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El Estado de la unión

Alejandro Deustua
14 de febrero de 2023
PARA LAMPADIA

El “Estado de la Unión” presentado por el presidente norteamericano ante su Congreso es un acontecimiento anual de gran relevancia internacional. De él se espera tanto el diagnóstico de la situación de la primera potencia como su derrotero inmediato. El resultado, sin embargo, suele no corresponder a las expectativas globales.

Cargado de tintes partidarios y dirigido principalmente al ciudadano norteamericano, la atención a la situación interna debe, como es obvio, prevalecer sobre la externa. Pero en tiempos de gran inestabilidad y en medio de un gran movimiento de fuerzas sistémicas, la excesiva desatención a la situación internacional incrementa la preocupación general.

Especialmente si esa desatención se limita a mencionar, sin más, la guerra en el Este de Europa, que no ha dejado de escalar desde que Rusia invadió Ucrania y a sugerir que el conflicto sistémico con China parece estar revertiendo en beneficio norteamericano.  Pocas veces en la historia contemporánea de los Estados Unidos su presidente ha dejado de informar, tan aparatosamente, sobre su política exterior.

Entendemos que ello pueda deberse a la magnitud de los problemas nacionales de los Estados Unidos y a la afirmación de una nueva candidatura presidencial. Pero aquéllos también registran vacíos que debieron esclarecerse.

En efecto, el presidente Biden ha sostenido que su gobierno está encaminando la recuperación económica de su país con la mayor creación de empleos de la historia en menos de un período de gobierno (12 millones de puestos), que el COVID ya “no controla las vidas” de los norteamericanos y que se ha superado “la más grande amenaza a su democracia (la herencia Trump) desde la Guerra Civil”(1861-1865).

Estos logros son, sin duda, muy importantes. Pero no resaltaron que, el año pasado la economía norteamericana evitó dos grandes peligros: una fuerte recesión y una galopante inflación. En el primer caso, se detuvo la desaceleración y se recuperó en algo la senda del crecimiento (2%, FED) mientras que los 7 incrementos de las tasas de interés lograron que la inflación comenzara a declinar (6.5%).  Sin embargo, los temores recesivos forman aún parte de las expectativas y, por tanto, el FED mantendrá sus políticas contractivas (aunque sin mayores incrementos de tasas).

Mientras tanto, si la inversión no residencial creció en el año, la residencial se contrajo fuertemente y el ingreso disponible se recuperó sólo en el segundo semestre permitiendo un mayor consumo que apuntaló el crecimiento.

De otro lado, si bien el desempleo cayó en términos históricos (a 3.5%), la demanda de trabajadores no ha sido alcanzada por la oferta en medio de un indefinido cambio del mercado laboral (¿trabajo híbrido?) manteniendo un fuerte componente inflacionario (MS). 

Por lo demás, el inmenso gasto público (US$ 6.7 trillones) fue superior a la recolección tributaria (Tesoro), incrementando el déficit y la altísima deuda alimentados por Trump. Estos desequilibrios no encontraron alivio comercial en tanto el déficit correspondiente ha subido a 12.2% (NYT).

Aun si estos detalles no fueron presentados por el presidente Biden, que la economía norteamericana esté en mejor pie es una muy buena noticia para casi todos. Pero sus problemas no aseguran aún los sólidos fundamentos de largo plazo requeridos.  Y sus políticas industriales y de sustitución de importaciones corroboran que el rol del Estado va en aumento junto con el gasto social (seguridad social, médica, subsidios).

Esa tendencia parece consistente con un preocupante sesgo mercantilista: el uso sistemático de medidas coercitivas unilaterales y el recurso proteccionista que no ha cambiado en relación a su predecesor. Este fenómeno, que castiga a terceros, contribuyó a explicar la concentración del presidente en el progreso económico de su país sin tener en cuenta al resto del mundo.

Este problema es registrado por la UNCTAD que estima que el comercio global habría crecido sólo 3% en el año (por debajo de lo esperado en el 1er semestre) (ONU).

De otro lado, si la recuperación de la democracia norteamericana es esencial para Occidente, su impacto en la comunidad internacional, una vez superado ese resorte de autoritarismo que es el COVID, no es motivo hoy de exaltación pública.

Que el presidente Biden espere fortalecerla en el mundo es alentador. Pero ello no provendrá sólo de la defensa de Ucrania ni de la expectativa de su incorporación a la Unión Europea en lontananza.

Si bien el 45.3% de la población mundial vive en alguna forma de democracia, sólo 8% lo hace en condiciones de “democracias plenas” (vs 8.9% en 2015). Si bien aquéllas se han incrementado en número (de 21 en 2021 a 24 hoy), la cantidad de estados autoritarios se mantiene (y los híbridos han crecido).

Más aún, en la versión más pesimista de Freedom House 2022, los países que han “mejorado” son menos (25) que los que han “declinado” (60) en un escenario en el que las capacidades de eludir el Estado de derecho por Estados autoritarios han aumentado.

De otro lado, si el presidente Biden pretende en serio contribuir a mejorar esa realidad, el esfuerzo norteamericano bien podría diversificarse en asuntos de seguridad y de mercado.

Si en lo primero sólo el principio de la integridad territorial estuviera en juego en el conflicto de Europa del Este, Estados Unidos bien podría apoyar, por ejemplo, al Perú en recuperar fortaleza y convicción en la lucha contra el narcoterrorismo tan nocivo para los estados democráticos y su territorio. Y en lo segundo, habría sido importante que el presidente Biden tomara en serio la necesidad de integración comercial o la reorientación de inversiones norteamericanas en el formato “near shore” p.e.

Especialmente si el esfuerzo de la primera potencia en consolidar la centralidad sistémica implica también desplazar a China de escenarios próximos a Occidente y minimizar la dependencia que aquélla genera.

Y si la prevalencia sistémica y geopolítica reclama la formación de alianzas y asociaciones adicionales a las de los frentes atlántico (OTAN) y pacífico (QUAD), es extraño que el presidente Biden insista en definir su esfuerzo sólo como un incremento de las propias capacidades prescindiendo de otras formas de asociación como las que produciría una recomposición multilateral. Ese planteamiento promueve la fragmentación global y genera preocupaciones en Latinoamérica. Lampadia




El poder social del patriotismo – EEUU

Los estadounidenses que están orgullosos de su identidad nacional tienen más probabilidades de confiar en sus conciudadanos

Archbridge Institute
Clay Routledge
Vice President of Research and Director of the Human Flourisching Lab
28 de noviembre, 2022

Resultados clave:

La mayoría de los estadounidenses (61 %) está de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de sus conciudadanos. Esto incluye el 63% de los hombres y el 58% de las mujeres.

No hay diferencias en la confianza social entre los grupos políticos. Alrededor del 60% de los liberales, moderados y conservadores están de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses.

La confianza social aumenta con la edad: el 70 % de los adultos mayores de 60 años, pero solo el 48 % de los adultos menores de 30 años, están de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses.

La confianza social difiere entre grupos raciales/étnicos. La mayoría de los estadounidenses blancos (67 %), asiáticos (61 %) e hispanos (52 %), pero solo una minoría de los estadounidenses negros (44 %), están de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses.

No hay diferencias en la confianza social entre las regiones del país. Alrededor del 60 % de los estadounidenses que viven en el noreste, el medio oeste, el sur y el oeste están de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses.

La mayoría de los estadounidenses de todos los grupos de ingresos está de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses, pero la confianza social aumenta con los ingresos del hogar.

La mayoría de los estadounidenses con diferentes niveles de educación formal que tienen al menos un título de escuela secundaria o equivalente están de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses, pero la confianza social aumenta con el nivel de educación formal.

El orgullo nacional se asocia positivamente con la confianza social; El 66 % de los estadounidenses que están orgullosos de su identidad nacional están de acuerdo en que se puede confiar en la mayoría de los estadounidenses, en comparación con el 46 % de los estadounidenses que no están orgullosos de su identidad nacional.

El orgullo nacional se asocia positivamente con la confianza social tanto para hombres como para mujeres, en todos los grupos políticos, grupos de edad, la mayoría de los grupos raciales/étnicos, regiones del país y grupos de ingresos. El orgullo nacional también se asocia positivamente con la confianza social en diferentes niveles de educación formal para los estadounidenses que tienen al menos una educación secundaria o equivalente.

El orgullo nacional es un predictor más fuerte de la confianza social que otras variables (edad, ingresos, nivel de educación, raza/etnicidad, género y optimismo sobre el futuro de los EE. UU.) asociadas con la confianza social.

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Comprender la rivalidad entre Estados Unidos y China

Comprender la rivalidad entre Estados Unidos y China

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

En pocos años el mundo ha pasado de una globalización armoniosa, con una importante disminución de los precios de los bienes tecnológicos, con una acelerada disminución de la pobreza global que bajó de 10%; al regreso de la guerra a Europa, la debilidad política de EEUU y su retroceso estratégico global, el empoderamiento de un nuevo líder hegemónico en China, la disminución de las relaciones económicas globales con la ruptura de las cadenas de suministro y el aumento de precios de la tecnología y de los commodities.

En este contexto una China que apueste por el liderazgo global, constituye un cambio cualitativo para la humanidad y una amenaza para todo occidente.

Por ello, hemos recogido el artículo de Edoardo Campanella, que revisa cinco libros recientes sobre el posible devenir de las relaciones de EEUU y China:

Project Syndicate
EDOARDO CAMPANELLA
12 de agosto de 2022

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Wang Zhao/AFP vía Getty Images

Cinco libros recientes ofrecen cinco explicaciones diferentes, pero a menudo superpuestas, de cómo las relaciones chino-estadounidenses han llegado a un estado tan lamentable. En conjunto, sugieren que, si bien Estados Unidos puede haberse excedido en su política anterior de compromiso, sería un error peligroso ir demasiado lejos en la otra dirección.

C. Fred Bergsten, Estados Unidos contra China: La búsqueda del liderazgo económico mundial , Política, 2022.
Rush Doshi,
El juego largo: La gran estrategia de China para desplazar el orden estadounidense , Oxford University Press, 2021.
Elizabeth Economy,
El mundo según a China , política, 2022.
Aaron Friedberg,
Getting China Wrong , política, 2022.
Kevin Rudd,
La guerra evitable: los peligros de un conflicto catastrófico entre EE. UU. y la China de Xi Jinping , PublicAffairs, 2022.

La guerra en Ucrania no ha cambiado las prioridades estratégicas de Estados Unidos. China, no Rusia, sigue siendo el mayor desafío para el orden liberal. “China es el único país que tiene la intención de reformar el orden internacional y, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”, explicó el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, en un discurso reciente. “La visión de Beijing nos alejaría de los valores universales que han sustentado gran parte del progreso mundial durante los últimos 75 años”.

