Por: Patricia Teullet
Perú21, 10 de agosto de 2020
No sabemos si era cierto o solo parte de la imaginación de los creadores de las películas, pero, en las que había personajes condenados a prisión era común ver marcas en la pared: cuatro palos cruzados por un quinto. Así era posible, en una mazmorra sin luz, donde todos los días eran iguales a otros, no solo mantener un conteo del tiempo, sino también la esperanza y la cordura.
Ahora, confieso que hay momentos en que debo mirar la esquina derecha de la computadora para confirmar el día o la hora. Las reuniones virtuales exigen un esfuerzo de concentración y disciplina para no utilizar las pausas en la revisión de otros temas, algo que la posibilidad de no encender la cámara o poner “silencio” permiten. Es cierto que, con el tiempo, ya hemos aprendido a pedir la palabra levantando la “manito” en Zoom, lo cual permite mayor orden y eficiencia en las discusiones.
Nunca me he querido conectar a una reunión social de manera virtual. Quiero a mis amistades y nos reservamos un espacio “con distancia social” en la agenda y en un parque “prestado” para compartir información sobre avances de la vacuna contra el COVID; la actualización de los tratamientos; las opciones de brindar ayuda a diversas causas y, un inevitable “raje” político.
La distancia más dura es la familiar: lavado de manos y cara, mascarilla, zapatos fuera, vestimenta rociada con desinfectante; nada es suficiente y hace falta el abrazo.
Pero el peor día es aquel en que se debe dejar solo a un ser querido con síntomas COVID en un hospital, sin saber si lo volveremos a ver. Mientras tanto, indiferentes, gobernantes regionales y locales, congresistas y presidente juegan metiéndose cabe y dejando caer al país.