Por: Anthony Laub
Perú21, 3 de abril del 2024
Vivo convencido de que, para cambiar y mejorar a nuestro país, hay que empezar con lo más elemental. Aprender a caminar sin apabullar a los otros, manejar respetando las leyes de tránsito y seguir las reglas de cortesía. ¿Hay acaso leyes más sencillas de entender y cumplir? Cuando aprendamos a hacerlo, habremos sembrado las bases para contar con un Estado de derecho y una ciudadanía respetuosa.
El tránsito es la muestra que mejor grafica cómo funcionamos como sociedad. La verificación empírica de que las reglas de tránsito son referenciales o de cumplimiento voluntario, desnuda el desdén que tenemos por los demás y las leyes, y ello decanta en que cada uno hace lo que quiere.
Hace poco, un policía invadió el carril exclusivo del Metropolitano, condujo por encima del límite de velocidad y atropelló a dos adolescentes, causándoles la muerte. Esto denota el desprecio que ciudadanos y autoridades tenemos sobre una regla básica de convivencia. Si no cumplimos algo tan elemental, cómo podemos esperar que todos tributen o que las autoridades rindan cuentas de sus actos. Las normas están, lo que falta es cumplirlas.
¿De qué sirve tener a miles de policías duplicando funciones con un semáforo o anulándolos, mientras permiten giros prohibidos desde el carril externo, vehículos que paran donde les provoque al amparo de la activación de las “luces de emergencia”, estacionar en zonas rígidas o en doble fila, buses que no respetan los paraderos, combis y colectivos dedicados al transporte de personas, motocicletas que circulan por “sus” propios zigzagueantes carriles, etcétera?
Hay un elemento común que distingue a un país desarrollado o próximo a serlo: el correcto tránsito en sus calles y veredas y la implacabilidad de su Policía cuando se violan esas normas.
La legalidad, la civilidad y el respeto al orden jurídico de un país empieza por la observancia de las reglas más sencillas.