Aun así, los acontecimientos en Ucrania han profundizado aún más la división diplomática y política entre las dos grandes potencias. Inmediatamente antes de la invasión de Rusia, el presidente chino Xi Jinping declaró que la relación chino-rusa “no tenía límites” y desde entonces se ha negado a condenar la agresión neoimperialista del presidente ruso Vladimir Putin.

Del mismo modo, las amplias sanciones de Occidente contra Rusia fueron diseñadas no solo para castigar al Kremlin, sino también para enviar una advertencia temprana a los líderes de China que podrían estar contemplando un ataque a Taiwán. La escalada de tensiones por el viaje a la isla de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha ampliado aún más la división.

Según Blinken, EE. UU. debería tratar de “moldear el entorno estratégico en torno a Beijing” invirtiendo en las capacidades tecnológico-militares de EE. UU. y movilizando a los aliados de EE. UU. Esto no es materialmente diferente del enfoque adoptado por la administración de Donald Trump, cuya Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 describió a China como una potencia revisionista que utiliza “tecnología, propaganda y coerción para dar forma a un mundo antitético a nuestros intereses y valores”. Como ha señalado el historiador Niall Ferguson: “El otrora tan deplorable ataque de Trump a China se ha convertido en una posición de consenso, con una formidable coalición de intereses ahora a bordo del carro de Bash Beijing”.

Desde el “pivote hacia Asia” de la administración Obama hace más de una década, China ha pasado de ser un socio estratégico a un competidor estratégico, si no a un adversario estratégico. Los libros revisados ​​aquí cuentan diferentes historias sobre cómo sucedió eso, pero finalmente cada uno transmite un mensaje similar. Una falta constante de entendimiento común, a menudo debido a las barreras culturales insuperables y la opacidad china, y las expectativas poco realistas llevaron a la desilusión, seguida de desilusión, tensión y conflicto.

¿COMPROMISO FALLIDO?

Durante años, los estrategas estadounidenses asumieron que la integración de China en la economía global y el surgimiento de una clase media china traería una mayor apertura política y económica al país. Como dijo el presidente estadounidense George HW Bush en 1991: “Ninguna nación en la Tierra ha descubierto una manera de importar los bienes y servicios del mundo mientras detiene las ideas extranjeras en la frontera”. De manera similar, el presidente Bill Clinton argumentó casi una década después que, “Cuanto más liberalice China su economía, más plenamente liberará el potencial de su gente. … Y cuando las personas tengan el poder no solo de soñar sino de realizar sus sueños, exigirán una mayor participación”.

mal chino

Aaron Friedberg, profesor de política y asuntos internacionales en la Universidad de Princeton y asesor adjunto de seguridad nacional del exvicepresidente Dick Cheney, no se lo cree, y se une a un campo cada vez mayor de expertos en política exterior que creen que la agenda integracionista del pre -La era de Trump fue un fracaso. Al equivocarse con China, Friedberg desmantela la estrategia de compromiso bipartidista de Estados Unidos posterior a la Guerra Fría, mostrando cómo China desafió las expectativas, particularmente bajo el gobierno de Xi, al alejarse del liberalismo de mercado y acercarse al capitalismo de estado. China disfrutó del acceso a los mercados extranjeros sin seguir sus reglas y nunca reconoció públicamente el papel de EE. UU. en el fomento de su propia integración en la economía global y la Organización Mundial del Comercio. Y ahora, bajo Xi, el Partido Comunista de China (PCCh) ha vuelto a consolidar un gobierno autoritario a expensas de la modesta liberalización implementada bajo sus predecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao.

Ahora, señala Kurt Campbell, coordinador de políticas del Indo-Pacífico de Biden, “el período que se describió ampliamente como compromiso ha llegado a su fin”. Sin embargo, como advierte Friedberg, la falta de convergencia entre Estados Unidos y China conlleva riesgos tangibles tanto para Estados Unidos como para el mundo. Después de todo, China es un estado autoritario que está empeñado en aumentar su influencia, intimidar a sus vecinos, ampliar su lista de estados clientes y socavar las instituciones democráticas siempre que sea posible.

Además, China y EE. UU. están en desacuerdo en una variedad de temas que podrían conducir a errores de cálculo e incluso confrontaciones militares, desde el estado del Mar de China Meridional, Hong Kong y Taiwán hasta el robo de propiedad intelectual, violaciones de derechos humanos contra el Población musulmana uigur y disputas sobre redes 5G emergentes y otras tecnologías. COVID-19 ha profundizado aún más la división entre las dos potencias, reforzando su desconfianza recíproca y demostrando claramente que China sigue sin estar preparada ni dispuesta a cumplir con sus responsabilidades globales.

¿ALTERNATIVAS AL COMPROMISO?

Pero China es un país de muchas contradicciones, y los argumentos en contra del compromiso corren el riesgo de simplificar demasiado las cosas. Para empezar, las ambiciones hegemónicas de China son menos obvias y explícitas de lo que los intransigentes estratégicos estadounidenses pretenden. Por el momento, al menos, los esfuerzos de China para aumentar su poder económico y militar parecen tener más que ver con reducir sus propias vulnerabilidades que con ganar superioridad sobre Estados Unidos.

Xi no está intentando exportar activamente la ideología o el sistema de gobierno del PCCh. No aboga abiertamente por una revolución comunista global, como lo hicieron Stalin, Jruschov y otros líderes soviéticos, sobre todo porque está abrumadoramente centrado en sostener el “socialismo con características chinas” y un “rejuvenecimiento nacional” en casa.

A pesar de las optimistas declaraciones de los presidentes estadounidenses anteriores sobre la inevitable democratización de China (una afirmación que probablemente fue necesaria para persuadir a los votantes estadounidenses de abrir los brazos a un país comunista), la liberalización política nunca fue una meta realista. Como señaló Henry Kissinger en 2008, estamos hablando de la única civilización con 4,000 años de autogobierno a sus espaldas. “Uno debe comenzar con la suposición de que deben haber aprendido algo sobre los requisitos para la supervivencia, y no siempre se debe suponer que lo sabemos mejor que ellos”.

Una década más tarde, Chas W. Freeman, Jr., un veterano diplomático estadounidense, confirmó de qué se trataba realmente el compromiso: “Por mucho que el público estadounidense haya esperado o esperado que China se americanizaría, la política de EE. comportamiento externo en lugar de su orden constitucional”.

Pero incluso si uno acepta que el compromiso fue un desastre estratégico, ¿cuál hubiera sido la alternativa?

Quizás China habría seguido siendo una economía subdesarrollada al margen del orden global, y los estadounidenses no se habrían beneficiado de los bienes baratos y los déficits financiados en parte por las compras chinas de bonos del Tesoro estadounidense.

Sin embargo, incluso en este escenario, sostiene Alastair Iain Johnston de la Universidad de Harvard, EE. UU. podría “haber enfrentado una China hostil, con armas nucleares, alienada de una variedad de instituciones y normas internacionales, excluida de los mercados globales y con intercambios sociales/culturales limitados. En otras palabras, una China todavía gobernada por un Partido leninista despiadado pero que se había movilizado y militarizado masivamente para oponerse vigorosamente a los intereses de Estados Unidos”.

EL PRECIO DE LA INTERDEPENDENCIA

Más importante aún, los detractores de la estrategia de participación subestiman su mayor logro. Los vínculos comerciales, financieros y tecnológicos no solo han beneficiado a los consumidores y las empresas de Occidente. También han transformado la naturaleza de la rivalidad geopolítica de manera saludable. A diferencia de la Guerra Fría, cuando el comunismo y el capitalismo coexistieron por separado, la competencia chino-estadounidense se desarrolla dentro del mismo sistema económico, debido a años de interacción continua que ha obligado a China a adoptar el mercado, aunque no siempre de manera satisfactoria. Y uno de los principales beneficios de esta interdependencia económica es que aumenta el costo de ir a la guerra, incluso cuando la competencia es feroz.

Estados Unidos contra China

Este es el argumento que hace C. Fred Bergsten, director fundador del Instituto Peterson de Economía Internacional, en The United States vs. China, que se centra en la dimensión económica del compromiso y destaca las opciones para mantener alguna forma de cooperación chino-estadounidense. Habiendo estado dentro y fuera del gobierno durante la mayor parte de su carrera, Bergsten tiene una comprensión única de las complejidades de la economía global. Su libro trata menos sobre la historia de la relación chino-estadounidense que sobre el surgimiento de una arquitectura de gobernanza global que garantiza la estabilidad, aborda los desafíos de nuestro tiempo y asigna un papel apropiado a China.

Cualquier sistema económico internacional que funcione requiere liderazgo para superar los problemas de acción colectiva en los casos en que los bienes públicos mundiales, como la estabilidad financiera internacional o la coordinación económica, no están bien abastecidos. Un mundo sin líderes es, por tanto, el mayor temor de Bergsten. Siempre tiene en mente la “trampa de Kindleberger”, llamada así por el historiador económico del siglo XX Charles Kindleberger, quien mostró cómo el hecho de que un aspirante a hegemón no proporcione suficientes bienes públicos globales puede conducir a crisis sistémicas e incluso a la guerra. Eso es lo que sucedió después de la Primera Guerra Mundial, cuando EE. UU., presa de sus tendencias aislacionistas, se negó a ponerse completamente en los zapatos del Reino Unido, preparando el escenario para el colapso del sistema financiero global.

Algo similar sucede en lo que Bergsten llama su escenario G-0. Si ni China ni EE. UU. están dispuestos o son capaces de estabilizar el sistema económico global, el mundo quedaría en una situación disfuncional e inestable en la que nadie está realmente a cargo. Pero igualmente preocupante sería un mundo G-1 en el que China tenga la primacía económica. El régimen del PCCh daría forma a este orden de acuerdo con sus propios valores y principios, aprovechando el poder de negociación que derivaría de su creciente influencia económica.

En opinión de Bergsten, la mejor esperanza radica en un mundo G-2, con EE. UU. y China actuando como un “comité directivo informal” para manejar problemas globales como el cambio climático, las pandemias y los desafíos del desarrollo económico. Pero no está claro si China aceptaría este arreglo. Durante su primer año en el cargo, Barack Obama propuso que EE. UU. y China formaran una sociedad para abordar los mayores problemas del mundo. China descartó la idea por ser incompatible con su defensa de la gobernanza global multipolar durante décadas, y una opción similar parece aún menos realista ahora, dado el fuerte aumento de las tensiones bilaterales.

EL SUEÑO CHINO DE XI

Independientemente de cuál sea la posición de uno sobre los méritos (o deméritos) del compromiso de Estados Unidos, hay otra variable igualmente importante a considerar: las propias aspiraciones de China. En El mundo según China, Elizabeth Economy, que actualmente se encuentra de licencia de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford para desempeñarse como asesora principal de la Secretaria de Comercio de EE. UU., Gina Raimondo, destaca la ambiciosa nueva estrategia de China para recuperar su gloria pasada.

china mundo

La visión del mundo de Xi, explica, tiene sus raíces en conceptos como “el gran rejuvenecimiento de la nación china” o “una comunidad de destino compartido” que promete construir un “mundo abierto, inclusivo, limpio y hermoso que disfrute de una paz duradera”, seguridad universal y prosperidad común”. En la práctica, todos estos eslóganes implican un sistema internacional radicalmente transformado, con una China unida internamente en su centro.

