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¿Luchar contra China o buscar la paz?

Después de lo de Hong Kong, ¿es posible confiar en un acuerdo con China?

Por: Yingtai Lung
El Comercio, 19 de Abril del 2023

“El miedo al conflicto con China está minando la tolerancia, el civismo y nuestra confianza en la sociedad democrática que hemos construido con tanto esfuerzo”.

Un amigo en Taipéi, la capital de Taiwán, escribió recientemente un apasionado post en Facebook en el que instaba a los jóvenes taiwaneses a prepararse para la guerra con China. La única manera de responder a las amenazas chinas de apoderarse de la isla era, según él, con la fuerza; cualquier otra cosa era un engaño. A pesar de sus 60 años, prometió tomar las armas si era necesario.

Este se ha convertido en un sentimiento preocupantemente común en Taiwán. Le envié un mensaje privado para decirle que la fuerza debería ser solo una parte de la estrategia de Taiwán, que nuestros políticos y otras figuras públicas deberían mostrar verdadero coraje tendiendo la mano a China para desescalar el conflicto de alguna manera. “No capitules”, me respondió. Ese intercambio, que enfrenta a dos amigos, es emblemático del daño que China ya está infligiendo en Taiwán sin que se haya disparado un solo tiro.

Acusar a alguien de ser un traidor o, por el contrario, de avivar la tensión por ser peligrosamente antichino se ha convertido en la norma. El miedo al conflicto con China está minando la tolerancia, el civismo y nuestra confianza en la sociedad democrática que hemos construido con tanto esfuerzo. Esta división y desconfianza juegan a favor de China.

Durante un almuerzo en el que participaron militares y estrategas, un ex alto cargo de Defensa retirado afirmó que China podría simplemente bloquear Taiwán, que solo dispone de gas natural para ocho días, cortar los cables submarinos de telecomunicaciones o estrangularnos económicamente cortando el comercio. Alrededor del 40% de las exportaciones de Taiwán van hacia China o Hong Kong. China, dijo, podría tomar la isla sin recurrir a la acción militar.

Nada de esto es completamente nuevo para Taiwán. Llevamos más de 70 años viviendo a la sombra de China, lo que nos ha moldeado. Aunque éramos isleños, muchos en mi generación nunca aprendimos a nadar, porque de niños nos daba miedo la playa. Los soldados las patrullaban a menudo, portando fusiles con bayonetas relucientes, y las islas cercanas a la costa china estaban fuertemente minadas. Se nos advertía que los hombres rana comunistas podían nadar hasta la orilla con la cara pintada de camuflaje y cuchillos entre los dientes.

Estamos orgullosos de la vibrante democracia y el éxito económico que hemos construido a pesar de estas condiciones. Hemos demostrado que la democracia puede funcionar en la cultura china. Esta mezcla de ansiedad, orgullo y perseverancia es la esencia del carácter de Taiwán y algo que a menudo pasa por alto un mundo que tiende a vernos como un peón en la rivalidad de China con Estados Unidos. También somos de carne y hueso.

Nuestro carácter quizá se ejemplifique mejor lejos del ruido político de Taipéi, en las zonas rurales agrícolas y las aldeas pesqueras, donde la gente es propensa a reírse, a regalar generosamente sus productos y a invitar espontáneamente a cenar. Incluso aquí las opiniones sobre China difieren, pero hay un denominador común de realismo que, espero por el bien de todos, prevalezca a largo plazo. No es que la gente común crea que resistirse a China es inútil, sino que Taiwán siempre estará dentro de la inmensa atracción gravitatoria de China y que el pragmatismo, incluso un acuerdo con China, podría ser preferible a la guerra.

Taiwán celebrará unas elecciones presidenciales cruciales en enero, y la cuestión de enfrentar a China o buscar una conciliación tendrá importantes implicancias en los próximos meses. Si gana el Kuomintang, la tensión con China podría disminuir; si el Partido Democrático Progresivo conserva el poder, quién sabe.

Uno de mis vecinos dice que, de todos modos, no importará, pues Estados Unidos y China deciden nuestro destino.

–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times




Por qué la contienda entre China y Estados Unidos está entrando en una fase nueva y más peligrosa

Funcionarios chinos se enfurecen por lo que ven como acoso estadounidense

The Economist
30 de marzo de 2023
Traducido y glosado por Lampadia

Es posible que se esperara que cuando China reabrió y se reanudó el contacto cara a cara entre políticos, diplomáticos y empresarios, las tensiones chino-estadounidenses se aliviarían en una ráfaga de cenas, cumbres y charlas triviales. Pero la atmósfera en Beijing ahora mismo revela que la relación más importante del mundo se ha vuelto más amarga y hostil que nunca.

En los pasillos del gobierno, los funcionarios del Partido Comunista denuncian lo que ven como la intimidación de Estados Unidos. Dicen que tiene la intención de golpear a China hasta la muerte. Los diplomáticos occidentales describen una atmósfera mezclada con intimidación y paranoia. En la Casa de Huéspedes del Estado de Diaoyutai, los ejecutivos multinacionales que asistieron al Foro de Desarrollo de China se preocuparon por lo que significaría una disociación más profunda para sus negocios. Lo único en lo que ambas partes están de acuerdo es que el mejor de los casos son décadas de distanciamiento, y que lo peor, una guerra, es cada vez más probable.

Cada lado está siguiendo su propia lógica inexorable. Estados Unidos ha adoptado una política de contención, aunque se niega a utilizar ese término. 

Ve una China autoritaria que ha pasado del gobierno de un solo partido a un gobierno de un solo hombre. Es probable que el presidente Xi Jinping esté en el poder durante años y sea hostil con Occidente, que cree que está en declive. En casa sigue una política de represión que desafía los valores liberales. Ha incumplido sus promesas de mostrar moderación al proyectar poder hacia el exterior, desde Hong Kong hasta el Himalaya. Su reunión con Vladimir Putin este mes confirmó que su objetivo es construir un orden mundial alternativo que sea más amigable con los autócratas.

Frente a esto, es comprensible que Estados Unidos esté acelerando su contención militar de China en Asia, rejuveneciendo viejas alianzas y creando otras nuevas, como el pacto AUKUS con Australia y Gran Bretaña. En el comercio y la tecnología, Estados Unidos está promulgando un embargo estricto y cada vez mayor sobre los semiconductores y otros bienes. El objetivo es frenar la innovación china para que Occidente pueda mantener su supremacía tecnológica: ¿por qué Estados Unidos debería permitir que sus inventos se utilicen para hacer que un régimen hostil sea más peligroso?

Para los líderes de China, esto equivale a un esquema para paralizarlo. América, a sus ojos, piensa que es excepcional. Nunca aceptará que ningún país pueda ser tan poderoso como él mismo, sin importar si es comunista o democrático. Estados Unidos tolerará a China solo si es sumisa, un “gato gordo, no un tigre”. Las alianzas militares asiáticas de Estados Unidos significan que China siente que está siendo rodeada dentro de su propia esfera natural de influencia. Las líneas rojas acordadas en la década de 1970, cuando los dos países restablecieron relaciones, como las de Taiwán, están siendo pisoteadas por políticos estadounidenses ignorantes e imprudentes. Los gobernantes de China creen que es prudente aumentar el gasto militar.

