Patricia del Río, Periodista
El Comercio, 11 de febrero de 2016
Hace veinticuatro años el futuro era un lugar inhóspito y desconocido. Nuestra capacidad de imaginar cómo sería nuestra realidad en las próximas horas era imposible. Si conseguíamos un trabajo no sabíamos cuánto nos duraría, si teníamos una fiesta no sabíamos si habría luz, si teníamos un hijo no estábamos seguros de poder protegerlo de una bomba. Un día leíamos que una madre había perdido a toda su familia en una emboscada en Ayacucho, al día siguiente nos enterábamos de que habían secuestrado a un reconocido empresario, horas después nos contaban que una bomba había matado a la hermana de nuestro mejor amigo. El ruido ensordecedor de la muerte, que al comienzo asomaba como un eco lejano en las páginas de los diarios, empezó a dejarnos sordos a la vuelta de cada esquina.
Aprendimos a vivir condenados a nuestro presente, no con la sabiduría de los orientales que buscan la paz del momento, sino con el susto de los acechados: si mirábamos atrás, la fila de cadáveres nos quitaba el aliento; si mirábamos hacia adelante, la amenaza de muerte nos dejaba petrificados. Aprendimos a vivir sorteando las letales consecuencias de tu ideología asesina. Contamos más de 30 mil muertos: la mayoría quechuahablantes, los más pobres, todos víctimas. Vimos a amigos, parientes, vecinos y desconocidos emprender largos viajes sin retorno. Más de dos millones de peruanos tuvieron que abandonar sus casas, chacras, animales, y familias para alejarse del escenario de horror en el que habías convertido nuestra patria. Derrumbaste cada torre eléctrica que significara progreso, dinamitaste puentes y carreteras, atacaste comisarías, masacraste jóvenes soldados y cuando no mataste a los niños, los dejaste huérfanos y traumados.
Ha pasado casi un cuarto de siglo, Abimael Guzmán Reynoso, y hoy vivimos en un país que no reconocerías. Que ya no identificarías como tu campo de batalla. Hay pobreza, sí; hay mucha desigualdad también. Nos falta muchísimo por hacer, pero tenemos esperanza. Hemos recuperado con mucho trabajo la capacidad de mirar al futuro. Ya nos permitimos imaginar cómo será nuestra vida y la de nuestros hijos; hacemos planes y proyectos en los que el miedo no es más el protagonista.
Te hemos ganado, Abimael. Porque mientras nosotros disfrutamos cada día de nuestras vidas y el futuro se nos presenta lleno de posibilidades; tú te pudres de aburrimiento en una celda fría, acechado por los llantos y los gritos de tus horrendas masacres. Te hemos ganado, asesino, porque mientras a ti no te queda más que sentarte a esperar tu propia muerte, nosotros hemos aprendido a seguir. El Perú que quisiste destruir sigue adelante sin ti.