Desde las Guerras del Opio de mediados del siglo XIX, los líderes chinos han puesto gran énfasis en la soberanía y, en el caso de Xi, su visión se hará realidad una vez que se resuelvan todos los reclamos territoriales de China sobre Hong Kong, Taiwán y el Mar Meridional de China. Según Economy, la reunificación de Taiwán con China continental es una “tarea histórica” particularmente importante para el PCCh.

Desde que llegó al poder en 2012, Xi ha llevado a cabo agresivas maniobras militares en Taiwán para demostrar su determinación, y las ha intensificado drásticamente tras la visita de Pelosi. Xi ha dicho que Taiwán se reunificará con el continente a más tardar en 2049, el centenario de la República Popular China; pero para que eso sucediera durante su propia vida, casi con certeza tendría que ser antes.

En cualquier caso, Xi ha recurrido tanto al poder blando como al duro para impulsar la influencia global de China. Ha pedido a los funcionarios chinos que creen una imagen de un país “creíble, amable y respetable”, al mismo tiempo que aprovechan la posición de China dentro de las Naciones Unidas y otras instituciones para adecuar las normas y valores internacionales a los suyos.

El poder duro chino ha estado en plena exhibición no solo en los ejercicios alrededor de Taiwán y la represión en Hong Kong, sino también en la construcción de pistas de aterrizaje en arrecifes en el disputado Mar de China Meridional. China también está promoviendo su ecosistema tecnológico nacional y estableciendo sus propios estándares tecnológicos para competir con el establecimiento de estándares globales de EE. UU. y la Unión Europea. Con ese fin, ha estado construyendo una red de países leales a través de las inversiones relacionadas con su Iniciativa Belt and Road (BRI).

JUEGO LARGO DE CHINA

Se podría suponer que esta estrategia es solo el fruto de las propias ambiciones políticas de Xi. Pero como muestra Rush Doshi en The Long Game, los esfuerzos de Xi son parte de un proyecto de mucho más largo plazo para reemplazar a Estados Unidos como potencia hegemónica regional y global. Doshi, que actualmente se desempeña como Director de China en el Consejo de Seguridad Nacional de Biden, ha producido un trabajo académico impresionante basado en una base de datos original de documentos del PCCh (incluidas las memorias, biografías y registros diarios de altos funcionarios).

Juego largo

Lo que surge de estos documentos es una “gran estrategia” china en evolución moldeada por eventos clave que cambiaron la percepción de China sobre el poder estadounidense: el fin de la Guerra Fría, la crisis financiera mundial de 2008, las victorias populistas de 2016 (el referéndum del Brexit del Reino Unido), y la pandemia de COVID-19.

Después de la caída del Muro de Berlín, China era consciente de la enorme, casi insuperable, brecha de poder entre ella y los EE. UU., por lo que decidió “esconderse y esperar” [su momento]. Durante dos décadas, siguió una estrategia de “despuntado”, permitiéndose integrarse gradualmente al orden liberal internacional a través de la membresía en sus instituciones y la participación en la economía global, todo sin asumir ningún costo de liderazgo.

Cuando estalló la crisis financiera de 2008, los líderes chinos lo vieron como el comienzo del declive occidental. Eso desencadenó un cambio hacia una estrategia de “construcción”, mediante la cual China ha desafiado suavemente a los EE. UU. económica, militar y políticamente. Luego vino la retirada angloamericana de la gobernanza global en 2016, que presagiaba “grandes cambios no vistos en un siglo”, escribe Doshi. La polaridad del sistema internacional había cambiado, lo que indicaba que China estaba en ascenso y que el declive occidental era inevitable.

Este cambio de polaridad significó que China podría cambiar a una estrategia de “expansión”, construyendo esferas de influencia no solo a nivel regional sino también a nivel mundial. Según Doshi, el objetivo final, por el momento, es “erigir una zona de influencia superior” en su región de origen y una hegemonía parcial en los países en desarrollo vinculados al BRI.

Ahora, la visita de Pelosi a Taiwán podría haber desencadenado otro cambio estructural en la gran estrategia de China, hacia una postura aún más asertiva.

UNA DÉCADA PELIGROSA

De estos libros, queda claro que las ambiciones de poder de China han surgido naturalmente de la evolución estructural del papel del país dentro del sistema internacional. Eso significa que sobrevivirán a la era Xi.

La China de hoy existe en una escala completamente diferente a la de hace 20 años. Para que la relación chino-estadounidense vuelva a un camino pacífico, EE. UU. deberá reconocer las aspiraciones de China. Ignorarlos crearía una situación en la que incluso un pequeño error o malentendido podría desencadenar un choque entre superpotencias.

Aun así, gran parte del debate sobre las relaciones entre Estados Unidos y China ha sido moldeado por la noción del politólogo Graham Allison de la “trampa de Tucídides”, que advierte que una competencia hegemónica entre un poder en ascenso y un poder en declive necesariamente desestabiliza el sistema internacional, haciendo un violento cambio. chocan con la regla y no con la excepción.

Guerra evitable

De hecho, nada es inevitable. Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia que ahora dirige la Asia Society, está convencido de que la guerra se puede evitar si cada lado se esfuerza por “comprender mejor el pensamiento estratégico del otro lado”. Entre los estadistas occidentales, Rudd es probablemente el único que puede afirmar que posee tanto la experiencia política como las herramientas intelectuales necesarias para comprender suficientemente a China.

Rudd, que habla mandarín con fluidez y ha visitado el país más de 100 veces, conoció personalmente a Xi, primero como diplomático cuando Xi era un funcionario subalterno en Xiamen y luego cuando Xi era vicepresidente. Y en La guerra evitable, Rudd relata con orgullo una larga conversación que tuvo con Xi en Canberra en 2010 (lamentablemente, el libro carece del tipo de anécdotas personales reveladoras que un lector curioso esperaría).

Rudd define los próximos diez años como “la década de vivir peligrosamente”. El equilibrio global de poder seguirá cambiando, a menudo de manera inestable, a medida que se intensifique la competencia entre las dos superpotencias. Dentro de este marco, ve diez escenarios plausibles para un posible choque chino-estadounidense. Todos se centran en Taiwán y la mitad de ellos terminan en una confrontación militar. Por supuesto, uno espera que no hayamos llegado todavía a un punto de conflicto. Pero, una vez más, las últimas operaciones militares de China en torno a Taiwán sin duda han añadido una nueva dinámica disruptiva a una economía global que ya se ha estado defendiendo de múltiples crisis durante más de una década.

EN BUSCA DE RICITOS DE ORO

Para evitar estos escenarios sombríos, todos los autores proponen estrategias que combinan diferentes formas de compromiso y desacoplamiento, cooperación y competencia. Sus etiquetas pueden diferir, pero la sustancia es más o menos la misma. Por ejemplo, Rudd propone una política de “competencia estratégica gestionada”; Friedberg sugiere “desacoplamiento selectivo”; y Bergsten recomienda la “colaboración competitiva condicional”.

De una forma u otra, todos implican el desarrollo de líneas rojas mutuamente respetadas, una diplomacia secundaria de alto nivel para hacerlas cumplir y la colaboración en asuntos globales como el cambio climático, las pandemias y la estabilidad financiera.

Bergsten señala con razón que las cuestiones económicas deben separarse de las cuestiones de valores. El énfasis excesivo en la división autoritario-democrático corre el riesgo de romper toda la relación chino-estadounidense.

En última instancia, que se pueda lograr una convivencia pacífica entre las dos potencias dependerá más de factores psicológicos que estratégicos. La relación chino-estadounidense se trata realmente del orgullo de una hegemonía pasada, por un lado, y el orgullo de una civilización milenaria que ha sido marginada durante demasiado tiempo, por el otro. Un libro sobre la psicología de los países en tiempos turbulentos sería un complemento útil para estos cinco. Lampadia

Edoardo Campanella, Senior Fellow del Mossavar-Rahmani Center for Business and Government de la Harvard Kennedy School, es coautor (con Marta Dassù) de Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West (Oxford University Press, 2019).




EEUU y China deben descongelar sus relaciones

EEUU y China deben descongelar sus relaciones

Mucho se habla de cómo EEUU, a través de su renovada política exterior con el presidente Joe Biden – una antítesis de Donald Trump– podría retomar sus relaciones con China, tras varios años de confrontación geopolítica, tecnológica y comercial.

Sin embargo, la verdad al día de hoy es que esto dista largamente de la realidad, dadas las recientes declaraciones de Biden en torno al acercamiento que tomará EEUU con el mundo en su mandato, que más bien busca fortalecer su alianza con la UE y enfrentar abiertamente a China en una dicotomía democracia-autoritarismo (ver artículo publicado por Project Syndicate líneas abajo).

Ante ello, coincidimos con el prestigioso economista Jeffrey D. Sachs de por qué Biden debería, en vez de enfrascarse en la lucha por la supremacía de modelos políticos antagónicos, buscar puntos de interés con China centrados por ejemplo en la reactivación económica, potenciando el comercio internacional y la misma lucha contra la pandemia, a través de la cooperación internacional.

Hemos abogado por muchos años sobre cómo la convergencia entre occidente y oriente podrían mejorar las condiciones de vida no solo de americanos y chinos, sino del mundo en general, pues la profundización de los lazos comerciales entre ambos bloques, así como quedó demostrado en el mundo con la globalización, podría sentar las bases de uno de los procesos más prósperos de la humanidad. Esperemos pues que esta convergencia pueda dar lugar de una vez por todas en tan complejo escenario como el suscitado por la pandemia, en el que la cooperación internacional debe primar y no los intereses geopolíticos de las dos superpotencias. Lampadia

Por qué Estados Unidos debería seguir cooperando con China

Jeffrey D. Sachs
Project Syndicate
25 de febrero, 2021
Traducida y comentada por Lampadia

La cooperación no es cobardía, como afirman repetidamente los conservadores estadounidenses. Tanto EEUU como China tienen mucho que ganar con esto: paz, mercados expandidos, progreso tecnológico acelerado, la evitación de una nueva carrera armamentista, progreso contra el COVID-19, una sólida recuperación global del empleo y un esfuerzo compartido contra el cambio climático.

La política exterior estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial se ha basado en una idea simple, quizás mejor expresada por el presidente George W. Bush después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001: o estás con nosotros o contra nosotros. EEUU debe liderar, los aliados deben seguir, y ¡ay de los países que se oponen a su primacía!

La idea era simple y simplista. Y ahora es anticuada: EEUU no enfrenta enemigos implacables, ya no lidera una alianza abrumadora y tiene mucho más que ganar con la cooperación con China y otros países que con la confrontación.

