A menos de mil días de que se cumpla el plazo originalmente planteado para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), un nuevo panel de 27 líderes mundiales convocados por el secretario general de Naciones Unidas ha propuesto otro desafío aún más ambicioso: eliminar la pobreza extrema de la faz de la Tierra en dos décadas.
Este reto es alcanzable, especialmente si consideramos que la incidencia de ese flagelo se contrajo a la mitad en los últimos veinte años. Para hacernos una idea cabal del camino recorrido, consideremos que en 1990 el 43% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema (menos de 1 dólar al día). La misma proporción se redujo a 21% en el 2010, sobrepasando las expectativas optimistas contempladas por los ODM. Nunca antes en la historia de la humanidad se había logrado reducir tanto y en tan poco tiempo la pobreza.
Ello ha sido posible en gran medida gracias al alto crecimiento de los países en desarrollo, con resultados especialmente espectaculares en Asia. En las últimas tres décadas, gracias a la adopción de medidas liberalizadoras, China logró sacar de la pobreza a casi 700 millones de personas. El porcentaje de pobres en ese país pasó de 84 a casi 10. Según The Economist, el esfuerzo chino explica casi las 2/3 partes de la reducción alcanzada mundialmente. La aceleración del crecimiento en el resto del mundo en desarrollo propició el retiro de otras 280 millones de personas de la pobreza extrema.
En nuestro país, consecuencia de la rápida expansión económica de la última década, la proporción de pobres también se redujo a la mitad, cumpliendo con antelación uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El 80% de esa contracción se explica por las dinámicas del crecimiento y el 20% restante es consecuencia de las intervenciones públicas. A diferencia de lo ocurrido en China, donde las tendencias mencionadas estuvieron aparejadas de un notable deterioro en la repartición del ingreso, en nuestro país esos avances se dieron en paralelo a una ligera mejora distributiva. Mención especial ameritan las ganancias de bienestar registradas en nuestras zonas altoandinas, producto del crecimiento de la productividad.
En su documento final, el panel de NN.UU. plantea cinco cambios transformacionales para guiar la nueva agenda del desarrollo pos 2015.
El primero de los lineamientos es el de “no dejar a nadie atrás”, asegurando la provisión de servicios básicos, con un énfasis en los más vulnerables y excluidos.
El segundo es el de asegurar la “sostenibilidad”, mientras que el tercero involucra la promoción del crecimiento inclusivo, generador de empleo.
La tercera de estas transformaciones involucra la creación de instituciones sensibles a las necesidades de los ciudadanos.
Finalmente, se plantea la construcción de alianzas más amplias entre el sector privado, el Gobierno y la sociedad civil.
Para hacer realidad un mundo sin pobreza extrema, será necesario asegurar el crecimiento acelerado continuo, para lo cual hay que generar y mantener las condiciones que lo faciliten, particularmente en lo que atañe al desarrollo de los emprendimientos privados. Pero inclusive si se lograra asegurar tal dinamismo, buena parte de la cosecha temprana de éxitos alcanzables ya se alcanzaron y los avances posteriores serán más difíciles. De allí la enorme importancia que también cobrará el perfeccionamiento de las intervenciones públicas focalizadas, para beneficiar a aquellos a quienes por distintas razones la dinámica del mercado deje rezagados.