Jaime Spak
Para Lampadia
Cuando Alejandro Toledo cambio el nombre a su extinto partido, y le puso Perú Posible, pensé que nuestra patria tendría un destino de éxito.
Sin embargo, para variar todo quedo en buenas intenciones.
Como me gustaría poder escribir sobre las extraordinarias posibilidades que tiene el Perú de crecer y ser un país diferente.
Lamentablemente nos encontramos con una realidad insoslayable y no podemos vencer los más importantes problemas que tiene el Perú, que son la corrupción y la inseguridad ciudadana.
Es el caso del gato de despensero.
Quienes nos deben de proteger de la inseguridad están contagiados de la más completa corrupción.
El ministerio del interior debe de ser ingresado a cuidados intensivos.
Para vencer esta lacra se requiere mano dura y un gobernante dispuesto a ganarse el pleito.
En un excelente artículo escrito la semana pasada por Rafael Venegas, indicaba que tenemos los mejores recursos naturales, pero que los recursos humanos no han ido a la par con el crecimiento.
¿La democracia no puede defenderse a sí misma?
El tema de la corrupción es endémico en nuestra sociedad.
En el último estudio que acaba de publicar el instituto Videnza, indica una cifra escalofriante.
Del 100% de desembolsos que hace el estado peruano, el 14% va a bolsillos de la corrupción.
¿Se imaginan cuanto se podría lograr, si ese dinero fuera utilizado en obras de salud, educación, saneamiento y sobre todo en seguridad?
Los lamentables casos Lava Jato, Club de la Construcción, Marka Group y gente de alto nivel inmersa en narcotráfico nos enrostra el terrible peso de la corrupción en el sector privado.
Gente honesta que se rompe el lomo por sacar adelante sus empresas y a la vez dar una mejor calidad de vida a sus familias, son testigos de personas que delinquen y no les pasa nada.
Esto debe de acabar.
En el sector público es peor.
Los casos de Los Cuellos Blancos (jueces), los casi 90% de gobernadores regionales que están con investigaciones en la fiscalía, los congresistas que prácticamente se han convertido en ladrones al quitar a la fuerza parte de los sueldos de sus trabajadores, los cercanos colaboradores de Pedro Castillo que han robado y se han dado a la fuga, son algunos de tantos ejemplos.
Lo que más nos sorprende de esta mezcla explosiva de corrupción e inseguridad, es que la toleramos como algo normal.
Darle una coima al policía, zamparse en la cola, pasarse una luz roja, faltar el respeto a una persona por su clase social, no pagar impuestos, entre tantas cosas, nos hacen cómplices de la corrupción.
Debemos dejar de quejarnos y encarar el problema de una vez.
Hay que tomar el toro por las astas.
Me permitiré dar dos sugerencias para que esto acabe.
- Endurecer las penas a los corruptos, tal como lo hizo Singapur, que ocupa el puesto número uno entre los países que han logrado erradicar la corrupción.
- Hacer que la meritocracia sea aplicada en todas las instituciones públicas.
Una de las leyes más afortunadas de Singapur fue, a mediados de los años sesenta, la que ordenó que colegios y universidades enseñaran a los jóvenes, en sus programas de estudio, la asignatura de ética pública.
Lo mismo se hacía con el público, a través de las salas de cine, antes de empezar la película.
Se comprobó que uno de los aliados más perversos de la corrupción en los organismos gubernamentales, era la cantidad de trabas y complicaciones que le ponían a proveedores y contratistas privados.
Se descubrió incluso, que muchas veces esas normas eran creadas, precisamente, para facilitar los sobornos.
Pero este cambio debe de hacerse con liderazgo fuerte.
En Singapur fue el presidente Lee Kwan Yew, quien encontró la fórmula para transformar la pequeña ciudad-Estado, que en los años 60 era un empobrecido puerto del sudeste asiático, centro de contrabando, narcotráfico y prostitución, con un PBI per cápita de apenas 500 dólares, en un país modelo.
Hoy en día es el cuarto en el ránking mundial de PBI per cápita con más de 65,000 dólares, al tope entre las cinco naciones con menos corrupción, y un ejemplo de conducta cívica que se percibe en las calles siempre impecables, donde escupir un chicle es pasible de una multa de 1,000 dólares.
¿Por qué no podemos imitar las cosas buenas en Perú?
Somos un país obediente, con energía se puede conseguir ese cambio cualitativo.
Y en el sector público la meritocracia es imprescindible.
Imagínenos a gente con capacidad, en los puestos más importantes.
Contratemos a los mejores profesionales, para que puedan hacer una carrera pública.
Para ello es preciso crear el “instituto de contrataciones del Estado”.
Y debe de estar conformado por gente de primer nivel para que no sigamos tolerando la incompetencia y la corrupción.
Con profesionales de primer nivel, bien remunerados, la corrupción se puede combatir.
Lo que ahorramos en corrupción, usarlo en buenos sueldos.
Es posible y es factible.
Eliminemos al perro del hortelano y al gato de despensero. Lampadia