¿Es posible solucionar el problema de la educación desde la esfera privada? En el Perú, el crecimiento de la inversión privada ha elevado la cobertura universitaria a niveles sin precedentes. Nunca antes nuestros hijos tuvieron tantas alternativas para elegir, pues las condiciones para acceder a cualquier universidad hasta antes de los noventas eran difíciles.
Sin embargo, para los anticapitalistas, más que una virtud, todo esto es un vicio que es necesario corregir. Hay demasiadas universidades “deficientes” que inmerecidamente otorgan “títulos” y ello es culpa de la excesiva libertad otorgada. Pero su diagnóstico es erróneo, y la cura que promueven, la de limitar la inversión, agravará el problema.
Crecimiento y madurez
La instrucción privada en el Perú y América Latina es novel. A inicios del siglo pasado, menos del 5% de la población universitaria correspondía al sector privado; actualmente, este índice supera el 50%. En Perú, tras eliminar el monopolio de autorización que mantenía el Congreso de la República, el número de universidades privadas aumentó significativamente para atender la demanda de miles de jóvenes.
Actualmente, más del 60% de la población universitaria del Perú proviene del sector privado. Varias universidades nuevas ya figuran en el ranking de las 300 mejores de América Latina, superando incluso a universidades centenarias. Estas organizaciones pueden aportar mucho más a la vida de nuestros jóvenes, pues aún no alcanzan su madurez.
El papel de la competencia
En una economía siempre habrá buenos y malos servicios. Pero los malos, por lo general, desaparecen cuando hay competencia. La libre elección obliga a los productores a transitar por el camino correcto si lo que quieren es mantenerse a flote. Si alguna universidad buena se duerme podría ser sustituida.
Pero en la esfera pública la situación es distinta. Aquí, ante la inexistencia de ese mecanismo de higienización natural que expulsa al incompetente, equivocarse no es relevante. La universidad estatal no quiebra, vive eternamente del presupuesto público sin importar los resultados.
¿Segmentos “deficientes”?
El mercado ofrece lo que la gente necesita independientemente del carácter moral de los fines que persigue. Se produce pan si las personas quieren pan, y droga si las personas quieren droga. De lo contrario, no se produce ni pan ni droga. Son los “fines” del ser humano los que determinan lo que se produce. Para atender esos “fines” los productores se segmentan y buscan nichos específicos.
¿Hay personas para quienes el conocimiento es lo más importante? Si. Sin embargo, también hay otro segmento de personas para quienes el conocimiento es secundario. Entonces, si hay universidades “deficientes” que entregan títulos sin merecimiento es porque en la otra orilla existen personas para quienes lo principal es el título. Lo demás puede esperar (“titulitis”).
El viejo mal de la “titulitis”
Tener un título sin aprender nada no es cosa nueva. Ya en el siglo pasado, es decir, mucho antes de que aparezca el cuestionado boom de universidades, pensadores como Luis Alberto Sanchez subrayaban la diferencia entre la juventud de antaño y la moderna. Según el escritor, la antigua se movía por el interés de acrecentar sus conocimientos. La nueva no.
Pareciera pues que para buena parte de la juventud moderna la educación es un valor “importante”, pero no es precisamente el “más importante” ¿Por qué? Eso es precisamente lo que se debe analizar antes de promover políticas. La idea de que la mayor intervención ayudará a restablecer los causes es dudosa. Por el contrario, gran parte de los problemas actuales obedecen al intervencionismo estatal.
Meritocracia y burocracia
La “titulitis” ha cobrado notoriedad en nuestros tiempos por el crecimiento de un segmento laboral donde el “título” es requisito indispensable. Este crecimiento obedece principalmente a: i) aumento de la burocracia y ii) mayor injerencia de los colegios profesionales en leyes que favorecen a sus agremiados. El caso más notable corresponde a los profesionales del derecho que para litigar deben titularse y colegiarse.
El crecimiento de burocracia incide en el problema debido a la imposibilidad del sector público de seleccionar y remunerar profesionales de acuerdo a su productividad. En la esfera privada, el profesional es valorado por su contribución a los fines que persigue la organización que lo contrata. Los “títulos” importan pero la productividad importa más. Si la productividad es baja, la inversión realizada habrá sido un lamentable desperdicio de recursos.
Pero en el sector público la mecánica es otra. Gana más quien tiene más papeles. Si no hay papeles no hay trabajo ni ascenso. A través del expediente el sector público calcula la valía del profesional. Los “títulos” cobran así un valor intrínseco que mucha gente desea conseguir y pronto. Y esa necesidad es una oportunidad que muchas organizaciones (privadas y estatales) no dejarán pasar.
Entonces, si por ley los títulos representan la puerta de ingreso para el empleo ¿Por qué nos sorprende que nuestros jóvenes antepongan el interés del “cartón” al del “conocimiento”? ¿Por qué nos sorprende que haya organizaciones dispuestas a cumplir tal sueño? En tal empresa se han embarcado no sólo algunas universidades privadas “nuevas”, sino también muchas estatales viejas y de renombre.
Ensayo escrito el 15 de febrero de 2012 y editado el 29 de mayo de 2014 para Lampadia