El expresidente Donald Trump fue una caricatura grotesca del liderazgo estadounidense. Lanzó insultos, amenazas, aranceles unilaterales y sanciones financieras para intentar obligar a otros países a someterse a sus políticas. Rompió el reglamento multilateral. Sin embargo, la política exterior de Trump enfrentó un retroceso notablemente pequeño dentro de los EEUU. Hubo más consenso que oposición a las políticas anti-China de Trump y poca resistencia a sus sanciones contra Irán y Venezuela, a pesar de sus catastróficas consecuencias humanitarias.

La política exterior del presidente Joe Biden es una bendición en comparación. EEUU ya se ha unido al acuerdo climático de París y a la Organización Mundial de la Salud, busca regresar al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y promete volver a unirse al acuerdo nuclear de 2015 con Irán. Estos son pasos muy positivos y admirables. Sin embargo, los primeros pronunciamientos de política exterior de Biden con respecto al liderazgo de China y EEUU son problemáticos.

El reciente discurso de Biden en la Conferencia de Seguridad de Munich es una buena ventana al pensamiento de su administración en estos primeros días. Hay tres motivos de preocupación.

Primero, está la idea bastante ingenua de que “EEUU ha vuelto” como líder mundial. EEUU recién ahora está regresando al multilateralismo, ha arruinado por completo la pandemia de COVID-19 y hasta el 20 de enero trabajaba activamente contra la mitigación del cambio climático. Todavía debe curar las muchas heridas profundas que dejó Trump, entre ellas la insurrección del 6 de enero, y abordar por qué 75 millones de estadounidenses votaron por él en noviembre pasado. Eso significa tener en cuenta la fuerte dosis de cultura supremacista blanca que anima a gran parte del Partido Republicano de hoy.

En segundo lugar, “la asociación entre Europa y EEUU”, declaró Biden, “es y debe seguir siendo la piedra angular de todo lo que esperamos lograr en el siglo XXI, tal como lo hicimos en el siglo XX”. ¿En serio? Soy un eurófilo y un firme partidario de la Unión Europea, pero EEUU y la UE representan solo el 10% de la humanidad (los miembros de la OTAN representan el 12%).

La alianza transatlántica no puede ni debe ser la piedra angular “de todo lo que esperamos lograr” este siglo; no es más que un componente importante y positivo. Necesitamos una administración global compartida por todas las partes del mundo, no solo por el Atlántico Norte o cualquier otra región. Para gran parte del mundo, el Atlántico Norte tiene una asociación duradera con el racismo y el imperialismo, una asociación impulsada por Trump.

En tercer lugar, Biden afirma que el mundo está inmerso en una gran lucha ideológica entre democracia y autocracia. “Estamos en un punto de inflexión entre quienes sostienen que, dados todos los desafíos que enfrentamos, desde la cuarta revolución industrial hasta una pandemia global, la autocracia es el mejor camino a seguir … y quienes entienden que la democracia es esencial … para cumplir esos desafíos “.

Ante esta supuesta batalla ideológica entre democracia y autocracia, Biden declaró que “debemos prepararnos juntos para una competencia estratégica a largo plazo con China”, y agregó que esta competencia es “bienvenida, porque creo en el sistema global de Europa y EEUU, junto con nuestros aliados en el Indo-Pacífico, trabajamos tan duro para construir durante los últimos 70 años “.

EEUU puede verse a sí mismo como en una lucha ideológica a largo plazo con China, pero el sentimiento no es mutuo. La insistencia de los conservadores estadounidenses en que China quiere gobernar el mundo ha llegado a apuntalar un consenso bipartidista en Washington. Pero el objetivo de China no es probar que la autocracia supera a la democracia ni “erosionar la seguridad y la prosperidad de EEUU”, como afirma la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU de 2017.

Considere el discurso del presidente chino, Xi Jinping, en el Foro Económico Mundial en enero. Xi no habló de las ventajas de la autocracia, ni de los fracasos de la democracia, ni de la gran lucha entre sistemas políticos. En cambio, Xi transmitió un mensaje basado en el multilateralismo para abordar los desafíos globales compartidos, identificando “cuatro tareas principales”.

Xi pidió a los líderes mundiales que “intensifiquen la coordinación de la política macroeconómica y promuevan conjuntamente un crecimiento sólido, sostenible, equilibrado e inclusivo de la economía mundial”. También los instó a “abandonar los prejuicios ideológicos y seguir juntos un camino de convivencia pacífica, beneficio mutuo y cooperación de beneficio mutuo”. En tercer lugar, deben “cerrar la brecha entre los países desarrollados y en desarrollo y lograr conjuntamente el crecimiento y la prosperidad para todos”. Por último, deberían “unirse contra los desafíos globales y crear juntos un futuro mejor para la humanidad”.

Xi afirmó que el camino hacia la cooperación global requiere permanecer “comprometido con la apertura y la inclusión”, así como “con el derecho internacional y las normas internacionales” y “con la consulta y la cooperación”. Declaró la importancia de “mantenerse al día en lugar de rechazar el cambio”.

La política exterior de Biden con China debería comenzar con una búsqueda de cooperación en lugar de una presunción de conflicto. Xi ha prometido que China “participará activamente en la cooperación internacional sobre COVID-19”, continuará abriéndose al mundo y promoverá el desarrollo sostenible y “un nuevo tipo de relaciones internacionales”. La diplomacia estadounidense haría bien en apuntar al compromiso con China en estas áreas. La retórica hostil de hoy corre el riesgo de crear una profecía auto cumplida.

La cooperación no es cobardía, como afirman repetidamente los conservadores estadounidenses. Tanto EE. UU. Como China tienen mucho que ganar con esto: paz, mercados expandidos, progreso tecnológico acelerado, la evitación de una nueva carrera armamentista, progreso contra COVID-19, una sólida recuperación global del empleo y un esfuerzo compartido contra el cambio climático. Con la reducción de las tensiones globales, Biden podría dirigir los esfuerzos de la administración hacia la superación de la desigualdad, el racismo y la desconfianza que pusieron a Trump en el poder en 2016 y aún divide peligrosamente a la sociedad estadounidense.

Jeffrey D. Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible y Profesor de Política y Gestión de la Salud en la Universidad de Columbia, es Director del Centro de Columbia para el Desarrollo Sostenible y la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.




Fallecidos por el Covid-19 con respecto a la población

Fallecidos por el Covid-19 con respecto a la población

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

Estados Unidos y el Perú acusan un gran desbalance en la incidencia del Covid-19 con respecto a la proporción de sus poblaciones en el mundo.

Dado que una buena parte de los condicionantes de este nivel de performance siguen presentes, creemos necesario dar un golpe de imagen para buscar una reacción más asertiva y eficiente del gobierno peruano.

Ambas experiencias, la de EEUU y la del Perú, son producto de las decisiones de sus gobiernos. En un caso, el de EEUU, por no darle la debida importancia a la pandemia. Y en el caso del Perú, por sobre reaccionar sin brújula, medida y cuidado.

Efectivamente, el gobierno del Perú se presentó como el más habilidoso de la clase, tomando las medidas más drásticas, cerrando toda la economía y llevando a la economía a una parálisis total, incluyendo todos los sectores económicos y todas las regiones del país.

Una estrategia que suponía una acción eficaz para aguantar el virus mientras se mejoraban las condiciones de los servicios sanitarios.

Lamentablemente, el gobierno se equivocó de plano, al optar por el uso de pruebas rápidas en vez de las moleculares, a pesar de todas las advertencias. Y peor aún, al descartar el uso de pruebas para rastrear la incidencia del virus.

Además, se cometieron otros errores, como desconocer la naturaleza de nuestra población, que acusaba necesidades de circulación y de generación de ingresos diarios, que no se podían desconocer. Se restringieron horarios de atención para actividades esenciales generando congestiones. Y se descuidó el manejo de los mercados populares.

Por otro lado, a diferencia del resto del mundo, y especialmente de los países productores de minerales, como Australia, Canadá y Chile, el Perú suspendió las operaciones mineras, desperdiciando la generación de riqueza e ingresos fiscales. Lo mismo se hizo con la pesca y, además, se afectó la agricultura por las restricciones de los demás sectores y la actitud represiva de las autoridades.

El mismo error se cometió al cerrar todas las regiones del país, incluyendo aquellas donde no había ni un contagiado con el virus.

Lo peor de todo es que no se quiso aprender de la realidad, y contrariando todas las advertencias y reclamos se insistió en el torpe manejo de la crisis, llegando a niveles absurdos de tozudez y soberbia.

Evidentemente, los principales responsables de este desastre, que nos ubica en el peor lugar del manejo de la crisis sanitaria y económica, a nivel mundial, son el presidente de la República, Martín Vizcarra, el ex primer ministro Vicente Zeballos, y Víctor Zamora, el clamoroso exministro de Salud.

Gente, que más allá de la incapacidad que mostraron, lindaron en situaciones delictivas, al haber, por ejemplo, demorado la aceptación de la planta de oxígeno ofrecida por la empresa minera, Southern Perú para Arequipa, donde crecían los afectados muy penosamente.

Además de todo esto, algo gravísimo fue la soberbia del gobierno al rechazar el apoyo de la sociedad civil para combatir la pandemia, concretamente, la ofrecida por el sector empresarial y la iglesia.

No podemos dejar de mencionar la responsabilidad de los medios de prensa afines al gobierno, que son una mayoría, que en vez de ayudar a explorar alternativas y hacer críticas constructivas, se dedicaron a aplaudir vergonzosamente las acciones del gobierno.

Licenciados los ministros Zeballos y Zamora, no se han llegado a corregir las actitudes soberbias y se han agudizado las confrontaciones con el Congreso de la República, llevando al país a una situación de mucho cuidado.

Hoy por hoy, el gobierno sigue dando manotazos de ahogado en la importantísima y crucial recuperación de la economía. No han sido capaces de activar ningún proyecto importante, y la inversión pública sigue en el limbo.

No podemos seguir así y como publicamos hace unas buenas semanas (Pero esta crisis requiere equilibrios), es indispensable convocar un gabinete de salvación nacional que sepa conducir el país a su recuperación sanitaria y económica, y que garantice unas elecciones generales transparentes y sin triquiñuelas, en todas las instancias del Estado, como por ejemplo son las absurdas recomendaciones del Jurado Nacional de Elecciones a los partidos políticos en cuanto a sus programas de gobierno. Todo ello requiere visión de país y liderazgo, que solo puede recuperarse con un mejor gabinete de ministros. Lampadia




La batalla de las ideas

La batalla de las ideas

Líneas abajo reproducimos el pedido del Instituto Mises de apoyo financiero para poder mantenerse en el campo de batalla de las ideas en Estados Unidos.

Mises es una institución que se sustenta con el apoyo de personas independientes, y que comulgan con sus ideales.

