Maite Vizcarra
El Comercio, 20 de noviembre del 2025
“Los futuros servidores públicos deberán operar en entornos donde los datos, los algoritmos y la inteligencia artificial no son ‘innovaciones’, sino componentes estructurales del quehacer estatal”.
En tiempos en que la desconfianza hacia el Estado parece haberse convertido en el paisaje natural, existen iniciativas silenciosas que buscan cambiar el rumbo desde la formación temprana. Es el caso del “Semillero para futuros funcionarios y servidores públicos” de la Cámara de Comercio de Lima (CCL). Quizás en el cruce entre integridad, tecnología y vocación se esté incubando la generación que finalmente pueda modernizar al Estado desde adentro.
Resulta evidente que la discusión sobre la eterna reforma del Estado no puede seguir reducida a organigramas, comisiones o cambios normativos que tardan años en implementarse. La transformación real comienza antes, en la formación de quienes asumirán la tarea de conducir las instituciones públicas en una realidad social y tecnológica radicalmente distinta a la de hace apenas una década. Por ello, programas como el “Semillero” merecen más atención.
En su última edición, la promoción de jóvenes becarios ha tenido la oportunidad de internalizar una idea esencial: el Estado tiene que dejar de ser un aparato analógico operando en un mundo influido cada vez más por la IA. Porque las enormes pérdidas que el país sufre –según Servir superan los S/110.000 millones en cinco años– bien merecen el reto de hackear las anquilosadas estructuras públicas. En ese contexto, cobra especial relevancia que el “Semillero” incorpore contenidos vinculados al ciberactivismo, la ciudadanía digital y el uso estratégico de la tecnología en la gestión pública, y es, además, una gran satisfacción haber tenido a mi cargo esa contribución.
Los futuros servidores públicos deberán operar en entornos donde los datos, los algoritmos y la inteligencia artificial no son ‘innovaciones’, sino componentes estructurales del quehacer estatal. Y, como ocurre con cualquier infraestructura, entenderlos no es un lujo; es una condición mínima para gobernar con legitimidad y eficiencia.
Hoy, la ciudadanía ya se comporta como un actor digital. Exige información en tiempo real, solicita transparencia en formatos accesibles y demanda coherencia entre el discurso y la evidencia. Frente a este escenario, no basta con proclamar políticas de datos abiertos si, en la práctica, la extracción de información pública queda bloqueada por mecanismos diseñados para disuadir cualquier intento de automatización. El Estado necesita servidores capaces de interpretar este contexto con claridad y actuar en consecuencia. No se trata de ‘transformar digitalmente’ la administración pública, sino de comprender que la tecnología configura nuevas formas de relación entre ciudadanía, instituciones y toma de decisiones. Herramientas como la IA, el análisis de datos y la interoperabilidad no solo aumentan la eficiencia, fortalecen la gobernabilidad al permitir gestionar mejor expectativas y anticiparse a las demandas sociales.
La digitalización cívica es más que eficiencia, es un artefacto útil para cuestionar prácticas obsoletas, cocrear procesos y promover un servicio público más transparente y orientado a la solución de problemas. En otras palabras, formar futuros servidores públicos bajo este enfoque no solo implica poner en su mapa mental a la integridad como un valor ético, sino también como una arquitectura abierta a la ciudadanía.
Larga vida al “Semillero” de la Cámara de Comercio de Lima, y que los jóvenes aspirantes sean los eslabones más importantes para redefinir el perfil del servidor público del siglo XXI.






