Los que no votaban son más desideologizados que de derecha.
El Mercurio – Chile
Loreto Cox
El curso de los últimos años, marcados por un estallido social y varios otros electorales, se ha asegurado de refrendar la miopía de quienes creyeron tener todas las respuestas, como si la historia tuviese un sentido cierto. ¿Cómo interpretamos, ahora, el resultado de esta elección?
Algunos dicen que la ciudadanía es un péndulo. Algo de eso hay. Durante la última década, las posiciones ideológicas, por ejemplo, sobre el rol del Estado vs. el individuo en el progreso de las personas, muestran varias oscilaciones: hay como un 10% de la población que se mueve según el momento (Bicentenario 2022). Suena poco, pero es suficiente para dar vuelta una elección y, de hecho, los cambios en este indicador coinciden con los cambios en los vientos electorales.
¿Significa esto que la ciudadanía no es más que un manojo de emociones que se lanza de un polo a otro, sin ninguna racionalidad? En absoluto. Los vaivenes se dan dentro de márgenes de estabilidad y de moderación. Es más, ellos son una respuesta lúcida, sobre todo de personas sin una ideología fuerte, a los cambios del país: cuando un gobierno cree poco en el Estado, pide más Estado, y luego al revés. La última medición de Bicentenario muestra una desvalorización importante del rol del Estado respecto de 2021, el año en que fue elegido Boric. Pero también muestra que esta sigue siendo una cuestión debatida, con una buena masa moderada.
Hay otro ámbito donde el “péndulo” ha sido más fuerte, y es fácil palparlo: la seguridad. Entre el estallido y la última CEP, más de un cuarto de la población se pasó desde una posición pro-libertades o moderada al polo del orden público. La seguridad siempre ha sido prioritaria para la gente (nace de algo tan primigenio como el miedo), pero el devenir reciente la ha puesto en el centro. Sin duda, el Partido Republicano fue el que más creíblemente supo conectar con esa demanda —en parte, por sus posturas, en parte, quizás, por el mero hecho de no haber tenido ocasión de intentarlo y fracasar.
¿Qué rol jugó el voto obligatorio? Contra lo que antes se pensó, hoy se dice que esta regla trajo a las urnas a masas conservadoras que antes se abstenían. Pero las encuestas muestran que quienes usualmente no votaban no son tan distintos ideológicamente de los votantes. Su mayor diferencia es que siguen menos la política y, consecuentemente, son más reacios a tomar posiciones. Por ejemplo, en la CEP de mayo de 2022, entre los que dicen no haber votado en ninguna de las dos vueltas presidenciales (25%), el 42% no se identifica en el eje izquierda-derecha, comparado con 23% entre los que dicen haber votado en ambas (60%). Fuera de eso, la distribución se inclina algo hacia la derecha, pero en el margen: los que no votaban son mucho más desideologizados que de derecha. El voto obligatorio, sobre todo, incorporó masas relativamente moderadas que, por mirar más de lejos la política, están dispuestas a cruzar fronteras para votar por lo que hoy les importa (seguridad).
¿Irá a durar el ímpetu republicano? El partido triunfante tiene hoy la ventaja de, hasta ahora, no haber tenido poder. Pero la ciudadanía de hoy es muy crítica y no va a ser fácil estar a la altura. Por de pronto, cabe recordar que los votos están prestados y que, creo, no habría mayor éxito que una Constitución bien aprobada.