Guardando las distancias, Lampadia, en pequeño, tiene objetivos similares:

Igual que en el caso del Instituto Mises, nosotros también nos financiamos con aportes individuales, no gubernamentales. Pero cada día es más difícil conseguir apoyo. Por ello aprovechamos la publicación de Mises Wire, para reiterar nuestro pedido de apoyo.

Las personas interesadas en apoyar, por favor, lo podrán hacer con depósito en el Banco de Crédito, a nombre de Lampadia, 

Cta. Cte.US$ #: 194-2030166-1-36 (CCI N° 00219400203016613697)

Cta. Cte. S/.  #: 194-2027845-0-81 (CCI N° 00219400202784508190)

Enviar copia del voucher de depósito y número de DNI a: lampadia@lampadia.com para poder emitir el “Comprobante de Recepción de Donaciones” respectivo.

 

La batalla en la guerra de ideas

MISES WIRE

26 de diciembre, 2019
Jeff Deist

El año 2020 está a la vuelta de la esquina y promete ser un año brutal de política y propuestas económicas enloquecidas. Los candidatos prometerán las estrellas y la luna, todo con su dinero. Varios se autodenominan abiertamente socialistas. No hablarán de la Reserva Federal, ni de guerras interminables, ni de deudas y derechos. Pero sugerirán más impuestos sobre sus ingresos y su riqueza. Y sugerirán más y más control estatal sobre la economía, y sobre usted.

Todos podemos luchar en la guerra de ideas, y debemos hacerlo. Un siglo después de que Mises derribara los argumentos a favor del socialismo, todavía no podemos descansar. Por eso necesitamos su apoyo.

El Día de Acción de Gracias y la Navidad nos recuerdan lo que tenemos – familia, sustento material y esperanza de un mundo mejor. Es un momento para la gratitud y la reflexión. Todos heredamos una sociedad construida por las generaciones anteriores, una sociedad moldeada por la receta de Mises para el liberalismo real. El Instituto Mises existe para promover su visión de la civilización misma: propiedad, dinero sano, mercados, economía real, libertad política y paz.

La batalla en la guerra de ideas

Pero corremos el riesgo de perder terreno en 2020. Por eso necesitamos su ayuda para seguir luchando contra las malas ideas del estatismo y la pseudo-economía. Por favor, tómese el tiempo hoy, si no lo ha hecho ya, para hacer una donación de fin de año.

¿Posees las acciones, bienes raíces, criptodivisas, metales preciosos u otros activos que se han revalorizado desde que los compró? Por favor, considera la posibilidad de donar dichos activos al Instituto. Las reglas de impuestos generalmente te permiten deducir el valor actual de mercado de su donación, y no pagará impuestos de ganancias de capital al Tío Sam o a ¡las arcas de su estado! ¡Esta es una gran manera de apoyar al Instituto y frustrar al hombre de los impuestos al mismo tiempo!

Apreciamos profundamente tu apoyo. Nuestra misión está financiada en su totalidad por personas como tú, no por subvenciones del Estado ni por multimillonarios o fundaciones con su propia agenda.

Si aún no has tenido la oportunidad de donar, por favor haz tu más generosa contribución hoy. Vaya a mises.org/2019give, o puedes donar enviando un cheque (a nombre del Instituto Mises) a: Mises Institute Matching, 518 West Magnolia Ave, Auburn, AL 36832. O, siempre puede llamarnos para donar al 1-800-OF-MISES. Nuestros amigos internacionales deben usar el 1-334-321-2100.

En nombre de todos en el Instituto Mises, Lew Rockwell y yo queremos agradecerte por tu apoyo. Les deseamos a ti y a tus familias la buena nueva, Feliz Navidad, Feliz Jánuca y los mejores deseos de salud y prosperidad para el año 2020.

Lampadia




Trump hará grande a China

Trump hará grande a China

El denominado acuerdo de “fase uno” entre EEUU y China, que limitaría la imposición de aranceles en productos de consumo chinos por un monto de US$ 160 mil millones e incentivaría la compra de productos agrícolas estadounidense por parte del gigante asiático, finalmente ha sido anunciado. Y aunque aún no ha sido formalizado, el anuncio ya de por sí constituye un gran paso de un acercamiento que era imperativo dado el cauce actual que había tomado el presente conflicto comercial, el cual ya había trascendido al ámbito tecnológico y geopolítico.

Sin embargo, es menester analizar qué tan consistentes, pero sobretodo vinculantes serían las condiciones que implican tal acuerdo, en aras de poder predecir qué tan efectivo sería este nuevo acercamiento, un tema fundamental para una economía pequeña y abierta como el Perú y cuyos principales socios comerciales son EEUU y China. Para ello compartimos un reciente artículo escrito por el notable economista y profesor de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini en la revista Project Syndicate, en el que se dilucidan mayores alcances para realizar este análisis.

Como se deja entrever del análisis de Roubini, aún con los arreglos acordados en el mencionado pacto comercial, es altamente probable que las relaciones entre ambos países sigan enturbiadas ya que, como mencionamos anteriormente, el conflicto trasciende a lo comercial, pero además porque ya ha irradiado un fuerte sentimiento de desglobalización al mundo al punto de lesionar relaciones políticas de países enteros, así como dañado inmensas cadenas globales de valor de varios sectores económicos con altos grados de articulación. Ello con el agravante de tener a un presidente de EEUU que no deja de expeler en sus discursos populistas un peligroso nacionalismo que ocasiona que, en vez de que se propalen las ideas del mundo libre y la defensa de los derechos de propiedad a más países en el mundo y que tanto desarrollo generó EEUU, persista en medidas proteccionistas y antiinmigración.

Creemos que dados estos hechos, aún se debe estar vigilante del camino que tomará la relación entre ambos gigantes mundiales y no cantar victoria de momento pensando que ya se empiezan a cimentar el final de la denominada “Segunda Guerra Fría”. Lampadia

Trump volverá a hacer grande a China

Nouriel Roubini
Project Syndicate
23 de diciembre, 2019 
Traducido y comentado por Lampadia

A pesar del último ” magro acuerdo ” sino-estadounidense para aliviar las tensiones sobre el comercio, la tecnología y otros temas, ahora está claro que las dos economías más grandes del mundo han entrado en una nueva era de competencia sostenida. La evolución de la relación depende en gran medida del liderazgo político de EEUU, lo que no es un buen augurio.

Los mercados financieros se alentaron recientemente por la noticia de que EEUU y China alcanzaron un acuerdo de “fase uno” para evitar una mayor escalada de su guerra comercial bilateral. Pero en realidad hay muy poco de lo que alegrarse. A cambio del compromiso tentativo de China de comprar más bienes agrícolas estadounidenses (y algunos otros) y modestas concesiones sobre los derechos de propiedad intelectual y el renminbi, los EEUU acordaron retener los aranceles sobre otras exportaciones chinas por un valor de US$ 160,000 millones, y revertir algunas de las tarifas introducidas el 1 de septiembre.

La buena noticia para los inversores es que el acuerdo evitó una nueva ronda de aranceles que podría haber llevado a los EEUU y a la economía mundial a una recesión y a colapsar los mercados bursátiles mundiales. La mala noticia es que representa solo otra tregua temporal en medio de una rivalidad estratégica mucho mayor que abarca cuestiones comerciales, tecnológicas, de inversión, monetarias y geopolíticas. Los aranceles a gran escala se mantendrán vigentes, y la escalada podría reanudarse si cualquiera de las partes elude sus compromisos.

Como resultado, un desacoplamiento sino-estadounidense se intensificará con el tiempo, y es casi seguro en el sector de la tecnología. EEUU considera que la búsqueda de China para lograr la autonomía y luego la supremacía en tecnologías de vanguardia, que incluyen inteligencia artificial, 5G, robótica, automatización, biotecnología y vehículos autónomos, es una amenaza para su seguridad económica y nacional. Tras la inclusión en la lista negra de Huawei (un líder 5G) y otras empresas tecnológicas chinas, EEUU continuará tratando de contener el crecimiento de la industria tecnológica de China.

Los flujos transfronterizos de datos e información también estarán restringidos, lo que generará preocupaciones sobre una “red astillada” entre EEUU y China. Y debido al mayor escrutinio de EEUU, la inversión extranjera directa china en EEUU ya se ha derrumbado en un 80% desde su nivel de 2017. Ahora, las nuevas propuestas legislativas amenazan con prohibir que los fondos públicos de pensiones de EEUU inviertan en empresas chinas, restrinjan las inversiones chinas de capital de riesgo en los EEUU y obliguen a algunas empresas chinas a retirarse de las bolsas de valores estadounidenses por completo.

EEUU también se ha vuelto más sospechoso de los estudiantes y académicos chinos con sede en EEUU que pueden estar en condiciones de robar los conocimientos tecnológico. Y China, por su parte, buscará evadir cada vez más el sistema financiero internacional controlado por EEUU y protegerse de la armamentización del dólar. Con ese fin, China podría estar planeando lanzar una moneda digital soberana, o una alternativa al sistema de pagos transfronterizos de la Sociedad Mundial de Telecomunicaciones Financieras Interbancarias (SWIFT) controlado por Occidente. También puede intentar internacionalizar el papel de Alipay y WeChat Pay, sofisticadas plataformas de pagos digitales que ya han reemplazado la mayoría de las transacciones en efectivo dentro de China.

En todas estas dimensiones, los desarrollos recientes sugieren un cambio más amplio en la relación sino-estadounidense hacia la desglobalización, la fragmentación económica y financiera y la balcanización de las cadenas de suministro. La Estrategia de Seguridad Nacional de la Casa Blanca de 2017 y la Estrategia de Defensa Nacional de EEUU del 2018 consideran a China como un “competidor estratégico” que debe ser contenido. Las tensiones de seguridad entre los dos países se están gestando en toda Asia, desde Hong Kong y Taiwán hasta los mares del este y sur de China. EEUU teme que el presidente chino, Xi Jinping, que haya abandonado el consejo de su predecesor Deng Xiaoping de “esconder su fuerza y esperar su tiempo”, se haya embarcado en una estrategia de expansionismo agresivo. Mientras tanto, China teme que EEUU esté tratando de contener su aumento y niegue sus preocupaciones legítimas de seguridad en Asia.

Queda por ver cómo evolucionará la rivalidad. La competencia estratégica sin restricciones conduciría casi con el tiempo de una escalada guerra fría a una guerra caliente, con consecuencias desastrosas para el mundo. Lo que está claro es el vacío del viejo consenso occidental, según el cual admitir a China en la Organización Mundial del Comercio y acomodar su ascenso lo obligaría a convertirse en una sociedad más abierta con una economía más libre y más justa. Pero, bajo Xi, China ha creado un estado de vigilancia orwelliano y ha duplicado una forma de capitalismo de estado que es inconsistente con los principios del libre comercio y el comercio justo. Y ahora está utilizando su creciente riqueza para flexionar sus músculos militares y ejercer influencia en Asia y en todo el mundo.

