Por: Pedro Espinoza Colán, Sociedad de Ingenieros del Perú
Gestión, 18 de marzo de 2020
Según el diccionario de la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra “precario” es la carencia de medios o de recursos suficientes para realizar algo. El decreto supremo dado recientemente por el Gobierno del presidente Martín Vizcarra, con la finalidad de disminuir la velocidad de propagación del coronavirus por medio del aislamiento social obligatorio de nuestra población, está mostrando la gran cantidad de trabajos precarios que realiza gran parte de la población del Perú. Trabajo precario es vender comida en la calle sin ningún control sanitario. Es vender en puestos de mercados que se forman en las vías públicas, obstaculizando el tráfico. Es manejar vehículos de transporte público que no cuentan con los estándares de seguridad. Es hacer el servicio de taxi sin contar con el debido permiso. En el Perú hay muchas formas de trabajo precario. Todos estos trabajos tienen algo en común: generan un ingreso diario para quienes lo hacen. Todas estas personas, si no trabajan un día, al día siguiente no cuentan con los debidos medios para mantenerse. Por otro lado, hay quienes logran un ingreso de dinero día a día y su trabajo no es precario, como los comerciantes formales, los que cuentan con un oficio o los profesionales independientes. La mayor diferencia entre quienes generan sus ingresos económicos día a día es la capacidad de ahorro. Quienes realizan trabajos precarios, por lo general, ganan solo para el día.
El aislamiento social obligatorio planteado por el Gobierno está siendo cuestionado, sobre todo, por quienes realizan trabajos precarios. El motivo es solo uno, este aislamiento les impide generar ingresos. Es aquí donde radica la principal dificultad para el cumplimiento voluntario del reciente decreto supremo. Se está mostrando ante el país una realidad que pocos quieren reconocer: la pobreza se está midiendo mal en el Perú. El trabajo precario lo realizan las personas más pobres. Basta con ver las calles de los barrios populosos del Perú para reconocer inmediatamente la existencia del trabajo precario, es decir, para ver el incremento de la pobreza. Mientras sigamos viendo a la pobreza solo como una medida del nivel del consumo de las personas jamás la veremos en su real dimensión. La Organización de la Naciones Unidas (ONU) ha planteado al mundo entero los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Son 17 objetivos a cumplir entre el 2016 y el 2030. El primero de estos es la eliminación de la pobreza en todas sus formas.
La actual crisis de salud en el Perú se tiene que ver como una oportunidad. El bono de los S/ 380 que el Gobierno piensa dar a las familias vulnerables para que puedan acatar el estado de emergencia es una ayuda, pero no va a resolver el problema central. El trabajo precario es otra forma de pobreza. Es entendible que el Gobierno ejecute medidas destinadas a disminuir la propagación del coronavirus. También es entendible el descontento de los más pobres de las zonas urbanas del Perú por esta medida. Son las contradicciones que se forman en sociedades como la nuestra, con una democracia incipiente sobre la que se asientan brechas sociales que inexplicablemente se vienen aceptando como “normales”. La crisis del coronavirus está desnudando la situación de nuestros hospitales y, en general, del servicio de salud pública de todo el Perú. Esto también es pobreza. Urge basar las políticas sociales de los futuros gobiernos, ya no en la pobreza monetaria (que está describiendo mal a la pobreza), sino en la que es más objetiva: la pobreza multidimensional. Sin dejar de apoyar sinceramente al Gobierno en su lucha contra esta pandemia, aprovechemos esta crisis para ver con otros ojos lo que hasta ahora como sociedad venimos soslayando: la pobreza. Nelson Mandela decía: “La pobreza no es natural, es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos. Y erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”.