Por: Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008
Gestión, 27 de junio de 2018
El Gobierno de Trump parece dirigirse hacia una guerra comercial en tres frentes: en simultáneo, se va a enfrentar a China, la Unión Europea (UE) y nuestros socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Las repercusiones económicas serán terribles.
Es probable que también haya consecuencias políticas horrorosas, no solo en el exterior sino también en el país. Por ello, predigo que a medida que los efectos negativos de esa política comercial de línea dura comiencen a evidenciarse, veremos una repugnante búsqueda de chivos expiatorios de parte de Trump y compañía. De hecho, esa búsqueda ya se inició.
Para tener claro qué se viene, es necesario entender dos puntos cruciales. El primero es que el Gobierno no tiene idea de lo que está haciendo. Sus ideas sobre comercio exterior no parecen haber evolucionado desde el 2016, cuando Wilbur Ross y Peter Navarro, hoy secretario de Comercio y “zar” comercial, respectivamente, publicaron un documento que fue una exhibición de absoluta ignorancia. Así que ambos carecen de toda preparación para afrontar el problema.
Segundo, este Gobierno está infestado —uso esta palabra deliberadamente— de teóricos de la conspiración. Es más, parece que serlo es una calificación profesional: una funcionaria del Departamento de Salud fue suspendida temporalmente cuando la prensa informó que había trabajado en un sitio web que difundía esas teorías. Resulta que la funcionaria incluyó ese empleo en su CV cuando postuló para el puesto. No fue contratada a pesar de su conexión con la política de la paranoia, sino debido a eso.
¿Qué pasa cuando la incompetencia se junta con la teorización de la conspiración? Trump ha declarado que “las guerras comerciales son positivas y fáciles de ganar”. Pues ya se está comprobando que lo de “fáciles de ganar” es ilusorio. Los países no cederán a las demandas de Estados Unidos, en parte porque estas son incoherentes —Trump exige que la UE elimine “horribles” aranceles que en realidad no impone, mientras que los chinos no logran entender qué quiere—.
Agreguemos la inmensa animadversión que Trump ha generado alrededor del mundo y la idea de que Estados Unidos obtendrá lo que está reclamando muy pronto es sumamente inverosímil. De hecho, es difícil dilucidar cómo evitaremos las retorsiones que terminarán llevándonos a una guerra comercial total.
Aunque algunas industrias estadounidenses que compiten con importaciones podrían beneficiarse, habrá muchos perdedores. Para empezar, más de diez millones de empleos dependen de las exportaciones, según el Departamento de Comercio. En particular, la agricultura vende al exterior más del 20% de su producción. Una guerra comercial eliminaría muchos de esos puestos de trabajo; creará nuevos en las industrias que compiten con importaciones, pero no serán los mismos ni para las mismas personas, de modo que habrá mucha disrupción.
Y el daño no se limitaría a las industrias exportadoras: más de la mitad de las importaciones estadounidenses y el 95% de los productos chinos que serán gravados con aranceles, son bienes intermedios o de capital —los productores del país los usan para mejorar su eficiencia—. Así que la conflagración venidera elevará los costos y perjudicará las perspectivas de cantidades de empresas no exportadoras. Por ello, cabe preguntarse cómo reaccionará este Gobierno enfocado en las teorías conspiratorias cuando las víctimas internas de su política comercial comiencen a quejarse. A la fecha, solo ha habido algunas escaramuzas, pero han provocado la caída del precio de la soya —que exportamos a China— y el encarecimiento del acero. Los agricultores y las empresas que utilizan acero están molestos.
El Gobierno no ha dicho, “Miren, estamos asumiendo una posición dura y habrá algunos costos”. En lugar de eso, Ross declaró que las variaciones de esos precios fueron obra de especuladores “antisociales” que buscan “aprovecharse” y pidió una investigación. O sea, no se trata de los efectos predecibles de una política gubernamental sino de una conspiración en contra de Trump. Por cierto, este tipo de acusación no es normal en un alto funcionario; yo nunca había visto algo así.
Recordemos que la soya y el acero están ofreciendo apenas un anticipo de los trastornos que ocurrirán con una guerra comercial. ¿Cómo reaccionará el Gobierno ante los efectos adversos? ¿Admitirá que calculó erróneamente el impacto de su política? Por supuesto que no.
Lo que yo predigo es que el Gobierno comenzará a ver villanos en todos lados. No atribuirá las consecuencias del conflicto comercial a sus propias acciones sino a George Soros o la burocracia. No estoy seguro cómo culparán también a la Mara Salvatrucha, pero seguramente lo harán.
El punto es que probablemente la política de guerra comercial terminará pareciéndose a la política en general del Gobierno de Trump: buscar a quién demonizar.