La pregunta, entonces, es si existen alternativas razonables a una guerra fría que se intensifica. Algunos comentaristas occidentales, como el ex primer ministro australiano Kevin Rudd, abogan por una “competencia estratégica administrada”. Otros hablan de una relación sino-estadounidense construida en torno a la “cooperación”. Asimismo, Fareed Zakaria de CNN recomienda que los EEUU persigan tanto el compromiso como la disuasión frente a China. Todas estas son variantes de la misma idea: la relación sino-estadounidense debe involucrar la cooperación en algunas áreas, especialmente cuando están involucrados bienes públicos globales como el clima y el comercio y las finanzas internacionales, al tiempo que se acepta que habrá una competencia constructiva en otras.

El problema, por supuesto, es el presidente de EEUU, Donald Trump, que no parece entender que la “competencia estratégica gestionada” con China requiere un compromiso de buena fe y cooperación con otros países. Para tener éxito, EEUU necesita trabajar estrechamente con sus aliados y socios para llevar su modelo de sociedad abierta y economía abierta al siglo XXI. Puede que a Occidente no le guste el capitalismo de estado autoritario de China, pero debe tener su propia casa en orden. Los países occidentales deben promulgar reformas económicas para reducir la desigualdad y evitar crisis financieras perjudiciales, así como reformas políticas para contener la reacción populista contra la globalización, al tiempo que se mantiene el estado de derecho.

Desafortunadamente, la administración actual de los EEUU carece de tal visión estratégica. El Trump proteccionista, unilateralista e iliberal aparentemente prefiere enemistarse con amigos y aliados de EEUU, dejando a Occidente dividido y mal equipado para defender y reformar el orden mundial liberal que creó. Los chinos probablemente prefieran que Trump sea reelegido en 2020. Puede ser una molestia a corto plazo, pero, dado el tiempo suficiente en el cargo, destruirá las alianzas estratégicas que forman la base del poder blando y duro estadounidense. Al igual que un “candidato de Manchuria” en la vida real, Trump “hará que China vuelva a ser grande”. Lampadia

Nouriel Roubini, profesor de economía en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y presidente de Roubini Macro Associates, fue economista sénior para Asuntos Internacionales en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca durante la administración Clinton.




10 años del TLC Perú EEUU

10 años del TLC Perú EEUU

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

La semana pasada, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Americas Society & Council of the Americas (AS/COA), organizaron la conferencia: 10 Años del TLC Perú-EEUU: Impacto y perspectivas, en la que participé como ex miembro del Comité Internacional de AMCHAM.  

Comparto algunas de las ideas que presenté:

Un país chico como el Perú solo puede generar riqueza trayéndola del exterior, y eso solo puede suceder vía el aumento del comercio internacional y la inversión extranjera.

El TLC con Estados Unidos permitió ambos procesos y además permitió que nuestras relaciones comerciales se multiplicaran con otros países.

Ese proceso fue muy importante para la recuperación de la economía peruana. Marcó un hito muy importante. Por ello hay que agradecer a los funcionarios públicos que participaron en esta importante gesta, así como a los ciudadanos del mundo civil que lo hicieron.

Esta gesta conllevó tres grandes batallas, la negociación misma del acuerdo, la batalla política en EEUU, y la batalla política en el Perú. Las tres requirieron y lograron superar grandes dificultades. Por ejemplo, en pleno proceso en EEUU se produjo un cambio de administración, de los republicanos a los demócratas, que eran manifiestamente anti TLC. En la negociación se cayó la participación de Colombia, que era, originalmente, el tren del que nos colgamos para ser parte de la negociación. En la batalla política local, el establishment político y mediático eran completamente adversos al acuerdo, sin embargo, hacia el final de la negociación, el 75% de la población llegó a manifestar su aprobación del TLC.

El TLC Perú – Estados Unidos se firmó justo a tiempo para que el Perú pudiera aprovechar el súper ciclo de los commodities, el aumento de los flujos de inversión internacional y la reducción de las tasas de interés, que permitieron que redujéramos la pobreza, la desigualdad y mejoraremos todos los indicadores sociales. Fenómeno que duró hasta inicios de la segunda década del nuevo siglo.

Durante el proceso, el gobierno peruano dejó consentir que el sector agrícola era el sector perdedor del acuerdo. En ese contexto, a mí me tocó desarrollar la tesis contraria:

Ver: https://www.lampadia.com/assets/uploads_documentos/03d0b-estudio-del-impacto-del-tlc-en-el-sector-agri-cola-peruano-jul-07.pdf

La realidad ha demostrado que justamente el sector agrícola, con las agro-exportaciones, ha sido el gran ganador del acuerdo, multiplicando nuestras exportaciones y generando empleo formal en el sector rural.

Lamentablemente, hoy día hay una guerra comercial entre EEUU y China, que nos ha afectado dramáticamente al haber bajado el crecimiento de China y el precio del cobre.

Además, se está deshaciendo la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se va a quedar aparentemente sin capacidad de arbitraje de las disputas. Ver en Lampadia: ¿Es el fin de la OMC?.

Este ambiente tan negativo del comercio internacional es muy perjudicial para el Perú. Por ello, debemos ser muy proactivos en promover la recuperación del comercio internacional, aprovechar todos los espacios, foros, instituciones, etc., para unir esfuerzos con otros países pequeños que tienen nuestras mismas necesidades.

El TLC fue liderado por MINCETUR y acompañado por la Cancillería. Ahora les toca a ambas instancias un rol muy proactivo de promoción de nuestra participación en el comercio internacional. Lampadia




De pillos y semianalfabetos

David Belaunde Matossian
Para Lampadia

Nuestro ilustre premio Nobel de literatura hace poco volvió al podio que le otorga la fama para atacar a sus odiados enemigos fujimoristas, refiriéndose a los (ex)congresistas como a “pillos” y “semianalfabetos” – eco de sus “cacasenos y bribones” de 1990.

Hubiera sido más productivo un análisis de porqué tenemos el tipo de político que tanto aflige al novelista. Aunque influyen factores locales (como el bajo nivel educativo de la población), no perdamos de vista el panorama mundial. Aquí como en el resto de Occidente, hemos visto en los últimos 20 años el surgimiento del político no convencional, de figuras semicómicas y grotescas. El “nivel” en cada caso, es una preocupación. No estamos solos.

La razón detrás del auge de tales personajes es conocida: una parte importante de la población ya no se reconoce en el discurso y las acciones del Establishment. Esto sucede, generalmente, cuando partidos que se suponen opuestos convergen en puntos sobre los cuales no existe consenso entre los ciudadanos, provocando así una crisis de representatividad.

En semejante situación, el carácter poco “convencional” de ciertos novatos políticos ya no es una desventaja, sino lo contrario: aquel que está bien integrado en el sistema tiene miedo de romper con el consenso ideológico – mientras que el “outsider”, el “loco”, el “impresentable” si lo hará porque no tiene nada que perder (o así lo cree, aunque eso es cada vez menos cierto).

El atractivo de la figura heterodoxa y poco pulida tiene orígenes profundos. Es un tropo común a muchas civilizaciones. La “verdad” se encarna a través del hombre “simple”. El pescador se vuelve predicador – no importa el nivel de instrucción si ha sido tocado por la Gracia (cuyo equivalente moderno podría ser el sentido común perdido, aunque eso sea teológicamente un contrasentido).

En las últimas décadas, esta desconexión entre la clase política y la población se dio, primero, con el consenso neoliberal de los 90s y de buena parte de la década del 2000 – que hacía caso omiso, en los mercados desarrollados, del sentir de quienes se quedaron “atrás” en el juego del libre mercado.

Luego, en la última década, y más aun entre los años 2012 y 2016, el consenso en la clase política se desplazó hacia el izquierdismo cultural, que transpone esquemas mentales de enfrentamiento de “clases” al análisis de relaciones entre los sexos, los grupos étnicos, etc. La interseccionalidad (termino que la mayoría de sus fácticos adeptos probablemente desconocen) establece principios de compensación social en las cuales todos los supuestos opresores de otrora – sin importar sus cualidades propias o sus condiciones económicas actuales – tienen todas las de perder.

La suma de estos dos vectores de alejamiento entre gobernados y las élites políticas, mediáticas y culturales, en el plano de las ideas, y de diversos escándalos de corrupción, conllevó al surgimiento de políticos “no tradicionales” tanto en Estados Unidos como en Europa, y tanto a la derecha como a la izquierda.

El caso peruano es algo más complejo, puesto que el consenso neoliberal siempre fue bastante precario, sobre todo en el sur del país. Si, en cambio, se ha dado un consenso en torno al izquierdismo cultural en el seno sus élites, más atentas a las modas ideológicas en Nueva York o en París que a los sentires del común los peruanos. Así, para una parte importante de la población que considera que, por ejemplo, la seguridad es un tema más importante que la igualdad de género, o que la educación moral de sus hijos les compete a los padres y no al Estado, ¿quién puede representarlos, en el escenario actual de la política peruana sino el fujimorismo? No obstante sus defectos, este último es realmente el único vehículo de expresión para un grupo de ideas y sensibilidades que, le guste o no al Establishment, existen.

¿Cómo se está solucionando el problema de la (falta de) representatividad en Estados Unidos? Sencillamente, los dos partidos se han reposicionado para incorporar a sus vertientes “no convencionales”. Los Republicanos se han vuelto en conjunto más conservadores socialmente de lo que eran hace 5-6 años, mientras que el partido Demócrata por su lado se ha reorientado hacia mensajes cada vez más radicales. Aunque las excentricidades de Trump ponen en aprietos a más de un congresista republicano, el haber incorporado al “Trumpismo” en su kit ideológico deja vislumbrar el día en el que el partido podrá dispensar de los servicios de tan controvertido líder.

En nuestro país, eso no ha pasado. En vez de eso, se ha prácticamente eliminado a la principal fuerza política social-conservadora bajo cubierta de la lucha contra la corrupción. A corto plazo, es una movida ingeniosa y eficaz – mix de virtu maquiavélica y de picardía criolla. Se ha distraído a la población, haciendo que se olvide de los grandes debates ideológicos (el modelo económico, Estado de Derecho vs. “Justicia social”, etc.) y se concentre en uno de los deportes nacionales favoritos: el linchamiento, verdadero sacrificio humano en el altar de la autocomplacencia moral.

A mediano y largo plazo, sin embargo, eso no resuelve el problema, ya que existirá un corpus de ideas y de sensibilidades que no tendrán representación política. ¿Eso significa acaso que desaparecerán? No, simplemente se expresarán por otros canales. Tal vez incluso a través de grupos que son de “izquierda” económicamente, pero conservadores en lo social (Antauro, etc.), lo cual podría tener consecuencias catastróficas.

