha transmitido en las aulas una interpretación de la realidad nacional basada en esa ideología, y lo sigue haciendo. Para nadie es un secreto la importancia de la educación en la formación del Perú como nación y en la viabilidad misma del país. La educación pública es la gran formadora de la cultura nacional, es decir, del sistema de creencias y valores que integran (o desintegran) a la nación.
Y es particularmente importante en un país que era predominantemente rural y andino hasta la década del sesenta del siglo pasado. Recién en el censo de 1972 la población urbana pasa adelante, gracias a las masivas migraciones. Pero esa misma población migrante en las ciudades mantiene valores comunales y familiares, aunque lamentablemente instrumentalizados para formar argollas o grupos de captura de espacios en una sociedad que, precisamente, nunca logró integrarse. La altísima informalidad es la mejor prueba.
La educación nacional fracasó en crear una cultura integradora. En una sociedad tradicional y premoderna como era y sigue siendo en alguna medida la peruana, creencias locales y valores religiosos y de reciprocidad parental mantenían unida a las comunidades o a grupos sociales relativamente pequeños y autocontenidos. Pero cuando se establece un mercado y una sociedad nacionales, es la educación pública la que cumple la labor de infundir una cultura nacional integradora, que haga que los futiros ciudadanos se sientan parte ya no solo de sus comunidades locales, sino de la comunidad nacional.
El problema es que esa nueva cultura, esa creación cultural nacional, se ha dado dentro de los cánones de la cosmovisión marxista. No necesariamente en los textos, pero sí en las aulas. Lo que se transmite allí es que hay clases y empresas opresoras, que la democracia puede ser la dictadura de la burguesía o de los poderosos, y que el mercado es una forma de expoliación.
El problema es que la visión de la economía como un juego de suma cero, donde lo que ganan unos lo pierden otros, corresponde a lo que era la economía tradicional auto consumista en las comunidades rurales del Perú. En una economía precapitalista que no crece, solo se puede crecer a costa de otros. Calza perfectamente con la ideología de la lucha de clases, donde los ricos se enriquecen a costa de los pobres. Eso es lo que se infunde. Y coincide con la experiencia tradicional.
Pero el mercado es todo lo contrario. En el mercado solo se puede crecer si los demás crecen. Entonces, la creación de una cultura integradora nacional debe partir no solo de los valores patrióticos y de los héroes y símbolos nacionales, sino de entender qué implica una economía social de mercado, que supone una experiencia radicalmente distinta a la tradicional. El mercado es el integrador por excelencia, y sus valores son los del esfuerzo, el conocimiento y la meritocracia. Eso debería calzar con la experiencia del emprendedor heroico que sale adelante sobre la base de su sacrificio personal y familiar.
Se requiere de un programa de capacitación a los maestros en economía social de mercado y en los valores implícitos en una democracia liberal. Empresarios por la Educación y otras organizaciones deberían procurarlo.
Lampadia