Melba Escobar, Diario “El Tiempo” de Colombia, GDA
El Comercio, 25 de setiembre de 2024
Érase una vez un matrimonio feliz. Él era visto como un buen vecino, un padre querido, un esposo leal. Años atrás se instalaron en un pueblo al sur de Francia, Mazan, a 40 kilómetros de Aviñón. Pero el hombre tenía un secreto oscuro que salió a la luz cuando fue visto grabando bajo las faldas de una mujer en un supermercado. ¿Ya saben de quién hablo? De Dominique Pelicot, así es. El mismo que durante más de una década ofreció a su mujer a otros hombres para que la violaran mientras él filmaba cómo lo hacían.
Sabemos esto porque Gisèle Pelicot, quien durante años creía estar teniendo comienzos de Alzheimer por los olvidos constantes que padecía por cuenta de las drogas que le suministraba su esposo, decidió asumir el peso emocional y psicológico de un juicio público. Para que todo se sepa, y porque “la vergüenza tiene que cambiar de bando”. La frase mencionada es la misma frase que otra Gisèle, en este caso Gisèle Halim, tunecina, rebelde, mencionó cuando en los 70 representó como abogada defensora a las mujeres violadas Anne Tonglet y Araceli Castellanos.
Entonces Gisèle Halim pidió que el juicio se hiciera público con el fin de llevar a un debate nacional la violencia contra las mujeres y hacer de ella un asunto político. El juicio público contra los violadores tuvo la condena más alta que había tenido lugar hasta entonces en Francia.
Por segunda vez, casi 50 años más tarde, otra heroína francesa de nombre Gisèle convierte el vejamen en dignidad. La frase que pronunció bien podría ser el emblema de la lucha feminista, pues son millones las mujeres que en distintas partes del mundo se niegan a denunciar los abusos sexuales de los que son víctimas por vergüenza. ¿Vergüenza de ser violentadas? ¿Vergüenza de ser objeto de un acto monstruoso?
Apuesto a que Gisèle Pelicot habría preferido no mediatizarse y seguir siendo la madre de tres hijos de un matrimonio que suponía feliz. El hombre que llevaba a sus hijos al colegio, al que amaban y respetaban como figura paterna, resultó ser el autor de las monstruosidades más inverosímiles.
Lo sucedido nos recuerda, una vez más, la importancia de que la vergüenza cambie finalmente de bando. Como mujeres, tenemos la obligación moral de compartir nuestro relato personal como acto político, como gesto de respaldo a las Gisèle que nos preceden y a las que nos sucederán. Y nos recuerda también que la gente común puede cometer los actos más siniestros en la oscuridad y que las personas no siempre son lo que parece.