Agustín Laje, Director del Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad (LIBRE), en su artículo ¿Por qué hay tantos niños ricos de izquierda?, sostiene que el joven que ha aprendido a vivir mediante el esfuerzo de otros (sus padres), quiere lo mismo para los demás. Un buen sentimiento, pero completamente errado pues sus padres jamás hubieran mantenido a un completo desconocido que no integre su grupo familiar.
Agrega que el joven que vive de la redistribución de la riqueza que efectúan sus padres en su favor, “ha aprendido de forma inconsciente a concebir la economía como una torta dada que debe ser repartida, cuando lo cierto es que en la economía la torta no está ni dada (debe producirse) ni puede ser repartida por una figura paternalista sin que ello ponga en peligro los propios incentivos que llevaron a crear dicha torta”.
Laje señala, además, que “lo que no entiende el niño rico de izquierda, es que los peores totalitarismos que ha vivido la humanidad han sido consecuencia precisamente de querer hacer de la sociedad moderna una ‘gran familia’ y del Estado un ‘buen padre’”.
Lo mismo sucede cuando un buen ser humano es conmovido por una desgracia individual, a la que se reacciona con los mejores sentimientos y brinda algún tipo de apoyo o ayuda, que luego se proyecta a la necesidad de apoyar inmediatamente a todos los que tengan problemas similares. Así, nace el asistencialismo en una concepción que puede llevar a pensar que hay que distribuir la “torta”. Una suerte de modelo mental ‘Ganar-Perder’, determinista, que implica que la riqueza existe per se y no es creada. Cuando contrariamente, el modelo ‘Ganar-Ganar’ es el mejor para lograr la prosperidad de los ‘más’.
Así ha pasado precisamente con la humanidad, que ha tenido un crecimiento exponencial de bienestar, ingresos y trabajo, durante los últimos 200 años.
El mismo tipo de pensamiento, se introduce ‘osmóticamente’ en muchos religiosos que por su sagrada función conviven con la miseria física de muchos seres humanos, a quienes dedican su vida, ayudando de la manera que un alma sola puede hacer, de uno en uno. De esta vivencia, vemos muchas veces que con el corazón en la mano, se proponen acciones sociales imbuidas de la misma concepción asistencialista.
Está muy claro que la miseria no puede ser dejada de pasar y que debe ayudarse a soportar la pobreza extrema, tanto por parte del Estado, como de las empresas e individuos con mayores capacidades, pero eso no debe llevarnos a confundir la necesidad de diseñar políticas públicas que permitan eliminar la pobreza en forma sostenible, mediante los mismos procedimientos que aplicaron los países que ya lo lograron: buena educación, acceso a buenos servicios públicos, disposición de infraestructuras que faciliten sus labores y calidad de vida e, inversión e innovación que permitan la creación de empleo de calidad para el sustento de vidas dignas.
Los países que todavía mantenemos altos niveles de pobreza, corremos el riesgo de caer en políticas que confunden los planos individuales con los sociales. Y peor aún, el mayor riesgo, históricamente comprobado, el del populismo. Aquella prédica que se cuela por todas las ranuras sentimentales y promueve falsas esperanzas.
Por esa razón es que una sociedad, una nación que quiera emprender un camino sólido hacia la prosperidad, necesita buenos líderes. Estos, nos parecerán, duros, algunas veces, pero todos sabemos que el camino al bienestar tiene siempre luces y escollos, requiere una buena dosis de persistencia y el sacrificio de la gratificación inmediata, por el bienestar futuro.
Laje explica que: “En primer lugar, debe decirse que los principios de justicia socialista basados en la necesidad (“de cada uno según su capacidad a cada uno según su necesidad” decía Marx), resultan apropiados para regir órdenes sociales micro, tales como la familia o el grupo de amigos en las sociedades modernas. En efecto, hace justicia la madre que da a sus hijos según sus necesidades y urgencias, y no según otros criterios como podría ser el mérito. ¿Acaso consideraríamos justo que el padre de familia evalúe el mérito de sus hijos, por ejemplo, en la escuela, a la hora de decidir si suministrarles o no alimento?”
“Ahora bien, si intentáramos aplicar hasta las últimas consecuencias el principio de la necesidad como criterio de justicia en un orden extenso, sólo una situación de incompleta injusticia e ineficiencia podría derivarse de tal cosa. El legítimo altruismo familiar devendría en ilegítimo saqueo social por parte de una autoridad planificadora que acabaría a la postre con toda libertad individual y hundiría a la sociedad en el hambre y la miseria (el genocidio soviético y el genocidio maoísta son sólo dos ejemplos históricos de lo dicho)”.
Recomendamos leer el artículo de Laje. Es muy importante entender porque el sentido común puede a veces llevarnos a proyectar nuestro pequeño espacio de experiencia personal para sustentar la construcción de trampas sociales y políticas que al final hacen más difícil la superación de la pobreza. Reflexionemos sobre los peligros del asistencialismo desaprensivo y del populismo. Estamos entrando en un nuevo proceso electoral, tengamos muy presente que, lo que tenemos o queremos para nuestro hogar, no se puede lograr del mismo modo para el conjunto de la sociedad. Lampadia