Por: Gonzalo Ruiz D, Economista Asociado Macroconsult
Gestión, 18 de marzo de 2020
Las contribuciones de Thaler y Kahneman sobre la economía del comportamiento resultan útiles para el diseño de políticas públicas en contextos de crisis sanitarias, como la que vivimos hoy. Según estos autores, las personas adolecen de un conjunto de sesgos cognitivos que hacen que, con frecuencia, sus decisiones y acciones se distancien de los predichos por los modelos de agente racional, asumidos por la teoría económica. Esto no significa el fracaso del paradigma de homus economicus tradicional, pero sí un reconocimiento de que en ciertas circunstancias las personas incurren en sesgos sistemáticos de comportamiento, adoptando decisiones de manera instintiva, irreflexiva o automática.
Un ejemplo claro de comportamiento automático es el tocarse la cara o el saludarse con un apretón de manos, comportamientos cotidianos que, a priori, resultará difícil (aunque no imposible) reprimir o desincentivar mediante políticas públicas. Distinto es el caso de los hábitos de higiene como el lavado de manos. Un reciente estudio del Instituto de Investigación Económica y Social (ESRI, Irlanda) muestra que en crisis similares la promoción de estos hábitos y las campañas informativas han sido insuficientes, y que deben complementarse con prácticas que garanticen la accesibilidad a facilidades, como dispensadores de jabón o gel antibacterial en lugares públicos de alta concurrencia. En el caso del Perú, resulta indispensable revertir la falta crónica de estas facilidades en nuestros establecimientos públicos, así como reforzar los controles frente a su robo o uso desproporcionado.
De otro lado, debemos destacar un sesgo particularmente preocupante que puede representar un obstáculo para el combate efectivo de esta epidemia: el sesgo de desviación optimista. Este consiste en que las personas tendemos a subestimar la probabilidad de que nos ocurra algo malo (“eso le ocurre a otros, no a mi”), como contraer una enfermedad, sufrir un accidente, etc.
Este sesgo sumado al desconocimiento y falta de información es el que explica, por ejemplo, la oposición de las familias de Madre de Dios a la fumigación de sus casas ante la creciente propagación del dengue en esa región. En el caso del covid-19, este sesgo cognitivo puede llevar a muchos a desobedecer medidas de precaución como los protocolos de aislamiento (como ocurrió en Italia) o el lavado de manos. En estos casos, es importante que autoridades, medios y academia refuercen la difusión de información sobre los riesgos reales asociados a la inobservancia de estas recomendaciones, teniendo en cuenta que las tasas de contagio del covid-19 representan entre dos a tres veces las tasas de transmisión de una gripe estacional común y las tasas de mortalidad se ubican entre 1-2%, siendo más altas en la población de tercera edad. La reducción de estos sesgos debe apoyarse en mensajes informativos claros y equilibrados que orienten comportamientos diligentes por parte de las personas pero que al mismo tiempo eviten el pánico y paranoia colectivas, observados en los últimos días en nuestros mercados y supermercados.