Ian Bremmer
El Comercio, 6 de noviembre de 2025
“La política estadounidense puede cambiar por completo cada ciclo electoral”.
Estados Unidos está ganando. O al menos así parece si se observan los índices del mercado o el desfile de países que hacen fila para cerrar acuerdos con el presidente Donald Trump.
La economía estadounidense supera a la de sus aliados. Las acciones siguen alcanzando máximos históricos. Países asiáticos y del Golfo han prometido billones de dólares en inversión extranjera directa. Es un momento eufórico. Pero aunque el panorama a corto plazo luce sólido, EE.UU. está intercambiando ventajas estratégicas a largo plazo por ganancias tácticas inmediatas, y los costos se acumulan de formas que no serán evidentes hasta que sea demasiado tarde.
Comencemos con la inmigración. Durante décadas, la piedra angular de EE.UU. ha sido su capacidad para atraer a los mejores y más brillantes del mundo. Ahora, las políticas de Trump son cada vez más hostiles hacia la inmigración, el sentimiento nativista entre los estadounidenses crece, y las libertades civiles se sienten cada vez más inciertas.
Luego están las universidades. Es cierto que muchos departamentos de humanidades se habían vuelto intelectualmente endogámicos y políticamente capturados. Pero Trump ha ido mucho más allá, recortando la infraestructura de investigación de las mejores universidades. Estas instituciones mantienen a EE.UU. en la vanguardia de la ciencia y la tecnología avanzada y atraen a los estudiantes más talentosos del planeta. Dañar ese ecosistema erosiona uno de los pilares más importantes de la economía estadounidense.
Consideremos la inteligencia artificial. Estados Unidos avanza rápidamente en aplicaciones de IA dirigidas al consumidor porque allí está el dinero. Pero esas tecnologías también están fragmentando la sociedad, amplificando la desinformación y contribuyendo a una especie de psicosis colectiva. China, en cambio, ha orientado el desarrollo de la IA lejos de las aplicaciones de consumo, priorizando usos en defensa e industria, que conllevan menos riesgo de fragmentación social y un beneficio estratégico mayor.
La energía cuenta una historia similar. Estados Unidos se ha convertido en el mayor petroestado del mundo, produciendo más petróleo, gas y carbón que cualquier otro país. Eso no es un problema en sí mismo, pero el país ha cedido el liderazgo en energía post-carbón a China, que ya domina la tecnología de baterías, la energía solar, la próxima generación nuclear y las cadenas de suministro de minerales críticos.
O la política comercial. Trump está imponiendo los aranceles más altos en un siglo, en sectores en los que EE.UU. carece de capacidad para aumentar rápidamente la producción interna sin generar escasez o inflación. Combinado con un giro hacia la política industrial y el capitalismo de Estado, el país se aleja de los principios de libre mercado que hicieron su economía tan competitiva.
Esta visión a corto plazo también se extiende a la geopolítica. La mayoría de los países están dispuestos a concederle victorias a Trump para evitar un conflicto abierto. Pero esos mismos países también trabajan para no volver a encontrarse en esa posición.
Estas estrategias no son gratuitas: requieren años de capital político, millones en inversión y nueva arquitectura institucional. Una vez establecidas, son difíciles de revertir. La política estadounidense puede cambiar por completo cada ciclo electoral, con poca continuidad o planificación estratégica a largo plazo. Esa volatilidad reduce el poder de influencia estadounidense con el tiempo, incluso si a corto plazo produce victorias para la economía más grande del mundo.
Así que, al preguntar si EE.UU. seguirá superando a sus aliados y adversarios, la respuesta depende del horizonte temporal. ¿A corto plazo? Absolutamente. Sigue siendo, con diferencia, el país más poderoso del mundo, por lo que hay margen para cometer errores antes de que el declive se manifieste.
Pero, a largo plazo, la trayectoria es preocupante. Las ventajas históricas que disfrutaba Estados Unidos frente a sus pares están deteriorándose, quizás de manera insostenible. Quizás lo más preocupante es que hoy todos en un país profundamente dividido coinciden en algo: que la mayor amenaza del país es interna. Solo discrepan en quién representa esa amenaza. Estados Unidos está renunciando a su liderazgo a largo plazo a cambio de victorias a corto plazo, y tarde o temprano llegará la factura. La pregunta no es si el país pagará por esta adicción a la gratificación inmediata. Es cuánto costará… y cuándo.






