Pablo Bustamante Pardo
Expresidente de IPAE
Director de Lampadia
The Economist explica “cómo los pobres del mundo dejaron de recuperarse”. Que “el progreso se estancó alrededor de 2015, y que para reiniciarlo, hay que liberalizarlo”.
Efectivamente, tal como venimos advirtiendo en Lampadia, con las guerras comerciales entre EEUU, China y Europa, más las nuevas miradas a las políticas industriales, así como con la penetración de las narrativas anti-globalización en las universidades estadounidenses (junto con la PUCP y la Universidad del Pacífico en el Perú), más el tropezón progre y woke en los medios de comunicación y en el mundo empresarial, se ha frenado el espacio de crecimiento hacia la prosperidad que, entre otros, el Perú supo aprovechar hasta el 2011.
En verdad el Perú vivió un período ‘mágico’ durante dos décadas, desde los 90 hasta el 2011, que coincidió felizmente con ese período de liberalismo comentado por The Economist. Justo cuando el Perú se embarcó en un proceso de reformas liberalizadoras y de atracción de la inversión privada, local y extranjera, el mundo se abrió al comercio internacional, se aumentaron los flujos de inversión y se redujeron las tasas de interés.
Esto permitió en el Perú la reducción de la pobreza de 60 a 20%, el crecimiento de la economía, la creación de una nueva clase media, el aumento de empleo en las regiones, las negociaciones de los tratados comerciales y el aumento de las exportaciones de minerales, frutas y hortalizas, y hasta de maquinaria minera.
Si el Perú no hubiera optado por la liberalización, hubiéramos perdido esa gran oportunidad para traer riqueza. La pobreza no hubiera bajado de 50%, y seguramente estaríamos como Venezuela y Bolivia.
Lamentablemente, como indica The Economist, el mundo entró en regresión mental, frenó la apertura comercial y paró la senda de la prosperidad.
¿Qué hacer en el Perú?
ABRAZAR SIN COMPLEJOS LA ECONOMÍA DE MERCADO Y LA DEMOCRACIA LIBERAL
- Explicar a los ciudadanos los beneficios del crecimiento económico
- Destruir los mitos anti-modernidad e inversión pública
- Profundizar nuestros tratados comerciales
- Eliminar las sobre-regulaciones administrativas
- Refrescar la planilla del Estado con funcionarios pro-inversión privada
- Aprovechar el nuevo super-ciclo de cotizaciones de nuestros minerales
- Promover la inversión privada en las regiones
- Atraer la inversión extranjera
- Analizar las relaciones costo-beneficio de las leyes y normas
- Focalizar la acción del Estado en la eliminación de la pobreza extrema
¡Nuestro futuro es glorioso, solo tenemos que hacer las cosas medianamente bien!!!
Veamos el artículo de The Economist:
Cómo los pobres del mundo dejaron de recuperarse
The Economist
19 de septiembre de 2024
Traducido y glosado por Lampadia
Desde la Revolución Industrial, los países ricos han crecido, en su mayoría, más rápido que los pobres.
Las dos décadas posteriores a alrededor de 1995 fueron una excepción sorprendente. Durante este período, las brechas en el PIB se redujeron, la pobreza extrema se desplomó y la salud pública y la educación mundiales mejoraron enormemente, con una gran caída en las muertes por malaria y mortalidad infantil y un aumento en la matriculación escolar.
Los críticos de la globalización dirán que los excesos del capitalismo y la crisis financiera mundial deberían definir esta era. Se equivocan. Se definió por sus milagros.
Hoy, sin embargo, esos milagros son un recuerdo lejano.
Como informamos esta semana, la pobreza extrema apenas ha disminuido desde 2015.
Los indicadores de salud pública mundial mejoraron lentamente a fines de la década de 2010 y luego comenzaron a declinar después de la pandemia.
La malaria ha matado a más de 600,000 personas al año en la década de 2020, volviendo al nivel de 2012.
Y desde mediados de la década de 2010 no ha habido más crecimiento económico de recuperación.
Dependiendo de dónde se trace la línea divisoria entre países ricos y pobres, los más pobres han dejado de crecer más rápido que los más ricos, o incluso se están quedando más rezagados.
Para los más de 700 millones de personas que todavía viven en la pobreza extrema (y los 3,000 millones que son simplemente pobres), esta es una noticia desalentadora.
Para juzgar qué ha ido mal, primero hay que preguntarse qué ha ido bien en el pasado.
En los países más pobres, la educación y (sobre todo) la salud ha dependido de que los donantes extendieran grandes cheques. Pero, aunque la ayuda haya frenado las enfermedades, no ha desatado un crecimiento sostenible.
Lo mismo ocurre con los tecnócratas promercado del FMI y el Banco Mundial. Las instituciones occidentales han estado más implicadas en África y América Latina, donde el crecimiento ha sido irregular y ha variado en función de los precios de las materias primas.
