Por: Erik Fischer Llanos, Presidente de ADEX
Gestión, 9 de setiembre de 2019
Hasta hace poco, el optimismo oficial insistía que la economía peruana crecería 4% este año. De pronto, los titulares de los diarios decían que nuestro desempeño económico era más pobre de lo esperado y ahora los pronósticos apuntan a un crecimiento inferior a 3%.
La evidencia estadística de largo plazo nos dice que la economía peruana creció a una tasa anual promedio de 6% entre el 2001 y el 2012 y que en los siguientes 6 años crecimos solo en 3.6%. Este año estaremos cerca de ese promedio.
Similar patrón se identificó en los 90. Entre 1991 y 1997 avanzamos a una velocidad promedio de 6.8%; pero entre 1998 y 2001 crecimos lentamente, a una tasa de 1.3% por año. Es evidente que no pasamos por una situación coyuntural; por el contrario, hacemos frente a problemas estructurales que requieren de una alta capacidad de decisiones para generar cambios profundos.
Traslademos estas preguntas al desempeño de un automóvil. Normalmente, si queremos aumentar la velocidad solo pisamos el acelerador, pero, si a pesar de hacerlo, el auto no acelera, entonces lo llevamos a mantenimiento; y si ello no es suficiente, tendremos que hacer una intervención mayor, bajar el motor o cambiar de auto.
Eso es lo que sucede con la economía peruana. Hay quienes creen que solo es cuestión de acelerar: un poco más de gasto público, una rebaja en la tasa de interés y listo. Lo cierto es que eso ayuda poco y que los patrones analizados nos dicen que debemos ir al taller.
A inicios de los 90 y en los primeros años de la década pasada se tomaron decisiones trascendentales que le dieron un fuerte impulso a la dinámica económica. En términos simples, la reforma económica primero y las negociaciones de acuerdos de libre comercio después, antecedieron a la aceleración económica.
Pero la estadística muestra que la fuerza aceleradora de esos dos factores se agotó con el paso del tiempo. Nos compramos un auto modelo 1991 y lo usamos 12 años, luego pasaron 7 años más y el motor ya no daba más. La crisis política que se vivió entre 1999 y 2001 nos obligó a seguir usando el mismo auto soportando serios problemas económicos. El restablecimiento de la institucionalidad nos permitió comprar un ‘auto nuevo’ y nos hizo avanzar muy bien hasta el 2012. El rendimiento de su motor ha bajado desde entonces, ya debimos haber cambiado por un modelo más moderno.
No podemos negar que las condiciones políticas e institucionales no son las mejores para tomar decisiones complejas, pero tampoco podemos ignorar que en la era de los grandes cambios las demoras al decidir tienen un alto costo económico y social.
Como empresarios queremos creer que la crisis política actual es la antesala inevitable de los cambios que necesitamos para ser un país moderno. Esperamos que los políticos asuman esa responsabilidad. Pero, también tenemos el derecho de decir que la economía no puede esperar, las inversiones no pueden caerse, las exportaciones no pueden perder mercados y las empresas deben seguir generando empleo.
El Gobierno, en especial el Ejecutivo, debe tomar decisiones claves. El presidente Martín Vizcarra busca adelantar las elecciones y nos preguntamos: ¿cuál es su plan para lo que queda de su mandato? ¿Qué medidas impulsará para encaminar al país rumbo al crecimiento?
Los Juegos Panamericanos nos dan el mejor ejemplo de lo que necesitamos. En medio de la crisis se construyó lo que parecía imposible, el éxito del evento cayó a escépticos y pesimistas, se atendió bien al visitante y se proyectó una buena imagen del país.
Si aplicamos todos los factores de éxito de los Panamericanos al Plan Nacional de Infraestructura que presentó el Gobierno, lograremos dejar atrás el estigma de la corrupción, impulsaremos la actividad económica y avanzaremos en el cierre de una de las brechas de competitividad más graves del país. Que la crisis no se convierta en caos. Tomemos decisiones.