David Tuesta
Perú21, 15 de mayo del 2025
«La recuperación, entonces, no es solo lenta: es frágil y está lejos de estar garantizada».
La pobreza se redujo de 29% a 27.6% en 2024. ¿Motivo de celebración? La pobreza extrema cayó de 5.7% a 5.5%. ¿Estamos avanzando? Nada que festejar. Seguimos lejos de la tasa de 2019 (20.2%). No solo preocupa que aún el país siga bregando por salir del socavón de las carencias, sino lo lento que está siendo el camino. Y, más grave aún, la posibilidad real de que no logremos volver si no corregimos el rumbo. Mientras varios países de la región ya han retornado a sus tasas de pobreza pre-COVID, ¿qué nos impide a nosotros lograrlo?
Reducir pobreza depende esencialmente de tres motores: (i) crecimiento económico robusto e inclusivo, (ii) aumentos sostenidos de productividad laboral y, (iii) políticas públicas eficaces orientadas al desarrollo de capacidades. Esto último es importante, pues no nos referimos aquí al facilismo de reparto de dinero, que se embadurna de populismo.
Estos tres engranajes no son compartimentos estancos y se repotencian para su funcionamiento sólido y sostenido, con miras a impulsar la productividad total de los factores (PTF) que en la última década su aporte se ha tornado negativo, según los estimados del Banco Central. En parte, esto se explica por una economía con altísima informalidad (más del 70% de la fuerza laboral), empresas de baja escala que no logran innovar ni invertir, y un sistema educativo que no genera el capital humano necesario. Cuando la productividad no mejora, los salarios reales se estancan, y con ellos, la posibilidad de salir de la pobreza por la vía del esfuerzo laboral. Estos ingresos contenidos por nuestra baja productividad explican en gran medida la lentitud para salir del pozo de la pobreza.
Si aplicamos la elasticidad promedio pobreza-crecimiento estimada para América Latina (entre 1% y el 1.5%), y asumimos un crecimiento sostenido del 3% anual, nos tomaría al menos una década regresar a los niveles de 2019. Si crecemos solo 2%, el horizonte se extiende más allá. Peor aún, si se materializan los riesgos fiscales, mundiales y políticos que enfrenta el país, la pobreza podría incluso repuntar. Estas elasticidades, por supuesto, son sensibles a las fuentes del crecimiento y a la sostenibilidad en el tiempo de las políticas públicas que se pongan en marcha y el entorno en que nos tocará vivir, pensando, por ejemplo en lo que nos viene a partir de 2026.
La recuperación, entonces, no es solo lenta: es frágil y está lejos de estar garantizada. El país ha perdido su capacidad de transformar crecimiento en bienestar. Lo que antes fluía con cierta mecánica —crecimiento económico, reducción de pobreza— hoy se ha roto. Y no se arregla con más transferencias ni con retórica populista, se hace con productividad, formalización, capital humano y eficiencia del Estado.
¿Somo menos pobres que el año pasado? Sí. Pero todavía mal. Y lo más preocupante sin una brújula que nos dirija con claridad hacia donde vamos.