En el comercio, ven la contención estadounidense como injusta. ¿Por qué un país cuyo pib per cápita es un 83% más bajo que el de Estados Unidos debería verse privado de tecnologías vitales? Funcionarios y empresarios quedaron horrorizados por el espectáculo de TikTok, la subsidiaria de una empresa china, siendo asada en una audiencia del Congreso estadounidense este mes. Aunque algunos liberales chinos sueñan con emigrar, incluso los tecnócratas educados en el mundo occidental ahora condenan lealmente las demostraciones de riqueza, promueven la autosuficiencia y explican por qué la globalización debe estar al servicio de las prioridades políticas de Xi.

Dadas dos visiones del mundo tan arraigadas y contradictorias, es ingenuo pensar que más diplomacia por sí sola puede garantizar la paz.

Una reunión en Bali entre el presidente Joe Biden y Xi en noviembre alivió las tensiones, pero pronto se reafirmó la lógica más profunda de la confrontación.

La crisis de los globos espía (los funcionarios chinos se burlan de Estados Unidos por derribar lo que llaman un “globo travieso” perdido) mostró cómo ambos líderes deben parecer duros en casa.

Estados Unidos quiere que China adopte barandillas para controlar la rivalidad, incluidas líneas directas y protocolos sobre armas nucleares, pero China se ve a sí misma como la parte más débil: ¿por qué atarse a las reglas establecidas por su matón?

Nada sugiere que las hostilidades disminuirán. Las elecciones de Estados Unidos en 2024 mostrarán que atacar a China es un deporte bipartidista.

Frente a tal oponente, Estados Unidos y otras sociedades abiertas deben adherirse a tres principios. 

El primero es limitar el desacoplamiento económico, que según el FMI podría costar entre un manejable 0.2% del PIB mundial y un alarmante 7%. El comercio en sectores no sensibles también ayuda a mantener el contacto rutinario entre miles de empresas, reduciendo así la brecha geopolítica. Los embargos deben reservarse para sectores o áreas sensibles en los que China tiene un control absoluto porque es un proveedor monopólico: estos representan una minoría del comercio chino-estadounidense. Siempre que sea posible, las empresas que se encuentran a ambos lados de la guerra fría, como TikTok, acusada de difundir información errónea china, deben ser protegidas, vendidas o escindidas, no obligadas a cerrar.

El segundo principio es reducir las posibilidades de guerra. Ambas partes están atrapadas en un “dilema de seguridad” en el que es racional reforzar su posición, aunque eso haga que la otra parte se sienta amenazada. Occidente tiene razón al buscar la disuasión militar para hacer frente a una creciente amenaza china: la alternativa es el colapso del orden liderado por Estados Unidos en Asia. Pero buscar el dominio militar en torno a los puntos críticos, en particular Taiwán, podría provocar accidentes o enfrentamientos que se salgan de control. Estados Unidos debería intentar disuadir un ataque chino a Taiwán sin provocarlo. Esto requerirá sabiduría y moderación de una generación de políticos en Washington y Beijing que, a diferencia de los líderes de Estados Unidos y la Unión Soviética en la década de 1950, no tienen experiencia personal de los horrores de una guerra mundial.

El último principio es que Estados Unidos y sus aliados deben resistir la tentación de recurrir a tácticas que los hagan más parecidos a su oponente autocrático. En esta rivalidad, las sociedades liberales y las economías libres tienen grandes ventajas: es más probable que creen innovaciones y riqueza y que gocen de legitimidad dentro y fuera del país. Si Estados Unidos se apega a sus valores de apertura, igualdad de trato para todos y estado de derecho, le resultará más fácil mantener la lealtad de sus aliados.

Estados Unidos debe tener claro que su disputa no es con el pueblo chino, sino con el gobierno de China y la amenaza a la paz y los derechos humanos que representa. La competencia definitoria del siglo XXI no se trata solo de armas y chips, también es una lucha por los valores. Lampadia




“La intromisión de Petro en Perú es vulgar”

Entrevista a María Fernanda Cabal
Perú21, 30 de Marzo del 2023

Perú21 conversó con la senadora de de Colombia, quien participó en el Foro Madrid que se celebra en Lima,

En Lima se celebra el Foro Madrid, evento que reúne a diversos políticos tanto nacionales como internacionales de derecha. Perú21 conversó con María Fernanda Cabal, senadora colombiana del partido opositor Centro Democrático, quien participa en el evento.

¿Qué impresiones le generan las reiteradas intromisiones del presidente de Colombia, Gustavo Petro, en los asuntos internos del Perú?

Vulgar. Los comunistas todo el tiempo fingieron que el malo era el yankee, el que se entrometía en nuestra sociedad, pero Cuba siempre les encantó. Esa es parte de la hipocresía y de la dualidad del discurso. Gustavo Petro tiene que respetar el poder y autonomía del Congreso de Perú, que además dio su mejor expresión de democracia cuando defendió la libertad en Perú.

Durante la intervención de Petro en la Cumbre Iberoamericana, lamentó que Castillo no esté presente en el evento. ¿Por qué cree que lo defiende de forma acérrima a pesar de que dio un golpe de Estado?

A los comunistas no les importa. Ellos promueven la inversión revolucionaria. Ellos cambian los roles y convierten al victimario en víctima, lo blanco en negro. Ellos tuercen la realidad. Esa es su mayor habilidad. Por eso terminan judicializando a los soldados y policías que defienden la Constitución y la ley. Entonces, cuando uno los conoce se da cuenta de que son personalidades disfuncionales. Por eso son izquierdópatas. Tienen una enfermedad mental y espiritual. No hay que hacerles caso, de pronto tienen miedo de que les pase lo mismo.

¿Cree que Petro buscaría seguir el camino autoritario que tomó Pedro Castillo el 7 de diciembre de 2022?

Todos los comunistas quieren mantenerse en el poder. Quieren controlar a los individuos que les sirven para controlar el poder del Estado. Controlar los salarios, las pensiones, el futuro, el pensamiento. Por eso la tentación de que (Petro) se quede sí es un peligro para los colombianos.




“Nuevo cruce del estrecho de Bering”

Por: Aldo Mariátegui
Perú21, 28 de Marzo del 2023

“Ya las constructoras chinas son las empresas extranjeras líderes en el Perú, por encima de las españolas”.

Por una gracia graciosa, Indecopi permitió el año 2020 que la empresa estatal china Three Gorges Corporation compre la distribuidora de electricidad Luz del Sur, que abastece la mitad de Lima, a pesar de que esta misma firma ya estaba antes en el negocio de generación con Chaglla, pues Three Gorges Corporation le compró esa central hidroeléctrica a Odebrecht gracias a que los peruanos idiotas les permitimos a esos mafiosos brasileños que vendan ese activo colosal por US$ 1,400 millones en lugar de expropiársela.

Recordemos que la ley prohíbe que una misma empresa tenga una generadora y una distribuidora a la vez, pero Three Gorges Corporation fue muy afortunada con los chicos de Indecopi, que se chuparon con los chinos (espero que haya sido por cobardía y no por otra cosa). Ahora el economista Carlos Rojas ha revelado que la también empresa estatal China Southern Grid va a adquirir Enel Distribución (antes Edelnor), que abastece de luz a la otra mitad de Lima.

O sea, el 100% de la distribución de electricidad de nuestra capital va a ser del Estado chino. ¿Inquietante, no? También se sabe que las únicas postoras para comprar Telefónica del Perú (y Telefónica de Argentina) son empresas estatales chinas, pero que dicha operación habría sido vetada por la mismísima Unión Europea por razones estratégicas. Y ya las constructoras chinas son las empresas extranjeras líderes en el Perú, por encima de las españolas y tomándoles el relevo a las corruptas brasileñas.

