Patricia Teullet
Perú21, 12 de febrero de 2016
César es el mejor relacionista público que conozco. Es capaz de juntar ‘perro, pericote y gato’ en cuestión de minutos. Es un experto en el intercambio de favores entre su red de contactos y logra que las partes siempre queden contentas. Empieza a trabajar a las 6 a.m. y termina ‘cuando se termina’, sean las 6 o las 8 de la noche; de lunes a domingo.
Llega desde Villa El Salvador y demora ‘solo una hora gracias al tren eléctrico’. El mes pasado salió elegido ‘El Mejor Boleador’ del centro deportivo donde trabaja. Como varios de sus compañeros, empezó de ‘recogebolas’. Logró su cambio de categoría (que le permite un mayor ingreso) sin clases formales; observando, intentando y practicando. Lo que no ha cambiado es la forma en que percibe su ingreso: con propinas. Con ellas mantiene a su familia (esposa y dos hijas) y, aunque vive en una construcción en el tercer piso de la casa de su suegro, durante el verano envía a sus niñas a clases de natación y de baile. Tiene seguro gracias al SIS (la mejor creación del gobierno).
Como él, muchos jóvenes ganan fuera de planilla y su ingreso depende de las horas que logren trabajar cada día.
En la avenida Arequipa todavía se ven las huellas de los destrozos que hicieron, entre otros, algunos niños de la Católica, en protesta por la ley que aumentaría las oportunidades para que miles de jóvenes como César tuvieran mayor oportunidad de capacitarse y obtener un empleo formal. Ninguno de estos últimos participó en la marcha. Obviamente, no fueron convocados.
El Perú es un despliegue de informalidad. Nos hemos acostumbrado y hasta nos hace gracia ver que el ingenio criollo vence al Estado. No reparamos en que eso implica que millones de trabajadores no tendrán nunca una pensión o derecho a vacaciones pagadas. Ni en que las empresas formales no pueden competir y son ellas las que quiebran, perpetuando la informalidad y precariedad. Lampadia