“La película es y seguirá siendo el medio preferido para tomar fotos”, decía Kodak en 1990. Y fiel a esta equivocada visión siguió concentrándose en este producto sin prepararse para la revolución que se avecinaba. ¿Cómo así la corporación que inventó la fotografía digital no pudo prever las consecuencias de su invento? Una mezcla de testarudez, poca capacidad para entender cambios fundamentales y un ciego apego a las viejas ideas.
En esto pensé cuando supe que el Gobierno pretende inducir el retorno de Petro-Perú a la producción de hidrocarburos. Para ello, condicionará la extensión de las licencias por vencer a una asociación forzada con la empresa estatal. Petro-Perú participaría hasta con el 25% de los nuevos consorcios, aunque no se sabe aún si desembolsará dinero para hacerlo. Igual sucederá con los lotes ubicados en el litoral y que se licitarán el próximo mes.
La decisión de extender las licencias es entendible considerando que la producción viene decayendo ante la incertidumbre de su prórroga, y el tiempo que le tomaría a una nueva empresa obtener permisos para perforar nuevos pozos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se trata de una medida temporal, pues el mismo problema se volverá a presentar cuando la prórroga esté por vencer.
Seguir apostando por Petro-Perú, por otro lado, es una mala idea por donde se le mire. Al menos a los accionistas de Kodak concentrarse en la película fotográfica le funcionó durante años. Pero ¿cuándo ha sido un buen negocio para los peruanos ser accionistas de Petro-Perú?
Se trata de una empresa poco competente, que no goza de autonomía frente al poder político, y que no cuenta con dinero para invertir. Si aporta recursos a los nuevos consorcios, será porque el Estado se los habrá transferido a pesar de que pueden ser mejor empleados en otra cosa. ¿Cuántos kilómetros de caminos rurales podría construir el MTC, o cuántos programas más financiaría el Midis con US$200 millones o US$400 millones?
También existe la posibilidad de que Petro-Perú participe en los consorcios sin aportar dinero. En ese caso, las regalías tendrían que ser rebajadas para evitar reducir los incentivos a invertir. Lo contrario sería equivalente a incrementarlas en 25%, por lo que extender los contratos no tendría el resultado esperado.
Si esto sucede, las cuentas quedarían así. A las petroleras les dará prácticamente lo mismo tener a Petro-Perú como convidado de piedra si las regalías se reducen proporcionalmente con los dividendos que le entregarán. El Estado, al recibir menores regalías, tendrá menos dinero para gastar en salud, seguridad, o educación. Lo mismo si las regalías no bajan, pero se tiene que transferir recursos. Los ciudadanos recibiremos menores servicios a cambio de dividendos para una empresa que no controlamos. El único ganador será Petro-Perú, que recibirá una renta sin haber hecho nada y que podrá gastar sin que los dueños podamos decidir cómo.
La vieja idea detrás de este absurdo se llama “nacionalismo petrolero”, y al igual que la película fotográfica, no pertenece al mundo actual. Hoy solo lo siguen practicando países como Venezuela, Bolivia, Ecuador o Argentina, a cuyos gobiernos no les queda más que vender las ideas del pasado para pretender ignorar el desastre que se avecina. Desastre previsible y que hubiese sido evitable, pero que terminará trayéndoles tristeza, desigualdad y más pobreza. No precisamente un momento Kodak.