A pesar de la inestabilidad que vivimos por ser tan imbéciles de elegir a algo como Castillo o de sus problemas en Las Bambas, los chinos son los únicos inversores grandes extranjeros a los que no les importa nuestro folclórico ruido político, tipo hordas aimaras amenazando Lima o ignorantes pidiendo una nueva Constitución. Incluso, existiría otro megagrupo peruano que estaría vendiendo afuera todos sus muy diversos activos locales y el rumor es que también todo podría ser adquirido por inversionistas chinos.




El mundo según Xi

Importante lectura que muestra la evolución de China hacia su visión legendaria: “Estar a cargo de todo entre el cielo y la tierra”. Recomendamos su lectura.

Incluso si la diplomacia transaccional de China trae algunas ganancias, contiene peligros reales

The Economist
23 de marzo de 2023

Un hombre menor que Xi Jinping podría haberlo encontrado incómodo. Al reunirse con Vladimir Putin en Moscú esta semana, el líder de China habló de “coexistencia pacífica y cooperación de ganar-ganar”, mientras cenaba con alguien que enfrenta una orden de arresto internacional por crímenes de guerra. Pero a Xi no le preocupan las inconsistencias triviales. Él cree en el declive inexorable del orden mundial liderado por Estados Unidos, con su declarada preocupación por las reglas y los derechos humanos. Su objetivo es convertirlo en un sistema más transaccional de acuerdos entre grandes potencias. No subestime los peligros de esta visión, ni su atractivo en todo el mundo.

En Ucrania, China ha jugado una mano torpe sin piedad y bien. Sus objetivos son sutiles: asegurar que Rusia esté subordinada pero no tan débil como para que el régimen de Putin implosione; para pulir sus propias credenciales como pacificador a los ojos del mundo emergente; y, con la vista puesta en Taiwán, socavar la legitimidad percibida de las sanciones occidentales y el apoyo militar como herramienta de política exterior. Xi ha propuesto cínicamente un “plan de paz” para Ucrania que recompensaría la agresión rusa y que sabe que Ucrania no aceptará. Llama a “respetar la soberanía de todos los países”, pero olvida mencionar que Rusia ocupa más de una sexta parte de su vecino.

Este es solo un ejemplo del nuevo enfoque de política exterior de China, a medida que el país emerge del aislamiento cero-covid para enfrentar un Occidente más unificado. El 10 de marzo, China negoció una distensión entre dos acérrimos rivales, Irán y Arabia Saudita, una primera intervención en el Medio Oriente, que destacó la influencia reducida de Occidente allí 20 años después de la invasión de Irak liderada por Estados Unidos. El 15 de marzo, Xi dio a conocer la “Iniciativa de Civilización Global”, que argumenta que los países deben “abstenerse de imponer sus propios valores o modelos a los demás y de avivar la confrontación ideológica”.

El enfoque de China no es improvisado, sino sistemático e ideológico. Deng Xiaoping instó a China a “ocultar sus capacidades, esperar su momento”. Pero Xi quiere remodelar el orden mundial posterior a 1945. Los nuevos eslóganes de China buscan tomar prestado y subvertir el lenguaje normativo del siglo XX para que el “multilateralismo” se convierta en el código de un mundo que se deshace de los valores universales y se rige por el equilibrio de los intereses de las grandes potencias. La “Iniciativa de Seguridad Global” se trata de oponerse a los esfuerzos para contener la amenaza militar de China; la “Iniciativa de Desarrollo Global” promueve el modelo de crecimiento económico de China, que trata con estados autocráticos sin imponer condiciones. “Global Civilization” argumenta que la defensa occidental de los derechos humanos universales, en Xinjiang y en otros lugares, es un nuevo tipo de colonialismo.

Esta cosmovisión transaccional tiene más apoyo fuera de Occidente de lo que piensas. A finales de este mes en Beijing, Xi se reunirá con el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, un defensor de un mundo multipolar, que quiere que China ayude a negociar la paz en Ucrania. Para muchos, la invasión de Irak en 2003 expuso el doble rasero de Occidente sobre el derecho internacional y los derechos humanos, un punto que los medios estatales de China están insistiendo. Después de los años de Trump, el presidente Joe Biden ha vuelto a comprometerse con el mundo, pero el giro hacia Asia implica la reducción de personal en otros lugares, incluso en Medio Oriente y Afganistán.

Occidente ha mostrado resolución sobre Ucrania, pero muchos países son ambivalentes acerca de la guerra y se preguntan cómo terminará. Al menos 100 países, que representan el 40 % del PIB mundial, no aplican sanciones en su totalidad. Se duda del poder de permanencia estadounidense. Ni Donald Trump ni Ron DeSantis, su rival republicano, ven a Ucrania como un interés estadounidense central. Todo esto crea espacio para nuevos actores, desde Turquía hasta los Emiratos Árabes Unidos y, sobre todo, China. Su mensaje, que la democracia real implica desarrollo económico, pero no depende de la libertad política, atrae en gran medida a las élites de los países no democráticos.

Es importante evaluar qué puede lograr esta multipolaridad mercenaria. Irán y Arabia Saudita han sido feroces enemigos desde la revolución iraní en 1979. China es el mayor mercado de exportación para ambos, por lo que tiene influencia y un incentivo para prevenir la guerra en el Golfo, que también es su mayor fuente de petróleo. El acuerdo que ha ayudado a negociar puede desescalar una guerra de poder en Yemen que ha matado a unas 300,000 personas. O tomemos el cambio climático. El apoyo mercantilista chino a su industria de baterías es un catalizador para una ola de inversión transfronteriza que ayudará a reducir las emisiones de carbono.

Sin embargo, el objetivo real de la política exterior de Xi es hacer que el mundo sea más seguro para el Partido Comunista Chino. Con el tiempo, sus defectos serán difíciles de ocultar. Una red de relaciones bilaterales convenientes crea contradicciones. China ha respaldado a Irán, pero optó por ignorar su escalada nuclear en curso, que amenaza a los otros clientes de China en la región. En Ucrania cualquier paz duradera requiere el consentimiento de los ucranianos. También debería implicar la rendición de cuentas por crímenes de guerra y garantías contra otro ataque. China se opone a los tres: no cree en la democracia, los derechos humanos ni en la restricción de las grandes potencias, ya sea en Ucrania o Taiwán. Los países que enfrentan una amenaza de seguridad directa de China, como India y Japón, se volverán aún más cautelosos (ver la sección de Asia). De hecho, siempre que un país se enfrente a un vecino poderoso y agresivo,

Debido a que China casi siempre respalda a las élites gobernantes, por ineptas o crueles que sean, su enfoque puede eventualmente indignar a la gente común en todo el mundo. Hasta ese momento, las sociedades abiertas enfrentarán una lucha por visiones en competencia. Una tarea es evitar que Ucrania sea empujada a un acuerdo de paz falso y que los países occidentales profundicen sus alianzas defensivas, incluida la OTAN. El objetivo a largo plazo es refutar la acusación de que las reglas globales solo sirven a los intereses occidentales y exponer la pobreza de la cosmovisión que China y Rusia están promoviendo.