Los críticos de la “era neoliberal” concluyen que, por lo tanto, la globalización fracasó. Sin embargo, las liberalizaciones más exitosas surgieron desde dentro de los países, en lugar de responder a los consejos de los donantes.
En la década de 1990, la convergencia global fue impulsada por unos pocos grandes éxitos: el rápido crecimiento de China después de su apertura bajo el gobierno de Deng Xiaoping, un proceso similar –aunque menos espectacular– en la India después de las reformas que desmantelaron el “Raj de las licencias”, y la integración de los países de Europa del Este a la economía de mercado global después de la caída del comunismo. Todo eso equivale a un poderoso respaldo al capitalismo.
Así como el mundo rico no hizo posible la convergencia, no es culpable del estancamiento del desarrollo actual.
Es cierto que los esfuerzos de Occidente son tan fallidos como siempre. El FMI y el Banco Mundial están haciendo malabarismos entre promover la reforma y el desarrollo y combatir el cambio climático, y están atrapados en medio de la lucha de poder entre Estados Unidos y China, que está haciendo endiabladamente difícil reestructurar las deudas de los países pobres.
Los presupuestos de ayuda se han reducido, lo que perjudica las campañas mundiales de salud pública, como sostiene Bill Gates en nuestra columna online ‘By Invitation’ [publicada en Lampadia como: Para salvar la niñez – Nutrición].
Se ha desviado dinero de la ayuda a los más pobres a otras causas, como la ecologización de las redes eléctricas y la ayuda a los refugiados.
Del dinero de ayuda que queda, gran parte se desperdicia en lugar de gastarse después de un estudio cuidadoso de lo que funciona. Los “Objetivos de Desarrollo Sostenible”, por los que la ONU juzga el progreso humano, son desesperanzadoramente dispersos y vagos.
El mayor problema, sin embargo, es que las reformas locales se han estancado. Con algunas excepciones notables, como las iniciativas del presidente Javier Milei en Argentina, los líderes mundiales están más interesados en el control estatal, la política industrial y el proteccionismo que en los ejemplos de los años 1990, y no es casualidad que esas políticas aumenten su propio poder.
Los índices de libertad económica se han mantenido prácticamente sin cambios en el África subsahariana desde mediados de la década de 2010 y en América del Sur desde principios de siglo. Nigeria, donde casi un tercio de la población es extremadamente pobre, sigue desperdiciando una fortuna en subsidios a la gasolina; los empresarios textiles de Bangladesh reciben un trato especial a expensas de los fabricantes que de otro modo podrían crear mejores empleos; y los ineficientes conglomerados mineros, petroleros y gasísticos de Pakistán, respaldados por el Estado, pueden seguir avanzando a trompicones.
A pesar de su crecimiento pasado, una cuarta parte de la población de China todavía vive con menos de 2,500 dólares al año; su desaceleración económica actual, agravada por la centralización de Xi Jinping y la censura de los datos económicos, está reduciendo sus posibilidades de una vida mejor.
Incluso India e Indonesia, que han liberalizado con éxito en el pasado pero aún tienen mucha gente pobre, ahora están interfiriendo con las fuerzas del mercado para tratar de traer las cadenas de suministro de regreso a casa. Según Global Trade Alert, un grupo de expertos, en la década de 2020 se han aplicado cinco veces más medidas comerciales perjudiciales que liberalizadoras.
Muchas de las intervenciones de Occidente en el Sur Global fracasaron, pero en la era de la convergencia al menos predicó las virtudes del libre mercado y el libre comercio. Esas ideas se difundieron porque se demostró que el comunismo era atrasado en comparación con la prosperidad y el poder de Estados Unidos. Sin embargo, hoy Estados Unidos se inclina cada vez más por el intervencionismo, desdeña el viejo orden y trata de reemplazarlo. Muchos países, en cambio, miran hacia el modelo chino de política industrial y empresas estatales, extrayendo lecciones totalmente equivocadas del crecimiento del país.
A medida que el mundo se fue volcando hacia la intervención, el instrumento elegido por los países pobres se convirtió en restricciones comerciales, como lo demuestran las investigaciones del FMI. Esto contiene un eco incómodo de los fallidos planes de desarrollo de los años 1950, que se basaron en congelar las importaciones en lugar de abrazar la competencia global. Los partidarios de la política industrial señalarán a las “economías tigre” del este de Asia, como Corea del Sur y Taiwán. Sin embargo, ambas aceptaron una dura competencia global. Y varios países africanos que intentaron copiar sus políticas industriales en los años 1970 fracasaron miserablemente.
No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes
El mundo pagará por no haber aprendido de la historia. Los países ricos se las arreglarán, como suelen hacer. Sin embargo, para los más pobres, el crecimiento puede ser la diferencia entre una buena vida y la penuria. No debería sorprender que el desarrollo se haya estancado a medida que los gobiernos rechazan cada vez más los principios que impulsaron una era dorada. Nadie sufrirá más como resultado de ello que los pobres del mundo. Lampadia