Seamos claros: no es sano para una democracia que la vida política esté dominada por personajes de “bajo nivel” (que, en verdad, encontramos a lo ancho del espectro partidario, no solo en el fujimorismo). Pero la manera de evitarlo es que los líderes con mejor preparación tomen en cuenta las preocupaciones que se expresan a través de los políticos no convencionales, y les den una respuesta creíble, mejor pensada, menos demagógica. Esto requiere de coraje para enfrentar el oprobio de sus pares y un esfuerzo de lectura – con el cual se descubre que no hace falta ser un fanático religioso para defender ciertas posturas conservadoras.

Esa es, en verdad, la única manera de “elevar el nivel” en la política nacional, sin sembrar las semillas de una futura guerra de Canudos a la peruana. Lampadia




Constitución y Democracia

Daron Acemoglu y James A. Robinson, los afamados autores de Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (¿Por qué fracasan los países?), acaban de publicar un nuevo libro, The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty (El pasillo estrecho: estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad), donde afirman que las instituciones y libertades de la democracia “surgen de la movilización de la sociedad, su asertividad y su voluntad de usar las urnas cuando puede y las calles cuando no puede”.

Su análisis, publicado en un artículo de Project Syndicate, que compartimos líneas abajo, se desarrolla alrededor del comportamiento extremo de Donald Trump y la movilización política para su ‘Impeachment’ (vacancia), promovida por el partido demócrata.

Más allá del caso estadounidense, el artículo es de especial interés para el Perú, a la luz de las disputas constitucionales que nos ocupan estos días.

Una cita muy interesante de los autores es sobre lo que Madison (uno de los padres fundadores de EEUU) recalcó con elocuencia: “primero hay que dar al gobierno capacidad de controlar a los gobernados; y luego forzarlo a controlarse a sí mismo”. Algo que establece un balance de poder entre la calle y el gobierno.

En esencia, los autores plantean que cuando se producen situaciones extremas en la política, es muy importante contar con la movilización de las élites y de la sociedad. En un trance como el actual en el Perú, donde el presidente ha cruzado el Rubicón y se ha alejado de lo establecido por la Constitución, llama la atención que acá, a diferencia de los ejemplos que mencionan los autores, nuestras élites y la sociedad parecen adormiladas y desorientadas, sin capacidad de reacción.

Recomendamos seriamente la lectura del siguiente artículo:

La Constitución no salvará a la democracia estadounidense

Project Syndicate
Setiembre 24, 2019
DARON ACEMOGLU
, JAMES A. ROBINSON

CAMBRIDGE – La revelación de una denuncia anónima en la comunidad de inteligencia estadounidense que acusa al presidente Donald Trump de hacer ofertas inadecuadas a un líder extranjero reactivó las esperanzas que hace poco pendían del informe del fiscal especial Robert Mueller. Muchos que no soportan la presidencia transgresora, mentirosa y polarizadora de Trump creyeron que el sistema hallaría el modo de disciplinarlo, contenerlo o destituirlo. Pero esas esperanzas eran erradas entonces, y son erradas ahora.

La mayoría de votantes que están hartos de Trump y del Partido Republicano que lealmente se encolumnó a sus espaldas no deben esperar que el freno a Trump se lo pongan figuras salvadoras o iniciados del poder en Washington. Cumplir esa tarea es responsabilidad de la sociedad, primero que nada, votando en las urnas, y de ser necesario protestando en las calles.

La fantasía de que a Estados Unidos puedan salvarlo figuras de Washington y la Constitución es parte de una narrativa compartida en relación con los orígenes de las instituciones estadounidenses, según la cual, los habitantes del país deben la democracia y las libertades a los padres fundadores y al modo brillante y visionario con que diseñaron un sistema con la provisión correcta de controles y contrapesos, separación de poderes y otras salvaguardas.

Pero como explicamos en nuestro nuevo libro The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty (hay traducción al español: El pasillo estrecho: estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad), no es así como surgen las instituciones y libertades de la democracia; más bien, las hacen surgir y las protegen la movilización de la sociedad, su asertividad y su voluntad de usar las urnas cuando puede y las calles cuando no puede. Y Estados Unidos no es excepción.

Los padres fundadores de los Estados Unidos, como las élites económicas e intelectuales británicas en aquel tiempo, procuraron elaborar leyes e instituciones que sostuvieran un Estado fuerte y capaz, bajo el control de gobernantes con ideas similares a las suyas. Algunos consideraron que la mejor solución era alguna especie de monarquía.

La Constitución de los Estados Unidos, redactada en 1787, es reflejo de esos preconceptos. No incluía una carta de derechos, y consagró muchos elementos no democráticos. No fue un descuido. El objetivo principal de los padres fundadores era aplacar el creciente fervor democrático de la gente común y someter a las legislaturas de los estados, que habían sido empoderadas por el documento que antecedió a la Constitución: los Artículos de la Confederación.

En los días que siguieron a la Guerra de la Independencia, muchos, entusiasmados por las nuevas libertades que se les habían prometido, estaban decididos a participar activamente en la formulación de políticas. En respuesta a la presión popular, los estados perdonaban deudas, imprimían dinero y cobraban impuestos. Esa prodigalidad y autonomía pareció subversiva a muchos de los padres fundadores, en particular James Madison, Alexander Hamilton y George Washington. El propósito de la Constitución que redactaron no era sólo el manejo de la política económica y la defensa de la nación, sino también volver a encerrar al genio de la democracia en la botella.

Madison lo recalcó con elocuencia: “primero hay que dar al gobierno capacidad de controlar a los gobernados; y luego forzarlo a controlarse a sí mismo”. De hecho, los padres fundadores no creían que fuera buena idea que la gente protestara, eligiera a sus representantes en forma directa o tuviera demasiada participación en política.

A Madison también le preocupaba que “un aumento de la población necesariamente aumentará la proporción de los que sufren las penurias de la vida y secretamente anhelan una distribución más igualitaria de los beneficios. Con el tiempo, estos pueden superar en número a los no alcanzados por la sensación de indigencia”. La Constitución buscaba prevenir que ese deseo de “una distribución más igualitaria de los beneficios” se trasladara a las políticas en la práctica.

Uno de los catalizadores de la Constitución fue la Rebelión de Shays en Massachusetts occidental (1786‑87), cuando unas 4000 personas tomaron las armas y se unieron a una protesta liderada por un veterano de la Guerra Revolucionaria, Daniel Shays, contra las penurias económicas, los altos impuestos y la corrupción política. La incapacidad del gobierno federal para financiar y desplegar un ejército que suprimiera la rebelión fue un llamado de atención: se necesitaba un Estado más fuerte, capaz de contener y aplacar la movilización popular. El objetivo de la Constitución era hacerlo posible.

Pero el plan no se desarrolló según lo previsto. Los intentos de los padres fundadores de construir un Estado generaron sospechas. Muchos temían las consecuencias de un Estado poderoso, especialmente en cuanto el impulso democrático se revirtiera; se multiplicaron los pedidos de que se incluyera una declaración explícita de los derechos de los ciudadanos, algo que Madison mismo empezó a promover, para persuadir a su propio estado (Virginia) de ratificar la Constitución. Luego se presentó a la presidencia con una plataforma favorable a la Carta de Derechos, con el argumento de que era necesaria para “apaciguar las mentes del pueblo”.

La Constitución incluyó los controles y contrapesos y la separación de poderes en parte para “forzar [al gobierno] a controlarse a sí mismo”. Pero su objetivo principal no era hacer a Estados Unidos más democrático y proteger mejor los derechos del pueblo. En la visión de los padres fundadores, estos arreglos institucionales, incluido un Senado elitista de elección indirecta, eran necesarios no para proteger al pueblo del gobierno federal, sino para proteger a ese gobierno de un fervor democrático excesivo.

No es extraño entonces que, en coyunturas críticas de la historia estadounidense, no hayan sido tanto las salvaguardas del sistema contra el exceso democrático o el diseño brillante de la Constitución los que promovieron los derechos y libertades de la democracia, sino la movilización popular.

Por ejemplo, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando poderosos magnates (los “barones ladrones”) se hicieron con el dominio de la economía y la política de Estados Unidos, no les pusieron freno los tribunales o el Congreso (ya que por el contrario, controlaban estas ramas del Estado). Esos magnates y las instituciones que les daban poder tuvieron que rendir cuentas cuando la gente se movilizó, se organizó y consiguió elegir a políticos que prometieron imponerles regulaciones, nivelar el campo de juego económico y aumentar la participación democrática, por ejemplo, mediante la elección directa de los senadores.

Asimismo, en los años cincuenta y sesenta, no fue la separación de poderes lo que finalmente derrotó al sistema legalizado de racismo y represión en el sur de los Estados Unidos, sino la acción de manifestantes que se organizaron, protestaron y construyeron un movimiento de masas que obligó a las instituciones federales a actuar. Lo que finalmente convenció al presidente John F. Kennedy de intervenir (y promulgar la Ley de Derechos Civiles) fue la “cruzada de los niños” del 2 de mayo de 1963, cuando cientos de niños fueron arrestados en Birmingham (Alabama) por participar en las protestas. Como expresó Kennedy: “Los hechos sucedidos en Birmingham y otros lugares han intensificado de tal modo las demandas de igualdad que no sería prudente que ninguna ciudad, estado u órgano legislativo decida ignorarlas”.

Hoy también, lo único que puede salvar a Estados Unidos en esta hora de agitación política y crisis es la movilización de la sociedad. No se puede esperar que lo hagan figuras salvadoras o los controles y contrapesos. E incluso si pudieran, cualquier cosa que no sea una derrota contundente en las urnas dejará a los partidarios de Trump con la sensación de haber sido agraviados y engañados, y la polarización se profundizará. Peor aún, sentará un precedente en el sentido de que las élites deben controlar a las élites, y aumentará la pasividad de la sociedad. ¿Qué pasará la próxima vez que un líder inescrupuloso haga cosas peores que Trump y las élites no acudan al rescate?

Visto en esta perspectiva, el mayor regalo de Mueller a la democracia estadounidense fue un informe que se abstuvo de iniciar el proceso de juicio político, pero expuso la mendacidad, la corrupción y los delitos del presidente, para que los votantes puedan movilizarse y ejercer el poder y la responsabilidad que les competen de reemplazar a los malos dirigentes.

La Constitución no salvará a la democracia estadounidense. Jamás lo ha hecho. Sólo la sociedad estadounidense puede hacerlo.

Traducción: Esteban Flamini

Daron Acemoglu is Professor of Economics at MIT and co-author (with James A. Robinson) of Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty and The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty. 

James A. Robinson is Professor of Global Conflict at the University of Chicago and co-author (with Daron Acemoglu) of Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty and The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty.




Es necesario activar la inversión pública y privada

El primer semestre del 2019 no trajo consigo cifras auspiciosas para la economía peruana. Basta con revisar las cifras de crecimiento del primer trimestre (2.34%), las del segundo (1.08%) y las del primer semestre (1.72%). Tomando esto en cuenta, uno se pone a pensar en la última vez que se tuvo un escenario tan poco alentador: el año 2009.