La gran intuición de Estados Unidos en 1945 fue que podía hacerse más seguro si se unía a alianzas duraderas y reglas comunes. Esa visión idealista se ha visto empañada por décadas de contacto con la realidad, incluso en Irak. Pero la cumbre de Moscú revela una alternativa peor: una superpotencia que busca influencia sin conquistar afecto, poder sin confianza y una visión global sin derechos humanos universales. Aquellos que creen que esto hará del mundo un lugar mejor deberían pensarlo de nuevo. Lampadia




Xi en Moscú

Alejandro Deustua
22 de marzo de 2023
Para Lampadia

El cambio del balance del poder mundial suele ser más visible que el cambio sistémico. Si aquél brilla hoy en Moscú con menor luz que la esperada durante la visita del presidente chino, éste no es menos relevante bajo las circunstancias.

La “amistad sin límites” sino-rusa acaba de fortalecerse en la vitrina global cuando la perspectiva occidental es unánime en establecer que Rusia no está ganando la guerra en Ucrania y que está aislada, el compromiso norteamericano y europeo de aprovisionamiento bélico a Ucrania se incrementa (no sin reparos) y la imputación de Putin por la Corte Penal Internacional resta a éste legitimidad entre los Estados que forman parte de esa entidad.

En ese marco, el presidente Xi ha mostrado en Moscú que planificar la guerra y el futuro de Europa del Este y de Eurasia sobre la base del aislamiento ruso puede ser un error estratégico. Al fin de cuentas, China no sólo ha confirmado su respaldo a Rusia, sino que lo ha hecho también para lograr cooperación frente a los “actos de hegemonía dañina, dominación y prepotencia” contra China, apresurar la emergencia de un orden multipolar (cuyo proceso está en marcha) e impulsar un multilateralismo más democrático. La visita de Xi a Putin se ha realizado con una visión del mundo de largo plazo y de su propia situación en conflicto con la norteamericana y europea en medio de una guerra.

Aunque de la reunión sino-rusa no ha surgido una alianza en forma (China no desea una alianza manifiestamente antioccidental), el encuentro puede haber marcado el punto de inflexión de una nueva relación “Este-Oeste” (según el argot periodístico) y de la confrontación eslava.

La relación “Este-Oeste” es, en este caso, más bien metafórica porque en el “Este” hay poco alineamiento y mucha fricción. Ello se debe a la resistencia de India, Japón, Corea del Sur y los países del Sudeste Asiático al “avance” chino en términos de consolidación territorial (p.e. Taiwán), a la expansión marítima (los conflictos del mar del sur de la China), a la pretensión hegemónica china y la ampliación de su área de influencia (el programa de la “nueva” ruta de la seda que, en su versión extendida, incluye a países como el Perú).  

A ello se suman coaliciones temerosas de la expansión china. Al AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) en el Pacífico se agrega el QUAD (India, Japón, Estados Unidos y Australia) en el Indopacífico (ésta última dinamizada hoy por aproximaciones entre Japón e India). De intensificarse la confrontación en esas áreas, los mecanismos de integración y cooperación económica en la cuenca del Pacífico, de los que el Perú forma parte, (APEC, TPP 11) pueden quedar afectados.

En relación al “plan de paz” presentado por China en febrero pasado como marco de solución para el conflicto en Ucrania, éste no ha logrado aceptación en Occidente, aunque el presidente Zelensky sí ha deseado discutirlo con Xi bajo sus propias condiciones.  Al respecto debe decirse que China no presentó ese documento como el esbozo de un acuerdo sino como su posición para el término de la guerra. En cualquier caso, éste parece tener algún silencioso respaldo de un conjunto de países que no intervienen en el enfrentamiento pero que han condenado, en la ONU, la invasión rusa.

Si ese planteamiento lograra activarse con las adiciones que se requieran, el rol de China podría evolucionar desde el de un socio estratégico ruso que no ha condenado la invasión al de un semi-mediador. Dado su status de potencia, ese rol no se limitaría a aproximar a las partes, sino que podría estimular los términos del acuerdo por vías que, dada la asimetría con el socio, podría incluir el apremio a la propia Rusia.

Pero para que ello ocurra no basta romper el silencio con que se trata la materia. Cuatro condiciones esenciales deberían satisfacerse.

Primero, el retiro ruso del territorio conquistado (ello es improbable, aunque las condiciones del “retiro” deberían poder discutirse).

Segundo, el respeto a los intereses de seguridad rusos que implican no limitar con un Estado históricamente vinculado que recibe extraordinario respaldo de la OTAN y de la Unión Europea (muy difícil a la luz de las realidades de Finlandia y los países bálticos que ya limitan con Rusia con esos respaldos).

Tercero, la neutralización de, por lo menos, parte del territorio rusófilo (probable si las potencias occidentales recuerdan que las zonas de influencia y los “buffer” siguen siendo parte de la realidad internacional).

Y cuarto, que los beligerantes (que dinamizarán su agresividad en esta primavera), tengan alguna certeza de que no lograrán sus objetivos sólo por la vía militar o que el logro de algunos de ellos costará menos por la vía de la negociación (ese momentum no existe aún).

Si China encuentra ese momentum, su rol como potencia incrementaría su influencia en Europa. Sin embargo, la rivalidad sistémica impedirá que ello ocurra en tanto Estados Unidos considera, con razón, que la potencia asiática como el adversario principal.

De otro lado, es probable el apoyo implícito de potencias menores a una solución próxima de un conflicto que impacta negativamente la economía global y la seguridad energética y alimentaria de esos países. Pero ese apoyo tendría el costo de la consolidación de la presencia china bajo condiciones que centralizan en esa potencia los mercados de exportaciones primarias y el origen de buena parte de la inversión llevando consigo el impulso a un alineamiento no deseado. Nuestras economías conocen las consecuencias del predominio económico de grandes potencias si éste carece de alternativas que hoy parecen menos dinámicas.

Por lo demás, durante la visita de Xi a Moscú se han consolidado vínculos que permitirán a Rusia completar la reorientación de su comercio exterior (Rusia reemplazará a Arabia Saudita como primer proveedor de petróleo a China y se construirá un nuevo gasoducto confirmatorio de la nueva relación), incrementar la producción industrial en Siberia y mejorar el acceso financiero y el aprovisionamiento militar a cambio de tecnología, seguridad energética y de otras facilidades de infraestructura.

Esta innovación en marcha ya ha alterado la geopolítica de la zona. Y el balance de poder global ha cambiado, no necesariamente para mejor. Lampadia




China advierte a EEUU del riesgo de conflicto

Por: Ministro de RR.EE. de China
Perú21, 9 de Marzo del 2023

Desde Pekín exigen a EE.UU poner freno inmediatamente a su “mala vía” contra ellos.

Pekín (AFP). China acusó este martes a Estados Unidos de atizar las tensiones entre ambas potencias y advirtió del riesgo de un “conflicto” y de una “confrontación”.

Los contenciosos entre Pekín y Washington se multiplicaron estos últimos años sobre cuestiones como Taiwán, la soberanía en el mar de China Meridional, el desequilibrio en la balanza comercial o el trato a la minoría musulmana uigur.

El mes pasado, las relaciones se agriaron nuevamente porque Estados Unidos derribó un globo chino usado presuntamente con fines de espionaje, algo que Pekín niega.

