Nelson Torres Balarezo, Investigador Principal del Instituto del Perú
25 de julio de 2017
Para Lampadia
Hace dos semanas estuve en Cajamarca. Durante los últimos años, he visitado varias veces dicha región, especialmente las provincias de Jaén y San Ignacio, pero también su zona andina. Esta vez, tuve la oportunidad de recorrer los linderos de la mina Yanacocha, colindante con la Granja Porcón (destino preferido de cualquier turista), con miles de hectáreas reforestadas.
Durante la ida, y más sobre la vuelta, me vino a la mente el sagrado litigio de la izquierda, pintado en casi cada calle de la ciudad de Cajamarca: “mina no, agua si”. Pensé un poquito, muy poquito, si la mina consume toda (o la mayor parte) del agua disponible, ¿Cómo se explica Porcón? Que por cierto es colindante en un buen tramo con la mina y; además, como es posible que junto a la mina hayan cientos de pequeñas parcelas, todas ellas cubiertas de follaje o cultivos. ¿Y el agua que la mina se roba?
En el avión de retorno a Lima, venía pensando en el tema, cuando de pronto divise una gran mina en la parte alta de una montaña, por el tiempo transcurrido desde el despegue, probablemente en Santiago de Chuco. La mina ocupaba toda la parte alta de la montaña y, alrededor de la misma, hasta donde se podía divisar, había pequeñas parcelas agrícolas en diferentes tonalidades de verde. ¿Y el agua robada?
En el mismo avión me vino a la mente una antigua entrevista a Marco Arana en RPP. Probablemente de hace más de 10 años. Luego de una larga perorata sobre la minería y la contaminación, Raúl Vargas le preguntó que hacía la organización que lideraba respecto a la minería ilegal en Madre de Dios, Lomas, Nazca, entre otros; Arana respondió algo así como “esos temas no trabajamos”. Ver en Lampadia: Las incoherencias del ex-cura violentista al descubierto
Si uno es ecologista convencido, supongo que la contaminación que generan de los mineros ilegales es más lacerante que cualquier impacto de la gran minería. Sin embargo, “no trabajan ese tema”. A buen entendedor, no es negocio hacerlo. Se me ocurre que la oposición a la minería formal puede serpor motivos ideológicos, por necedad o simplemente maldad; eventualmente también puede ser un trabajo para asegurarse las lentejas, como claramente expresó un líder antiminero arequipeño.
La misma maldad (o necedad) que muestran los antimineros, la tienen quienes dirigen la huelga docente en Cuzco, con sus pedidos irrealizables, como duplicar sueldos y anular la carrera magisterial. Definitivamente no podemos inferir que la maldad o necedad es exclusiva de una corriente ideológica, pero se esfuerzan tanto, que a veces lo creo.