Las investigaciones recientes demuestran que las habilidades cognitivas y socioemocionales de los niños guardan relación directa con lo que ocurre durante los tres primeros años de vida, y sobre todo, con la buena nutrición y calidad de las interacciones en el entorno familiar. Las diferencias en el desempeño académico y laboral posteriores, así como la incidencia de comportamientos sociales disfuncionales, pueden vincularse a procesos íntimamente ligados a las experiencias de la primera infancia. De allí la enorme importancia que tienen las intervenciones públicas focalizadas en los niños para promover no solo la equidad, sino también el desarrollo sostenible.
Los niños bien nutridos y estimulados tienen un mejor desempeño cognitivo que sus pares que no lo están. Esta diferencia registrada a los 3 años se mantiene sin mayores variantes a los 18. En ese sentido, las ventajas adquiridas tempranamente condicionarán la capacidad de aprendizaje posterior y tendrán además profundas repercusiones en la adquisición de habilidades no-cognitivas críticas.
Como señala James Heckman, Premio Nobel de Economía y autor de numerosos trabajos sobre el tema, si no se interviene tempranamente, resultará muy difícil y costoso revertir las disparidades generadas durante ese periodo crítico de la vida y reforzar las habilidades de los niños más pobres.
En ese sentido, si lo que se busca es revertir las diferencias y asimetrías que se generan como resultado de las desigualdades y darles mejores oportunidades a los niños más pobres, entonces los esfuerzos públicos deberían estar centrados en lo que ocurre antes de que los niños lleguen al colegio. De lo contrario, corremos el riesgo de perpetuar enormes déficits e inequidades que difícilmente podremos superar más tarde. Tienen más impacto positivo las condiciones de vida de los niños vulnerables temprano, que tratar de corregir y remediar las consecuencias adversas de los déficits que se arrastran y acumulan a lo largo del tiempo. Un dólar invertido en combatir la desnutrición infantil y ampliar la educación preescolar tiene retornos superiores al de la inmensa mayoría de otras inversiones públicas.
Y sin embargo este es un ámbito tradicionalmente relegado de las políticas públicas. Los niños no pueden articular sus demandas, no marchan por las calles ni bloquean carreteras para ser escuchados y obtener ampliaciones presupuestales. Felizmente, se viene dando un cambio de actitud sobre el tema y se nota una creciente preocupación por la suerte de la primera infancia, situación que se refleja en la prioridad que desde el Estado comienza a asignarse a los programas que benefician a los niños en situación de vulnerabilidad (el impulso a Cuna Más es un ejemplo de ello).
En los últimos años hemos avanzado mucho, pero las tareas pendientes son significativas. Si bien la desnutrición crónica infantil se ha reducido significativamente, el porcentaje de niños desnutridos duplica al de pobres extremos. A pesar de los progresos registrados, casi la mitad de los niños peruanos de 3 a 5 años en zonas rurales no tienen acceso a la educación de primera infancia. La proporción de niños que acceden a educación preescolar en zonas rurales es menor a 2%.
Las investigaciones de Hoeckman y sus colegas demuestran más allá de cualquier duda las ventajas y mayores retornos asociados a la inversión en la educación temprana. En ese sentido, vale preguntarse si la persistencia de los resultados deficientes que venimos registrando en las evaluaciones estandarizadas de aprendizajes escolares no están acaso confirmando la necesidad de repensar nuestros esfuerzos para priorizar precisamente lo que ocurre antes de que los niños lleguen al colegio.