El ministro chino de Relaciones Exteriores, Qin Gang, consideró el martes que “si Estados Unidos continúa emprendiendo la mala vía y no frena, ninguna barandilla podrá impedir el descarrilamiento” de las relaciones. Si eso se produce, “habrá inevitablemente un conflicto y una confrontación”, agregó Qin.

“Esta confrontación es una apuesta temeraria y están en juego los intereses de ambos países e incluso el futuro de la humanidad”, aseguró sobre este deterioro de relaciones bilaterales

“Buscamos la competencia estratégica con China, no buscamos el conflicto, y nada en nuestro planteamiento (…) debería llevar a pensar que queremos el conflicto”, respondió el portavoz de la Casa Blanca, John Kirby.




Un aniversario

Por: Mario Vargas Llosa
El Comercio, 6 de Marzo del 2023

“El pueblo ucranio ha mostrado hasta ahora una decisión de lucha y defensa de lo propio que no tiene antecedentes”.

Hace un año las fuerzas de Putin invadieron Ucrania. La mayor parte de la gente esperaba que para las fuerzas rusas aquello fuera un paseo y se desconcertaron ante la hidalga resistencia de los ucranios, que no solo resistieron el ataque ruso, sino estuvieron a punto de derrotar a los atacantes, los que tuvieron pérdidas gigantescas de las que poco se ha sabido en detalle, pues es obvio que, al Kremlin, bajo las órdenes de Putin, no le interesaba propagar la verdad.

Un periódico dice que un equipo de jóvenes ultramodernos restableció la comunicación que las fuerzas rusas habían conseguido inutilizar, y que la victoria militar de los ucranios en Kiev debía todo a esta operación. Sea como fuere, el asalto ruso a Kiev se frustró y la batalla cesó con cerca de cien mil soldados rusos –esta es una cifra aproximada– prisioneros o muertos. Para no hablar de los territorios que los ucranios han logrado recuperar desde el inicio de la guerra. Según el Ministerio de Defensa británico, Rusia no controla más del 18% del territorio de Ucrania reconocido internacionalmente, incluyendo las regiones del Donbás y Crimea que ya estaban bajo poder de Moscú desde hacía unos años.

¿Qué ocurrirá ahora? China ha propuesto un “plan de paz” que incluye un cese el fuego y el fin de las sanciones, en el que nadie cree, empezando por los Estados Unidos, y es probable que las acciones militares continúen, y que muchos jóvenes rusos sean sacrificados en números verdaderamente prohibitivos. Es posible que Putin siga enviando a los jóvenes de su país a la muerte o a la prisión –a él qué le puede importar–, pero aquellos jóvenes tienen padres, tíos, madres y abuelos que, sin duda algún día, en algún momento de aquellas matanzas, explotarán. Ese día, en caso de que aquello ocurra, puede ser que Putin vaya a ocupar la celda de castigo que ocupa ahora el líder opositor, Alekséi Navalni, si es que el pueblo tiene todavía los arrestos para sublevarse contra quien ha declarado una guerra equívoca contra él. Es verdad que el pueblo ucranio no está en condiciones de resistir por sí solo esa embestida y que en gran parte se nutre de armamentos de la colaboración occidental, que, dicho sea de paso, se ha mostrado en esta precisa ocasión solidaria y unánime, ayudando al pueblo ucranio a defenderse. Occidente entiende que, al apoyar a Ucrania, se defiende a sí mismo, pero está descontado que el respaldo occidental tiene un límite, que podría estar cerca, de modo que la defensa del gobierno de Kiev podría tener un final, y este podría estar próximo. Si Putin sigue en el poder, y su fantasía no se disipa luego de la heroica defensa de la minoría acosada, todo podría ocurrir.

El chantaje de la amenaza atómica está siempre allí. ¿Podría recurrir Putin a ese extremo suicida? Se trata claramente de un enfermo y, si no le para la mano el pueblo ruso, puede llegar al extremo de desatar la tercera guerra mundial, en la que perecería buena parte de la humanidad, y en todo caso Rusia desaparecería del mapa. ¿Es posible que el pueblo ruso haya sido sometido a tantas dictaduras que, incluso ante semejantes extremos, acepte ir a su pérdida de manera tan aletargada y servil? Sí, es perfectamente posible. El pueblo ruso, no lo olvidemos, procede de siglos de dictaduras sin precedentes (con breves períodos democráticos, como el que propició Yeltsin en la URSS por pocos años) sin levantar cabeza. No es imposible que, siguiendo los pasos y dando la razón al jefe, que está medio loco, se resigne a darle la razón y a desaparecer tratando de conquistar Ucrania al precio que sea.

Pero si no ocurre así –y todo hace pensar que esto no ocurrirá–, ¿cuáles son las chances de que el rumbo sea el otro camino? Es decir, que sobrevenga un plan de paz que refleje la realidad de las acciones en el campo de batalla, con la mediación de una China que lleve a Rusia a devolver al gobierno de Volodímir Zelenski de una manera integral los territorios de los que ahora pretende apoderarse, que son los de Ucrania entera. Esa es la manera de resolver en lo inmediato una guerra insensata, en la que los contrincantes siguen perdiendo personas cada día, hasta que haya un accidente que provoque aquello de que se habla tanto desde que se inició la invasión a inicios del 2022, es decir, su agravamiento y el inicio de una tercera guerra mundial, con armas atómicas incluidas, de las que no se libraría nadie y que retrocedería el mundo a un estado primitivo, con millones de muertos de por medio.

Es posible que la sangre no llegue al río y todo se aplaque en torno a una negociación. Pero ¿y si no ocurre así? La mente de Putin no está en todos sus cabales y es posible que siga insistiendo en lo que, a estas alturas, parece una pura quimera: apoderarse de toda Ucrania. Semejante insensatez está dentro de lo posible, lo que para nada quiere decir lo alcanzable. Putin sabe que corre peligro si sus tropas siguen sufriendo reveses y por eso amenaza con una escalada. El pueblo ucranio ha mostrado hasta ahora una decisión de lucha y defensa de lo propio que no tiene antecedentes en lo inmediato y debería haber convencido al jerarca del Kremlin de que este objetivo –la recuperación de una Ucrania que se le resiste por todos los medios a su alcance– está más allá de sus fuerzas y no cuenta con la complacencia de Occidente que, por una vez, ha sentido el peligro de servir de pies y manos a un dictador, y ha respondido de manera inmediata, prestando armas al país invadido, yendo en esto hasta el extremo mismo de la acción bélica.

Veo a mi alrededor una actitud que parece haber desaparecido la guerra de Ucrania, como si se tratara de un fenómeno pasajero y menor. Mi impresión es que no se trata de ningún modo de un fenómeno transeúnte, y que Vladimir Putin está demasiado empeñado en lo que creyó que sería un paseo de las tropas rusas y que tardará en cesar en este esfuerzo. ¿Qué ocurriría si en este periodo de tiempo, mientras Putin sopesa la capacidad de las tropas rusas en la acción, va escalando sistemáticamente las batallas hasta que la tentación de usar armas atómicas se asome una vez más y esta vez lleguen a usarse? Yo personalmente creo que en ese caso Rusia desaparecerá, hundida por las fuerzas occidentales, pero no estoy seguro de que estas últimas sobrevivirán hasta disfrutar de su victoria. Lo más probable es que el mundo quede mutilado y con muy escasas vías de recuperación.

