Helen Hamann, antropóloga
Para Lampadia
Esta es la foto publicada en El Comercio el día de hoy sábado, 19 de agosto, de los jóvenes actores del acto terrorista en Barcelona. “Eran más de diez. Tan jóvenes y fanatizados como inexpertos.”
Aquí no quiero hablar de los terroristas y sus horribles actos de irracionalidad y agresión. Sino de otro tipo de irracionalidad y agresión.
Toda persona razonable y con dos dedos de frente sabe cuán vulnerables son los jóvenes y niños a la influencia de adultos en especial cuando estos se encuentran en posiciones de autoridad y prestigio. Así es que no es de sorprender que los niños se vean aún más vulnerables frente a sus propios padres y a la influencia que estos puedan ejercer sobre sus convicciones, visión de la vida y sobre todo su identidad personal.
Nadie tiene el derecho de recriminar o discriminar contra adultos que por voluntad propia deciden cambiarse de sexo. Esa es su prerrogativa como individuos racionales e independientes, precisamente porque su acción es voluntaria y esta no perjudica a ningún otro individuo.
Pero que padres aprueben y fomenten el transgénero en niños menores de edad, me parece una aberración moral y un abuso de poder sin paralelo. La mayoría de los niños sufren en algún momento u otro de sus vidas crisis de identidad e inseguridad sobre el futuro y su rol en el mundo. El que se tomen acciones irreversibles basadas en esas dudas naturales y pasajeras es horrendo e inmoral. Y me parece aún más horrendo e inmoral que algunos padres sometan a sus hijos a situaciones de consecuencias tan trascendentales para sus vidas como es el cambio de sexo por seguir una moda pasajera y científicamente no fundamentada.
Lo que todo padre responsable y amoroso de su hijo/a haría en una situación así, es buscar ayuda profesional para que el niño supere o comprenda que es natural tener dudas sobre la propia identidad y que es más que probable que la situación sea tan solo una situación pasajera. Los casos clínicos comprobados en donde existen evidencias físicas, genéticas y hormonales para corroborar la crisis de identidad sexual son muy pocos y no guardan ninguna relación con el incremento exponencial de los casos que salen a la luz cada día.
Es obvio que el problema no radica con los niños, sino con los padres sedientos de publicidad y atención y que las víctimas son los niños que se ven sometidos a semejantes abusos, y en algunos casos, a cambios físicos y a traumas psicológicos irreversibles.