Cuando la democracia funciona lo hace aplicando la inteligencia de la realidad, no la de las mayorías ni el número. Al fin y al cabo, ese menos malo de los sistemas como catalogó Churchill a la democracia no es más que un medio, y no un fin en sí mismo, para el logro del bien común de una nación.
Cuando en un país como el nuestro 8 de cada 10 jóvenes trabajan sin beneficios laborales cuesta mucho trabajo entender cómo es posible que todos los políticos pesos pesados candidatos a las presidenciales del 2016 se rasguen las vestiduras y quieran ahora derogar la ley de empleo laboral en otra demostración lamentable de banana politics.
Si tomamos como base el éxito alcanzado por normas similares en países como Alemania con su ley Hartz que después de unos años de aplicación catapultó a ese país a la vanguardia de Europa, entenderemos menos porque tanto joven inteligente le pone en bandeja a oportunistas de la CGTP y activistas como Claudia Cisneros la posibilidad de salir de la insignificancia política.
Como dijo el ex ministro Carranza en reciente artículo, el exceso de regulación termina afectando al mercado, y lo destruye perjudicando paradójicamente a aquellos a quien intentaba proteger. Los peruanos hemos aprendido esa lección pero parece que no nos hemos dado cuenta de eso en el mercado laboral.
Finalmente, el privilegio que tenemos los peruanos de gozar de un bono demográfico es otra razón por la cual la ley debe mantenerse tal y como fue aprobada en un congreso que ya no sorprende por querer dar marcha atrás, y normarse para su final aplicación. De acá al 2035 la demografía jugará a favor del Perú pero esto deberá complementarse con adecuadas políticas públicas de fomento a la capacitación laboral como lo hace ésta ley que pone a disposición 600 millones de soles para dicho fin.