La ola de protestas masivas que se viene registrando en Brasil en las últimas semanas revela el fracaso de un modelo económico y político del que conviene tomar nota.
Estas protestas están dirigidas, por un lado, contra un Estado de bienestar que no ha cumplido lo que prometía; sin embargo, por otro, están dirigidas también contra un sistema político extremadamente desatento a los requerimientos ciudadanos. La combinación de estos factores ha generado esta indignación colectiva, que podría desembocar en una crisis de gobernabilidad.
A pesar de tener un inmenso territorio y de contar con una población de casi 200 millones de habitantes, el nivel de desarrollo de Brasil no es significativamente superior al del Perú. El último registro –en dólares constantes y ajustados a paridad del poder de compra– del producto bruto interno per cápita brasileño es solo 20% superior al peruano.
Sin embargo, su fracaso más clamoroso radica en la persistente y desigual distribución de la riqueza: los últimos registros de su índice Gini son similares a los que presentaba hace treinta años; Brasil sigue siendo, prácticamente, el país más desigual del mundo.
Los programas sociales emprendidos en los últimos diez años por los gobiernos de Luiz Inácio
Lula da Silva y Dilma Rousseff no han logrado revertir esta situación a pesar de la agresiva retórica en la que han estado envueltos. Evidentemente, ella explica, en buena medida, la frustración que originan las actuales protestas sociales; no obstante, a ella debe añadírsele el hecho de que Brasil cuenta con un sistema político poco responsable, como consecuencia del sistema de representación proporcional casi puro con el que se eligen a sus congresistas.
El investigador italiano Giovanni Sartori decía que, cuando los congresistas no se eligen individualmente, sino en listas, resulta más probable que el caballo de Calígula ingrese al Senado. De hecho, así como en el Perú este sistema electoral hizo posible la llegada de Susy Díaz al Congreso en 1995, en Brasil hizo posible también la elección del payaso Tiririca en su última renovación del Congreso. El que este haya sido designado el mejor congresista del año 2012 por las encuestas de opinión pública de ese país solo revela el nivel de descrédito al que ha llegado su sistema político.
Las protestas masivas brasileñas deben alertar al Perú y a los demás países latinoamericanos respecto a qué modelo seguir. El modelo brasileño es preferible al venezolano, argentino, ecuatoriano y boliviano, pero dista mucho de poder exhibir los logros del chileno. Chile tiene un índice Gini superior al Perú, pero inferior al de Brasil. En todo caso, gracias a un menor énfasis en la redistribución de la riqueza, Chile ha logrado generar un mejor ambiente para la inversión privada, que no ha tardado en reflejarse en un mayor nivel de desarrollo y reducción de la pobreza.
Los gobiernos latinoamericanos deben adelantarse a los hechos, poniendo atención a cómo mejorar los niveles de rendición de cuentas de sus sistemas políticos. Más que enfatizar la redistribución de la riqueza, la prioridad de sus agendas debe ser emprender las reformas políticas pendientes. Para acercar a los políticos a la ciudadanía, la clave es aumentar la frecuencia de las elecciones y sustituir el sistema de elección por lista por uno de elección individual de los congresistas. Más vale prevenir que lamentar.