¿Es posible que se llegue a estas circunstancias? No quiero seguir más allá con estas horrendas perspectivas. Pero es un hecho que, si el mundo en el que existimos se deshace, la restauración será larga y muy difícil, y que al extremo Ucrania y las pretensiones de Putin serán olvidadas, porque la ansiedad del mundo estará concentrada en cómo escapar del horror que se esparce a su alrededor, como si una avalancha de fuego y lava hubiera venido a hundir este pedazo de tierra que ocupamos.

Mejor no llegar a ese punto de extrema penuria y heroísmo. Mucho mejor es que esta guerra acabe por donde comenzó, y que Putin y los pocos rusos que piensan como él, se resignen a abandonar Ucrania a los ucranios, como debe de ser. A partir de entonces, todo mejorará.

Madrid, febrero del 2023.

© Mario Vargas Llosa, 2023. Derechos de prensa en lengua española en España y en América Latina reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2023. Derechos de prensa en lengua española para otros territorios y para otras lenguas, reservados para Mario Vargas Llosa c/o Agencia Literaria Carmen Balcells, SA.




“Boluarte, México y Estados Unidos: situaciones diferentes”

Por: Yesenia Álvarez
Perú21, 3 de Marzo del 2023

“Las cosas claras para los dolidos defensores del golpismo de Castillo y para los desinformadores profesionales de lo que está ocurriendo en el contexto político peruano”

Esta semana se han difundido las palabras de Brian Nichols, subsecretario del Departamento de Estado de Estados Unidos para América Latina, en las que expresa el deseo de este país para que la presidenta Boluarte y el Congreso puedan llegar a un acuerdo para avanzar las elecciones. A partir de esto, la izquierda como el congresista radical Guido Bellido han buscado equiparar sus declaraciones con las del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y piden que se aplique el mismo trato diplomático que se le ha aplicado a este.

Las situaciones son bien diferentes, primero que nada porque Estados Unidos ha reconocido la sucesión constitucional de Dina Boluarte, a diferencia del gobernante de México que ha declarado innumerables veces que se trata de una presidenta espuria y pelele de la oligarquía. A esto hay que agregar que el presidente de México ha respaldado el golpe de Estado que dio Pedro Castillo, miente con que se ha violado la Constitución en su destitución, y se ha negado arbitrariamente a entregar la presidencia pro tempore de la Alianza del Pacífico a pesar de que le corresponde al Perú.

López Obrador sería así uno de los principales gobernantes de la región encargado de desinformar sobre la situación en el Perú, y al señalar repetidas veces que es una presidenta espuria, es decir que carece de legalidad y legitimidad en el origen de su gobierno, corresponde efectivamente al Estado peruano aplicar el tipo de decisiones diplomáticas que tomó Boluarte de retirar definitivamente al embajador de Perú en México. Ello no ocurre con Estados Unidos, porque lo que declaró se daría dentro de relaciones diplomáticas en las que han reconocido a Boluarte como gobernante constitucional.

Hace unas horas el embajador Nichols le habría quitado el nuevo tema de desinformación a la izquierda, porque a través de un mensaje en español en su cuenta oficial de Twitter señaló “que el gobierno y el pueblo del Perú decidirán el momento de sus elecciones” y “que el apoyo de Estados Unidos a las instituciones democráticas del Perú es inquebrantable”.

Las cosas claras para los dolidos defensores del golpismo de Castillo y para los desinformadores profesionales de lo que está ocurriendo en el contexto político peruano.




Una guerra con China no se parecería a ninguna otra

Por: Ross Babbage
El Comercio, 3 de Marzo del 2023

“Durante las dos últimas décadas, China ha construido una formidable capacidad de ciberguerra”.

Una gran guerra en el Indo-Pacífico es más probable ahora que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial.

La chispa más previsible es una invasión china de Taiwán. El gobernante chino, Xi Jinping, ha dicho que la unificación de Taiwán y China “debe lograrse”. El régimen del Partido Comunista Chino se ha hecho lo suficientemente fuerte –militar, económica e industrialmente– como para tomar Taiwán y desafiar directamente a Estados Unidos por la supremacía regional.

Estados Unidos tiene intereses estratégicos vitales en juego. Una invasión china exitosa de Taiwán abriría un agujero en la cadena de defensas de Estados Unidos y sus aliados en la región, socavando gravemente la posición estratégica de Estados Unidos en el Pacífico y, probablemente, cortaría el acceso de Estados Unidos a semiconductores líderes en el mundo y otros componentes críticos fabricados en Taiwán. Como presidente, Joe Biden ha declarado en repetidas ocasiones que defendería a Taiwán.

Pero los dirigentes de Washington también deben evitar tropezar descuidadamente en una guerra con China, porque no se parecería a nada a lo que se hayan enfrentado nunca los estadounidenses. Los estadounidenses se han acostumbrado a enviar a sus militares a luchar lejos de casa. Pero China es un tipo diferente de enemigo: una potencia militar, económica y tecnológica capaz de hacer sentir la guerra en suelo estadounidense.

Como analista estratégico y planificador de defensa, he pasado décadas estudiando cómo podría empezar una guerra, cómo se desarrollaría y las operaciones militares y no militares que China está preparada para llevar a cabo. Estoy convencido de que los retos a los que se enfrenta Estados Unidos son serios, y debemos ser más conscientes de ellos.

El escenario militar por sí solo es desalentador: China probablemente lanzaría un asalto relámpago por aire, mar y a nivel cibernético para hacerse con el control de objetivos estratégicos claves en Taiwán en cuestión de horas, antes de que Estados Unidos y sus aliados puedan intervenir. Taiwán es ligeramente más grande que el estado de Maryland; si recordamos lo rápido que Afganistán y Kabul cayeron en manos de los talibanes en el 2021, empezamos a darnos cuenta de que la toma de Taiwán podría producirse con relativa rapidez. China también tiene más de 1.350 misiles balísticos y de crucero preparados para atacar a las fuerzas estadounidenses y a sus aliados en Japón, Corea del Sur, Filipinas y los territorios en poder de Estados Unidos en el Pacífico. A esto hay que añadir la enorme dificultad que supondría para Estados Unidos librar una guerra a miles de kilómetros a través del Pacífico contra un adversario que cuenta con la mayor armada del mundo y la mayor fuerza aérea de Asia.

A pesar de ello, los planificadores militares estadounidenses preferirían librar una guerra convencional. Pero los chinos están preparados para librar un tipo de guerra mucho más amplio que llegaría hasta lo más profundo de la sociedad estadounidense.

China ha considerado cada vez más que Estados Unidos está sumido en crisis políticas y sociales. Xi, a quien le gusta decir que “Oriente se levanta mientras Occidente declina”, cree que la mayor debilidad de Estados Unidos está en su frente interno. Y creo que está dispuesto a explotarlo con una campaña múltiple para dividir a los estadounidenses y minar y agotar su voluntad de participar en un conflicto prolongado: lo que los militares chinos llaman la “desintegración del enemigo”.

Durante las dos últimas décadas, China ha construido una formidable capacidad de ciberguerra diseñada para penetrar, manipular y perturbar a Estados Unidos y a sus aliados, a los medios de comunicación, a las empresas y a la sociedad civil. Si estallara la guerra, cabe esperar que China la utilice para interrumpir las comunicaciones y difundir noticias falsas y otro tipo de desinformación. El objetivo sería fomentar la confusión, la división y la desconfianza, y obstaculizar la toma de decisiones. China podría agravar esta situación con ataques electrónicos y probablemente físicos contra satélites o infraestructuras relacionadas.

