Por: César Campos Rodríguez
Expreso, 9 de Abril del 2023
Retomo esta columna luego de un breve periplo por Reino Unido y Francia, países que padecen visicitudes propias pero nada ajenas al contexto de la crisis internacional generada por la pandemia de la covid-19, la infausta agresión de Rusia a Ucrania y la emergencia atrevida de los fracasados modelos controlistas promovidos por la izquierda presupuestívora de siempre. Emergencia debida al activismo zurdo más que a las supuestas bondades de sus programas y, claro está, la flojera liberal para pregonar las ventajas comprobadas del sistema de libertades.
La vieja Inglaterra padece una inflación que toca severamente hasta el bolsillo de los turistas. Y la demagogia progre francesa ha convertido la sensata iniciativa del gobierno de Emmanuel Macron para fijar el límite de la jubilación en 64 años y no en 62, en una propuesta siniestra y mutilante de aparentes derechos sociales. Viví en carne propia el cierre de varias estaciones del servicio del metro parisino el martes 28 de marzo. La verdad sea dicha, Macron no lidera su país. A estas alturas, parafraseando a Jorge Luis Borges, apenas es la expresión formal de un error de las estadísticas.
Sin embargo son naciones institucionalizadas donde nacieron las democracias de Occidente que llegaron a nuestras costas con ideas, conceptos, enunciados. El pensamiento precedió la acción y hubo pueblos con alto grado cívico para implementar sistemas tolerantes, de avanzada y auténtica inclusión cultural. En el espejo del Perú, mi país querido y amado, todo lo deplorable se reduce a esa maldita informalidad que ya no debe ser sacralizada sino denunciada como el origen de todos nuestros males. No tener orden ni ley, ni siquiera para circular en nuestros vehículos sin el riesgo de ser apuñalados por un limpiador de parabrisas, revela el sótano inefable al que hemos caído como sociedad medianamente organizada. Vivimos sorteando el peligro como si fuera el viejo oeste norteamericano.
Aun así encuentro un Perú cuyo 71 % declara que opta por el trabajo antes que las protestas irracionales y pese a que un 78 % expresa su descontento con el gobierno de Dina Boluarte. Esto merece una lectura fina, sobre todo porque tanto la festividad de los carnavales regionales de febrero como esta semana santa de abril, han demostrado que la movilidad ciudadana en pos del trabajo digno e intenso trasciende el ánimo rebelde dirigido e instrumentalizado del radicalismo izquierdista.
El peruano común no requiere políticas públicas específicas sino un ámbito libre para trabajar, hacer obra y llevar un pan a la boca de sus hijos. Algo así como lo entendió Fernando Belaunde cuando gestó Cooperación Popular bajo el lema “El pueblo lo hizo”. Decía que esta frase era a la respuesta que le daban las organizaciones populares cuando preguntaba por obras de envergadura social.
El pueblo lo hizo una y otra vez. Vendrán mejores tiempos para corroborarlo.