Recientemente el INEI publicó el estudio “Producción y Empleo Informal en el Perú” El documento destaca que entre 2007 y 2012 la informalidad en su conjunto bajó en 5.5 puntos porcentuales (de 79.8% a 74.3%). Esta conclusión fue el pretexto para el reinició un viejo debate en el Perú: la naturaleza del sector informal. En dicho contexto es que el Ministro de Producción, Piero Ghezzi, declaró que la informalidad era “el gran elefante en el closet que no hemos tocado como país”. ¿Es esto cierto? ¿La informalidad es un lastre o, por el contrario, es una de nuestras potencialidades?
Video: “Transformación de las ciudades”
Parafraseando a Jorge Basadre, la migración y la informalidad, dos procesos estrechamente ligados (como han demostrado José Matos Mar y Hernando de Soto, entre otros), son dos de las grandes transformaciones que ha tenido el Perú.
A comienzos de los años cuarenta del siglo pasado, señala Matos Mar, los provincianos “dijeron ‘vamos a vivir en ciudades, cambiemos el estilo de vida, dejemos los movimientos contestatarios porque con ellos no logramos nada’. [Posteriormente, la falta de inversión privada (inhibida por 30 años), la irrupción de Sendero Luminoso y el retiro del Estado], así, calladita la boca, comenzaron a migrar 8 millones de peruanos en 70 años. Migraron e Inventaron sus fuentes de ingreso e impusieron el poder de su cultura, con los ingredientes de una cultura milenaria, que había domesticado este país durante más de 115 siglos. Llegaron a la costa y dominaron Lima. Finalmente y a su estilo, construyeron barriadas, asentamientos humanos, pueblos jóvenes. Resistieron el cambio de Juan Velasco, aguantaron al terrorismo, lo soportaron y sufrieron, pero al final lograron conquistar Lima. Todos son emprendedores, informales, cambiaron la economía y crearon algo nuevo… El Perú tiene ahora 30 millones de habitantes que son ciudadanos peruanos. Ahora hay un Perú que por primera vez está integrado…”. Pasaron de las invasiones a la construcción de los “conos”, para terminar en lo que ahora llamamos “las Limas” Norte, Sur, Este y Oeste.
Cuando llegaron a la costa, no encontraron nada. Ni el Estado, ni el sector formal podían absorber su fuerza laboral, sus capacidades y su inventiva. Tenían tres opciones: la mendicidad, la delincuencia y el terrorismo. Escogieron una cuarta: el emprendimiento, hacerse empresarios. Sin otra herramienta que su fuerza de voluntad, sus largas horas de trabajo, sus mecanismos de ahorro (fierro y cemento), su tenacidad y su capacidad para hallar oportunidades en lugares en las que otros solo veían carestías, los migrantes crearon, de la nada, un pujante sector productivo al que se le llamó informal. Fue el Instituto Libertad y Democracia (ILD), el que lo calificó de esa manera.
Como ha señalado recientemente Richard Webb, “a diferencia de otros estudios de la informalidad, ´El otro sendero´ elaboró una ambiciosa tesis explicativa, centrada en el exceso de legalismo y el déficit de la democracia. Además, su interpretación aterrizaba en el terreno del quehacer del gobernante mediante un estudio de los costos de las barreras burocráticas, dándole así un sentido práctico poco usual en el mundo de la academia”.
Desde mediados de los 80, los estudios sobre la informalidad han apuntado a reconocer el potencial económico de este sector y a criticar al Estado por no proporcionarle las condiciones para formalizarlo. Por ello, sorprende que hoy se le critique con un discurso largamente superado y se le quiera perseguir, ¿acaso vamos a nombrar otro general Patton para perseguirlos? (Ver: Sobre el combate de la minería ilegal).
La vilificación del informal tiene eco en algunos medios locales, que llegan a afirmar que dado que “la informalidad laboral, muestra un bajísimo porcentaje de caída en el país, esto significa que más de la mitad de los empleados trabajan de manera negligente”. Nano Guerra García critica fuertemente comentarios similares de Gonzalo Portocarrero, para quien también el individualismo del emprendedor es un defecto, y el emprendedor “(…) está vinculado con el agravamiento de la crisis moral”. Los informales son autosuficientes, emprendedores, arrojados y entusiastas. Se las han ingeniado para conseguir financiamiento de las formas más creativas, logran una alta rotación del dinero y una “productividad marginal del capital” de niveles inimaginables. Estos no son defectos; son cualidades, que resaltan las virtudes liberales occidentales, y han sido compartidas por los fundadores del capitalismo real e incluso por los grandes capitanes empresariales que formaron grandes fortunas en el mundo.
El trabajador informal no es negligente, sencillamente, se encuentra fuera del sistema formal que siempre lo dejó fuera. No es un criminal que busca ganar a costa de otros. No solo es una parte constructiva de la sociedad, es el gran impulsor de la nueva sociedad peruana, base y principal constituyente de lo que Rolando Arellano denomina “La Nueva Clase Media”.
Pareciera que hoy no se entiende el problema de la informalidad. Estas personas que han transformado el país gracias a su impulso, sufren por la maraña de regulaciones que inhiben la formalidad.
Siguiendo a Matos Mar, el Gobierno “tiene que seguir el camino que han señalado los migrantes, tiene que completar la integración física, que significa hacer vías de comunicación, integrar a todos los pueblos, provincias y distritos con carreteras modernas, ferrocarriles, aeropuertos, puertos. Para integrar el país hay que dar trabajo, los gobiernos locales, regionales y el gobierno central deben contratar por lo menos un millón de personas rápidamente para que construyan la infraestructura”. Como también señala Richard Web en su libro “Conexión y despegue rural”.
Matos Mar agrega que “necesitamos de los empresarios nacionales, necesitamos a la familia Romero, Brescia, (al grupo) Gloria, y no solo a los diez o quince, sino a mil o cinco mil, y que no sean ‘pichiruchis’, nuestros grupos no llegan ni a los diez mil millones de dólares, mientras que los latinoamericanos están por cien mil millones, todavía somos peseteros, precarios. Entonces, hay que contribuir a enriquecerlos sí, pero hay que enseñarles a distribuir en beneficio de sus trabajadores, con un salario nuevo y formal”. De este proceso han surgido grupos como el de los Añaños, Topitop, el emporio de Gamarra, el clúster de ATEM y otros muchos.
Actualmente el paquete de reformas propuestas por el Gobierno nos da la esperanza que se haya cobrado conciencia del rol que tiene que cumplir el Estado. Este paquete de reformas promete recuperar el ritmo de inversión, desenredar la maraña regulatoria, e invitar a este pujante sector a la mesa del desarrollo duradero en formalidad.
Antes que combatir la informalidad, hay que combatir la formalidad. Lampadia