Lo más probable es que estas operaciones vayan acompañadas de ofensivas cibernéticas para interrumpir los servicios de electricidad, gas, agua, transporte, sanidad y otros servicios públicos. China ya ha demostrado sus capacidades, incluso en Taiwán, donde ha llevado a cabo campañas de desinformación, y en graves incidentes de piratería informática en Estados Unidos. El propio Xi ha defendido ese subterfugio como un “arma mágica”.

China también podría convertir en arma su dominio de las cadenas de suministro y el transporte marítimo. El impacto sobre los estadounidenses sería profundo.

La economía estadounidense depende en gran medida de recursos y productos chinos, incluidos muchos con usos militares, y los consumidores estadounidenses dependen de importaciones de fabricación china a precios moderados para todo, desde productos electrónicos hasta muebles y zapatos. Una guerra detendría este comercio.

Los suministros estadounidenses de muchos productos podrían agotarse pronto, paralizando una amplia gama de negocios. Podría llevar meses restablecer el comercio y sería necesario un racionamiento de emergencia de algunos artículos. La inflación y el desempleo se dispararían, especialmente en el período en el que la economía se reconvierte para el esfuerzo bélico, lo que podría incluir que algunos fabricantes de automóviles pasaran a construir aviones o que las empresas de procesamiento de alimentos se reconvirtieran a la producción de productos farmacéuticos prioritarios. Las bolsas de Estados Unidos y de otros países podrían interrumpir temporalmente sus operaciones debido a la enorme incertidumbre económica.

Estados Unidos podría verse obligado a enfrentarse a la chocante realidad de que el músculo industrial decisivo en victorias como la de la Segunda Guerra Mundial –el concepto del presidente Franklin Roosevelt de Estados Unidos como “el arsenal de la democracia”– se ha marchitado y ha sido superado por China.

–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times




Ucrania

Alejandro Deustua
24 de febrero de 2023
Para Lampadia

A un año del inicio de la invasión rusa de Ucrania, la guerra no parece tener horizonte de solución. Menos cuando los aliados de la OTAN han asegurado que seguirán apoyando, material e incondicionalmente, a Kiev hasta la victoria mientras el presidente Putin afirma que el conflicto ha devenido en “existencial” para su país y ha suspendido el último tratado de limitación de armamentos suscrito con Estados Unidos (New SART).

En efecto, en la Conferencia de Seguridad de Munich (17-19 de febrero), los participantes occidentales han reiterado públicamente sus motivaciones y compromisos con la defensa de Ucrania y una vocera de los organizadores estableció los parámetros de futuro. El triunfo (sin definición alguna) es el único resultado posible para la estabilidad europea. Una victoria rusa, en cambio, sería catastrófica para ese continente y el mundo mientras que un resultado intermedio es una receta para el desorden permanente, dijo.

En ese marco, la vicepresidente de Estados Unidos Kamala Harris expuso las razones morales (no dejar impunes los crímenes de guerra) y de interés nacional (la defensa de principios democráticos y de integridad de los Estado, de la OTAN y de las normas del sistema internacional) para asistir a Ucrania “por todo el tiempo necesario”.

En esa vena el Primer Ministro británico redobló su compromiso de aprovisionamiento militar (eventualmente, material aéreo) mientras el canciller ucraniano reclamó, con la autoridad del agredido, más armamento (ya logró 6 de 7 tipos de armas) y su entrega con rapidez y “sostenibilidad” asegurando que Ucrania no comprometería territorio para lograr un resultado final.

Y si bien el Canciller alemán no matizó el cambio radical de su política de defensa, su ministra de Relaciones Exteriores dejó entrever un tautológico anuncio de paz:  la guerra terminaría de inmediato si Rusia emprende la retirada sin prever que el presidente Putin afirmaría inmediatamente después que es “imposible una derrota rusa en el campo de batalla”.

Entre los occidentales, sólo el presidente de Francia consideró que era necesario preparar, aunque no en el corto plazo, el escenario de la paz.

En total contraste, el Canciller chino invocó a los asistentes meditar sobre la necesidad de finalizar la guerra, sobre una paz durable en Europa y sobre el rol que debía ejercer ese continente con “autonomía estratégica”.  Ese planteamiento, que pudo entenderse como divisionista de la alianza occidental, tendría luego un desarrollo de doce puntos en la visita que el Canciller realizó, de inmediato, a Moscú al tiempo que el presidente Biden se encontraba en Kiev con el presidente Zelensky confirmando su solidaridad.

En efecto, el deseo chino de consolidar un rol en el teatro europeo que previniera la proyección de esa circunstancia bélica en Asia, fortaleciera la “amistad sin límites” con Rusia y su rol global lo llevó a plantear el des-escalamiento inmediato del conflicto, el cese de hostilidades y el inicio de conversaciones de paz. La propuesta incluyó la disminución del riesgo nuclear, el abandono de la “mentalidad de Guerra fría”, el término de las sanciones económicas y el inicio de la reconstrucción.

Sin embargo, poniendo en duda su propuesta y resguardando su pretendida neutralidad, China votó contra una Resolución de la Asamblea General de la ONU que demandó ese mismo día, el retiro inmediato de las fuerzas rusas, justicia para las víctimas y atención al impacto global de la guerra (seguridad alimentaria, energética, financiera y ambiental).

Dado que este aporte de la Asamblea tiene apenas carácter de recomendación y que sus suscriptores (141 de 193 países) serían los mismos que, en marzo pasado, exigieron el retiro de las fuerzas rusas, éste no parece un indicador cierto de una solución rápida.

Aunque la propuesta china tampoco lo es, sí tiene el peso de una potencia de calado sistémico. Para empezar, el presidente Zelensky anunció su interés de reunirse con representantes chinos para considerar la materia.

Pero la tendencia matriz sigue siendo la beligerante. A la espera de enfrentamientos aún más sangrientos a fines del invierno, debe tenerse en cuenta que el conflicto se ha escalado en el año, que su carácter complejo se ha intensificado en mayor número de ámbitos y con más actores (tradicionales y no tradicionales) y con la incorporación de armamento que hace indistinguible su carácter defensivo u ofensivo.

Si lo único constante en el conflicto es la identidad del agresor (Rusia) y del agredido (Ucrania), su efecto global ha devenido en un schock permanente que debilita la economía internacional mientras los alineamientos no occidentales se incrementan y la tendencia al desorden sistémico se complica.

De otro lado, el hecho de que la “operación militar especial” rusa (que en realidad empezó en Crimea el 2014) para desnazificar y desmilitarizar Ucrania (o parte de ella) haya devenido en una “guerra existencial” para el presidente ruso, es una señal más de que ésta será prolongada y de mayor riesgo.

En tanto los beligerantes han consolidado un posicionamiento de suma 0, el rol de los que saben bien quién es el agresor, pero no han tomado parte en el escenario militar, debe manifestarse mediante iniciativas plurilaterales de solución a ser planteadas directamente a los beligerantes resguardando los derechos del agredido. Aún con fuerzas sistémicas en movimiento, ello no puede ser más urgente. Lampadia




India en una encrucijada

INDRANIL MUKHERJEE/AFP vía Getty Images

NOURIEL ROUBINI
Project Syndicate
21 de febrero de 2023

La formulación de políticas sólidas ha ayudado a India a modernizarse y lograr un sólido crecimiento económico, posicionándola para convertirse en un actor cada vez más importante en el escenario mundial. Pero los acontecimientos recientes, y los escándalos, muestran que el gobierno debe abordar algunos problemas importantes si quiere sostener el ascenso global de la India.