En dicho año, la economía más grande del mundo, Estados Unidos, había caído y su mejor competidora, China, todavía no se volvía la figura hegemónica que es hoy en día. Sin embargo, el Perú no fue afectado en gran medida por tal evento, esto dado que tanto el Ministerio de Economía y Finanzas como el Banco Central iniciaron a tiempo las políticas fiscales contra-cíclicas y las políticas expansivas en cuanto al manejo de la tasa de referencia, respectivamente. Estas tuvieron como enfoque mantener el dinamismo en la economía, bajo el soporte del gasto privado y público.

El escenario que se vive hoy en día es sumamente diferente, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. En este sentido, a continuación, se presentan algunos puntos interesantes de la situación actual:

  • El nivel de ejecución de obras públicas es mínimo, alcanzando solo un 30% a finales de julio. En especial, se puede ver que el bloque de Gobiernos Regionales es el que menos marca en cuanto a porcentaje de ejecución. Esta situación, también, es la principal razón por la cual las políticas contra-cíclicas no pueden ostentar la misma efectividad que tenía en el 2009.
  • En cuanto al nivel de adjudicaciones de APP’s de ProInvesión, también se tiene una caída considerable, en comparación al año pasado. En el 2018, este nivel marcaba US$2739 millones, durante todo el año; sin embargo, durante todo el primer semestre del 2019, tan solo se ha llegado a US$255 millones.
  • El nivel de inversión privada redujo su crecimiento, marcando un 3.1%, en comparación con el 7.3% que se vio en los últimos periodos. Esto a causa del conflicto comercial entre Estados Unidos y China.
  • Específicamente, las amenazas arancelarias de Estados Unidos hacia China no auguran un buen escenario para esta última. De tal manera, se estima que China pueda experimentar su peor desaceleración en los últimos 10 años.
  • También se reportó una contracción del PBI de Alemania en el segundo trimestre del 2019.
  • Estos últimos eventos se han traducido a una caída en algunos indicadores clave. Por ejemplo, durante el primer semestre del 2018, las exportaciones peruanas crecieron un 4.1%; mientras que, en el primer semestre del 2019, estas decrecieron un 1%. Asimismo, los precios de las exportaciones cayeron un 6.2% hacia junio del 2019; en comparación con el aumento del 15.2% en el mismo periodo durante 2018.

Estos factores son los que marcan la diferencia en comparación con el escenario del 2009. Y son estos mismos factores son los que hacen que la economía peruana demande un impulso que la haga más dinámica y asegure la creación del empleo a futuro. En este sentido, un buen primer paso sería concentrarse más en la inversión privada y, en base a ello, generar un impulso a corto plazo. Otra opción es establecer un programa de reformas estructurales que nos permita elevar la tasa de crecimiento del PBI potencial. En este sentido, lo que se debe buscar con más celeridad es una mayor productividad en el mercado laboral peruano, pues esta es la mejor manera de aprovechar los beneficios del crecimiento económico en distintos contextos del país.

Finalmente, es bueno recalcar que el Perú ostenta fundamentals sólidos para su crecimiento; sin embargo, el ruido político y el accidentado diálogo entre las instituciones y la población juegan en contra del crecimiento. Prueba de esto último es lo sucedido en Tía María. No obstante, las futuras inversiones en el Perú deben tener siempre como consigna asegurar un mejor aprovechamiento de los recursos que gana el Perú cuando su economía crece, tanto para las personas que habitamos este país como las empresas que se desarrollan en él. Lampadia




¿Cuáles son las verdaderas repercusiones de la guerra comercial entre EEUU y China?

¿Cuáles son las verdaderas repercusiones de la guerra comercial entre EEUU y China?

The Economist presenta algunas reflexiones sobre el conflictivo escenario que se vive entre Estados Unidos y China. Lo que al principio no tuvo las repercusiones esperadas – estas fueron menores a las estimadas – ahora se ha convertido en un tira y afloja que amenaza con afectar la integridad económica de ambos países por igual.

El caso de Estados Unidos es el que más llama la atención, pues una recesión parece estar en ciernes, a la vez que los mercados financieros expresan una caída histórica, tanto en el mercado de renta variable (precios de acciones y el S&P 500) como en mercados de renta fija (bonos privados y del tesoro). Es entonces que se hace palpable un cambio de estrategia por parte del equipo de Donald Trump.

La crisis se agravó hace poco más de una semana cuanto se anunciaron una serie de aumentos de tarifas por parte de EEUU, que se traducían a US$300 mil millones. La respuesta china fue ordenar a sus empresas no adquirir más bienes agropecuarios americanos.

Este es solo el outcome que se esperaba tras tanta tensión. Lo que pasa es que EEUU ya había señalado a China como un competidor desleal que mantenía una moneda de valor artificialmente bajo para reforzar sus exportaciones. Esto, no bien visto en los ojos de los americanos., fue el principal aliciente para que este acuse a China de “manipulador de su moneda”.

En cuanto al escenario de Estados Unidos en los últimos años, se puede apreciar una floreciente economía que ha basado su solidez en las políticas de Trump, un dólar relativamente barato y accesible y protegido por tarifas al comercio internacional. ¿El resultado? Un crecimiento claro de la economía estadounidense, en comparación a sus privilegiados pares, pero no necesariamente sostenible en el tiempo.

En este sentido, las verdaderas repercusiones de esta guerra comercial serán las afectaciones al panorama económico de los próximos años, tanto para ambos países como para los que dependen de estos. Esto dado que una serie de políticas que trastocan tanto la fluidez del comercio internacional tendrá como un escenario de incertidumbre y; por ende, de desconfianza. Esto, al término, significará un obstáculo para el crecimiento de la economía americana y una inyección desmedida de liquidez en el caso de China. La solución al conflicto puede, también, venir por parte del compromiso de las instituciones americanas – como la Reserva Federal – para brindar solidez a la economía y salvaguardar la confianza de quienes apuestan por ella. Esperemos que, para setiembre, en cuanto se retome el diálogo entre ambos países, se pueda llegar a un acuerdo que haga justicia a ambas partes. Lampadia

Comercio entre China y Estados Unidos
Peligrosos cálculos erróneos

Estados Unidos no puede tener una economía fuerte, una guerra comercial y un dólar débil al mismo tiempo.

The Economist
08 de agosto del 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Desde que comenzó la guerra comercial en 2018, el daño causado a la economía mundial ha sido sorprendentemente leve. Estados Unidos ha crecido de manera saludable y el resto del mundo se ha complicado. Pero esta semana la imagen se oscureció a medida que se intensificó la confrontación entre Estados Unidos y China, con más aranceles amenazados y una amarga disputa sobre el tipo de cambio de China. Los inversores temen que la disputa desencadene una recesión, y hay signos ominosos en los mercados: los precios de las acciones cayeron y los rendimientos de los bonos del gobierno cayeron a mínimos casi récord. Para evitar una recesión, ambas partes deben comprometerse. Pero para que eso suceda, el presidente Donald Trump y sus asesores deben repensar su estrategia. Si aún no se ha dado cuenta, pronto debería: Estados Unidos no puede tener una moneda barata, un conflicto comercial y una economía próspera.

El último aumento de las tensiones comenzó el 1 de agosto, cuando la Casa Blanca amenazó con imponer una nueva ronda de aranceles sobre las exportaciones chinas de $ 300 mil millones a principios de septiembre. China respondió cuatro días después diciéndole a sus compañías estatales que dejaran de comprar productos agrícolas estadounidenses. El mismo día permitió que su moneda fuertemente administrada pasara una tasa de siete frente al dólar, un umbral que puede parecer arbitrario, pero es simbólicamente importante.

Eso encendió un fusible debajo de la Oficina Oval. Trump ha afirmado durante mucho tiempo que otros países, incluida China, mantienen sus monedas artificialmente baratas para impulsar sus exportaciones, perjudicando a Estados Unidos. Se ha estado agarrando sobre el dólar fuerte durante meses. En junio acusó a Mario Draghi, el jefe del Banco Central Europeo, de debilitar injustamente el euro al insinuar recortes de tasas. Horas después de la caída del yuan, el Tesoro de Estados Unidos designó a China como un “manipulador de divisas” y prometió eliminar su “ventaja competitiva injusta”. A medida que aumentaron las hostilidades, los mercados se desvanecieron, con un rendimiento de los bonos a diez años en Estados Unidos que alcanzó el 1,71%, ya que los inversores consideraron que la Reserva Federal recortará las tasas de interés para tratar de mantener viva la expansión.

No se puede negar que China ha manipulado su tipo de cambio en el pasado. Pero hoy se está desarrollando una dinámica diferente en todo el mundo. Trump quiere una economía en auge, protegida por aranceles e impulsada por un dólar barato, y cuando no los consigue, arremete. Pero la realidad económica hace que estos tres objetivos sean difíciles de conciliar. Los aranceles perjudican a los exportadores extranjeros y frenan el crecimiento más allá de las fronteras de Estados Unidos. Un crecimiento más débil a su vez conduce a monedas más débiles, a medida que las empresas se vuelven cautelosas y los bancos centrales facilitan la política de respuesta. El efecto es particularmente pronunciado cuando Estados Unidos está creciendo más rápido que otros países ricos, como lo ha hecho recientemente. La fortaleza duradera del dólar es el resultado, en parte, de las políticas de Trump, no de una conspiración global.

A menos que este hecho llegue pronto, se hará un daño real a la economía global. Ante la incertidumbre creada por una pelea de superpotencias viciosas, las empresas en Estados Unidos y en otros lugares están reduciendo la inversión, perjudicando aún más el crecimiento. Las tasas de interés más bajas están haciendo que los bancos desvencijados de Europa sean aún más frágiles. China podría enfrentar una inundación desestabilizadora de dinero tratando de abandonar sus fronteras, como sucedió en 2015. Y es posible una mayor escalada a medida que ambas partes buscan armas económicas que se consideraban impensables hace unos años. Estados Unidos podría intervenir para debilitar el dólar, socavando su reputación de mercados de capital sin restricciones. China o Estados Unidos podrían imponer sanciones a más empresas multinacionales, de la misma manera que Estados Unidos ha incluido en la lista negra a Huawei, o suspender las licencias de los bancos que operan en ambos países, causando estragos.

Mientras persigue una confrontación comercial cada vez más imprudente, la Casa Blanca puede imaginar que la Reserva Federal puede ir al rescate recortando las tasas nuevamente. Pero eso malinterpreta la profundidad de la inquietud que ahora se siente en las fábricas, salas de juntas y pisos comerciales en todo el mundo. En septiembre se reanudarán las conversaciones entre Estados Unidos y China. Es hora de un acuerdo. La economía mundial no puede soportar mucho más de esto. Lampadia