Alfonso Bustamante Canny
Perú21, 28 de mayo del 2025
«Invito a los lectores a reflexionar sobre nuestro estado de ánimo en lo político durante los siguientes diez meses previos a las elecciones».
El Perú crece más que la región, nuestra inflación es una de las más bajas del mundo, las normas esenciales de la economía se mantienen vigentes y la inversión privada crece, generando empleo y bienestar. A la delincuencia, criminalidad y corrupción se le combate y consultados los empresarios sobre sus planes de inversión en el futuro, en su gran mayoría siguen apostando por el Perú.
Sin embargo, en la conversación cotidiana y en la mayoría de los medios de comunicación (por cierto, no es el caso de este medio) solo se habla de lo mal que estamos y de la ineptitud de nuestros gobernantes, de la oclocracia y los bandidos que pululan en los 3 poderes del Estado.
Seguramente podemos estar mejor, sin embargo, es necesario reparar en que las limitadas capacidades para gobernar o mejor dicho, para cogobernar de este gobierno son consecuencia del resultado electoral de 2021, donde elegimos a un presidente corrupto e incapaz, cuyo partido fomentaba la lucha de clases, prometía la destrucción de la clase media y proponía un Estado empresario, coactando las libertades individuales, para imponer a los peruanos un modelo fallido que empobrece a las naciones y los condena al permanente subdesarrollo.
Desde que la presidente Boluarte asumió la jefatura del Gobierno por “carambola”, en sucesión democrática, (con excepción de Petroperú) no ha tenido un solo atisbo de estatismo ni de retroceso en la promoción del crecimiento económico, entendiendo que esta es la ÚNICA forma de crear riqueza capaz de beneficiar a todos los peruanos. De hecho, algunos de los ministros de Estado del gobierno de Dina, como Rómulo Mucho, Hania Pérez de Cuéllar o más recientemente José Salardi, han sido lo mejor que hemos visto en los últimos 20 años.
Debemos entender que para gobernar se requiere el concurso y apoyo del Congreso de la República (felizmente se reinstalará el Senado); y sin bancada propia que le dé soporte, el Ejecutivo requiere hacer concesiones, muchas no deseadas. Todo esto es invisible para la opinión pública y tendemos a criticar y a repudiar a quien está frente al sillón presidencial.
Invito a los lectores a reflexionar sobre nuestro estado de ánimo en lo político durante los siguientes diez meses previos a las elecciones. Si nos mantenemos en permanente estado de crítica y pesimismo y lo reflejamos en nuestra vida cotidiana, llegaremos a las elecciones pensando con el hígado en vez del cerebro y eso solo conduce a una elección por frustración o por odio, lo que favorece al radicalismo ideológico destructivo y podría llevarnos a elegir nuevamente a un tirano disfrazado de cordero que los lleve a decir: “Qué bien estábamos cuando estábamos tan mal”. Seamos optimistas que tenemos más de 30 millones de razones para serlo.
(Ojalá el titular de esta columna no sea una premonición)