India está lista para convertirse en el país más importante del mundo a mediano plazo. 

Tiene la población más grande (que sigue creciendo), y
con un PIB per cápita que es solo una cuarta parte del de China,
su economía tiene un enorme margen para aumentar la productividad.
Además, la importancia militar y geopolítica de la India no hará más que crecer, y
es una democracia vibrante
cuya diversidad cultural generará un poder blando para rivalizar con Estados Unidos y el Reino Unido.

Hay que darle crédito al primer ministro indio, Narendra Modi, por implementar políticas que modernizaron a India y respaldaron su crecimiento. 

Específicamente, Modi ha realizado inversiones masivas en el mercado único (incluso a través de la desmonetización y una importante reforma fiscal) e infraestructura (no solo carreteras, electricidad, educación y saneamiento, sino también capacidad digital). Estas inversiones, junto con políticas industriales para acelerar la fabricación , una ventaja comparativa en tecnología y TI, y un sistema de bienestar digital personalizado, han llevado a un desempeño económico sólido luego de la caída del COVID-19.

Sin embargo, el modelo que ha impulsado el crecimiento de India ahora amenaza con limitarlo. Los principales riesgos para las perspectivas de desarrollo de la India son más micro y estructurales que macro o cíclicos. En primer lugar, la India se ha movido hacia un modelo económico en el que unos pocos “campeones nacionales” (en la práctica, grandes conglomerados oligopólicos privados) controlan partes significativas de la vieja economía. Esto se parece a Indonesia bajo Suharto (1967-98), China bajo Hu Jintao (2002-12) o Corea del Sur en la década de 1990 bajo sus chaebols dominantes.

De alguna manera, esta concentración de poder económico le ha servido bien a la India. Debido a una gestión financiera superior, la economía ha crecido rápidamente, a pesar de que las tasas de inversión (como porcentaje del PIB) eran mucho más bajas que las de China. La implicación es que las inversiones de India han sido mucho más eficientes; de hecho, muchos de los conglomerados de la India cuentan con niveles de productividad y competitividad de clase mundial.

Pero el lado oscuro de este sistema es que estos conglomerados han podido capturar la formulación de políticas para beneficiarse a sí mismos. Esto ha tenido dos amplios efectos dañinos: está reprimiendo la innovación y matando efectivamente a las nuevas empresas en etapa inicial y a los participantes nacionales en industrias clave; y está cambiando el programa del gobierno “Hacer en India” en un esquema proteccionista y contraproducente.

Es posible que ahora estemos viendo estos efectos reflejados en el crecimiento potencial de la India, que parece haber disminuido en lugar de acelerarse recientemente. Así como a los tigres asiáticos les fue bien en las décadas de 1980 y 1990 con un modelo de crecimiento basado en las exportaciones brutas de bienes manufacturados, India ha hecho lo mismo con las exportaciones de servicios tecnológicos. Make in India tenía la intención de fortalecer el lado comerciable de la economía fomentando la producción de bienes para la exportación, no solo para el mercado indio.

En cambio, India se está moviendo hacia una sustitución de importaciones más proteccionista y subsidios a la producción nacional (con matices nacionalistas), los cuales aíslan a las industrias y conglomerados nacionales de la competencia global. Sus políticas arancelarias le impiden ser más competitivo en la exportación de bienes, y su resistencia a adherirse a acuerdos comerciales regionales impide su plena integración en las cadenas de suministro y valor mundiales.

Otro problema es que Make in India ha evolucionado para respaldar la producción en industrias intensivas en mano de obra, como automóviles, tractores, locomotoras, trenes, etc. Si bien la intensidad laboral de la producción es un factor importante en cualquier país con abundancia de mano de obra, India debería centrarse en industrias en las que tiene una ventaja comparativa, como tecnología y TI, inteligencia artificial, servicios comerciales y fintech. Necesita menos scooters y más empresas emergentes de Internet de las cosas. Al igual que muchas de las otras economías asiáticas exitosas, los formuladores de políticas deben nutrir estos sectores dinámicos mediante el establecimiento de zonas económicas especiales. En ausencia de tales cambios, Make in India continuará produciendo resultados subóptimos.

Finalmente, la reciente saga que rodea al Grupo Adani es un síntoma de una tendencia que eventualmente dañará el crecimiento de la India. Es posible que el rápido crecimiento de Adani haya sido posible gracias a un sistema en el que el gobierno tiende a favorecer a ciertos grandes conglomerados y estos últimos se benefician de tal cercanía mientras apoyan los objetivos de las políticas. Nuevamente, las políticas de Modi lo han convertido merecidamente en uno de los líderes políticos más populares en el país y en el mundo de hoy. Él y sus asesores no son personalmente corruptos, y su Partido Bharatiya Janata ganará justificadamente la reelección en 2024 a pesar de este escándalo. Pero la óptica de la historia de Adani es preocupante.

Existe la percepción de que el Grupo Adani puede estar, en parte, ayudando a respaldar la maquinaria política estatal y financiar proyectos estatales y locales que, de otro modo, quedarían sin financiación, dadas las limitaciones fiscales y tecnocráticas locales. En este sentido, el sistema puede ser similar a la política del “barril de cerdos” en los EE. UU., donde ciertos proyectos locales se asignan a un proceso legal (si no completamente transparente) de compra de votos en el Congreso.

Suponiendo que esta interpretación sea parcialmente correcta, las autoridades indias podrían responder que el sistema es “necesario” para acelerar el gasto en infraestructura y el desarrollo económico. Aun así, esta práctica sería tóxica y representaría un sabor completamente diferente de la realpolitik en comparación con, digamos, las grandes compras de petróleo ruso por parte de la India desde el comienzo de la Guerra de Ucrania.

Si bien esos envíos aún representan menos de un tercio de las compras totales de energía de la India, se han realizado con un descuento significativo. Dado el PIB per cápita de alrededor de $ 2,500, es comprensible que India se beneficie de energía de menor costo. Las quejas de los países occidentales que son 20 veces más ricos simplemente no son creíbles.

Si bien el escándalo que rodea al imperio Adani no parece extenderse más allá del propio conglomerado, el caso tiene implicaciones macro para la solidez institucional de la India y las percepciones de los inversionistas globales sobre la India. La crisis financiera asiática de la década de 1990 demostró que, con el tiempo, la captura parcial de la política económica por parte de los conglomerados capitalistas compinches dañará el crecimiento de la productividad al obstaculizar la competencia, inhibir la “destrucción creativa” de Schumpeter y aumentar la desigualdad.

Por lo tanto, a Modi le interesa a largo plazo asegurarse de que India no siga este camino. El éxito a largo plazo de India depende en última instancia de si puede fomentar y sostener un modelo de crecimiento que sea competitivo, dinámico, sostenible, inclusivo y justo.

Nouriel Roubini, profesor emérito de economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, es economista jefe de Atlas Capital Team , director ejecutivo de Roubini Macro Associates , cofundador de TheBoomBust.com y autor de  MegaThreats: Ten Dangerous Trends That Imperil Our Future y Cómo sobrevivir a ellos (Little, Brown and Company, 2022).

Lampadia