Por: Rolando Arellano
El Comercio, 15 de marzo de 2021
Si preocupa que algún candidato “antisistema” llegue al poder el 28 de julio, debería también preocupar que llegue un candidato populista. Porque son muy peligrosos y la población peruana hoy está muy proclive a escucharlos. Veamos.
El espiral negativo del populismo es claro. Normalmente se da con personas de poca preparación con cierto éxito en su actividad. Y generalmente más que con ideas, dicen “hablar con los hechos”, como Donald Trump.
De candidatos prometen regalar mucho, y si llegan al poder no exigen esfuerzo ni sacrificios a las mayorías y más bien les dan subsidios, construyen coliseos y hacen espectáculos. Para ello gastan las reservas y usan el íntegro de los ingresos fiscales, derrochando sin crear riqueza. Si piensan en Rafael Correa, están cerca.
Cuando se acaban los ahorros, nacionalizan empresas, hipotecan la producción de petróleo o minerales y se endeudan a tasas muy altas. Y para justificar la inflación, que siempre llega, culpan a enemigos minoritarios como los bancos, las grandes empresas, los migrantes y ahora al COVID-19, que no se defiende. Hitler en Alemania escogió a los judíos.
Luego buscan perpetuarse en el poder, porque si lo dejan tendrán que afrontar cargos de corrupción y de falta a las leyes. Para eso tratarán de fraguar elecciones o detener a sus opositores. Quizás usted piense aquí en Daniel Ortega.
Si no son reelegidos, le dejan al nuevo gobierno la tarea de exigir sacrificios a la población, recortar subsidios y crear impuestos para arreglar la tragedia económica. Y de paso lo acusan de gobernar mal, sobre todo como defensa contra los juicios que les han hecho. Con él si estábamos bien, le dicen la gente, y por ello a veces son reelegidos, como en la Argentina kirschnerista.
¿Y por qué son más escuchados los populismos en el Perú hoy? Porque en momentos de fragilidad, como el de la actual pandemia, la población está más abierta a promesas que a sacrificios. Como ejemplos, acabada la guerra los británicos eligieron al laborista Clement Attlee que ofrecía una sociedad de bienestar, en lugar de a Winston Churchill, que les exigió sangre, sudor y lágrimas. Y aquí Alberto Fujimori le ganó a Vargas Llosa justamente por negar que haría el shock que el futuro Nobel prometía.
El problema es que los populismos siempre terminan mal. Cuando todo lo que podía gastarse se gastó, lo que podía robarse se robó y lo que podía expropiarse se hizo, no queda nada que sostenga al populista. Y allí solo le queda aferrarse al poder por la fuerza, como Nicolás Maduro, o tener la suerte de morir antes de ver los destrozos que empezó, como Hugo Chávez. Y dejan a su pueblo casi siempre, en inmensa crisis. Cuidado con los populismos.