César Peñaranda
Gestión, 11 de abril de 2016
Uno de los temas de preocupación y debate a nivel internacional y nacional, en nuestro caso en especial por el proceso político, es respecto de cuán equitativa o inequitativa es la distribución de los ingresos que genera la economía, la que tradicionalmente los economistas miden utilizando el coeficiente de Gini, que va entre cero y uno. Cuanto más cerca a cero más equitativa y a uno, más inequitativa.
El Perú los últimos años ha tenido una ligera mejora, de 0.50 (2007) a 0.44 (2014), pero aún el coeficiente es alto reflejando elevada inequidad en la distribución de los ingresos, que determina la urgencia para algunos de reducirla, pues aducen que pocos se llevan un porcentaje alto de los ingresos, mientras la mayoría accede a un porcentaje menor.
Frente a esta posición es relevante calificar lo que esto determina y, por tanto, la prioridad que debe tener en el diseño de la política económica. Puede darse el caso de un país desarrollado, del primer mundo, sin pobreza extrema y mínima pobreza global y un ingreso per cápita alto, que tenga un Gini similar al peruano, como es la situación de EE.UU. con un Gini de 0.41, a la par con el caso nuestro, que tenemos cerca de 23% de la población en pobreza (7 millones de personas), con poco más de 4% en condiciones de pobreza extrema (1.3 millones) y con un ingreso per cápita que representa un tercio del mínimo de un país del primer mundo.
En ese contexto, se torna prioritario para el país desarrollado propender a reducir la inequidad (entre “ricos”), mientras para el Perú lo relevante es reducir primero la pobreza, eliminar la extrema y subir los ingresos, para lo cual lo prioritario es crecer a tasa alta de manera sostenida, pues no tiene sentido buscar mayor equidad a este nivel (entre “pobres”). Más aún, puede que al inicio en un país como el Perú ello conlleve, como dice el economista Kuznets, a mayor inequidad, pues los agentes económicos de altos ingresos pueden optimizar la mayor dinámica económica mientras el resto deja la condición de pobre o inicia un alza progresiva de sus ingresos. Lo relevante al final es obtener la meta de eliminar la pobreza extrema, reducir la pobreza global e incrementar el ingreso per cápita, para luego en este escenario distinto buscar progresivamente mayor equidad.
Esto último nos lleva al concepto que considero más pertinente que el de la distribución de ingresos, me refiero al de la distribución de oportunidades, que significa propender hacia mayor equidad proporcionando a todos los ciudadanos la oportunidad durante su vida inicial, en la edad de formación, de tener acceso a salud y educación de calidad a fin de disponerlos para que puedan generar sus propios ingresos y/o acceder a un empleo adecuado. Esto determina una mejor distribución de ingresos. Es importante tener presente que una mayor o menor equidad de ingresos está afectada por la distribución patrimonial inicial, factor que siempre hay que tener en cuenta.
Surge además con base en este análisis otra razón potente por la cual debe otorgarse prioridad en los programas de gobierno en general y el económico en particular al capital humano vía la salud y educación. La atención especial al factor humano no solo garantiza mayor y mejor productividad-competitividad sino que a su vez conlleva ingresos más altos dentro de una más equitativa distribución de los mismos. La prioridad y secuencia de atención de los problemas es central en materia de política económica; el caso de la distribución de ingresos y pobreza lo evidencia. Lampadia