Por: León Trahtemberg
Diario Correo, 11 de febrero del 2022
Me contaba una jovencita cuya madre estaba haciendo enormes esfuerzos para pagar la matrícula escolar que se daba cuenta del sacrificio de su mamá y que iba estudiar con ahínco para “ser alguien en la vida” y compensarle luego a su mamá.
Me conmovió mucho su expresión “ser alguien en la vida”. De pronto se me vino a la mente toda la historia de exclusiones que ha habido en el Perú por razones étnicas, culturales y socioeconómicas, corporizadas en una niña que sentía que no era nadie, salvo que obtuviera alguna vez un título universitario para merecer el reconocimiento social. Sentía que tenía que devolver o compensar más adelante a su madre por darle la oportunidad de estudiar. En ningún momento lo sintió como un derecho que no estaba atado a compensación alguna, sino como un beneficio del que solo gozan algunos.
Me preguntaba qué le hacía sentir eso… y más allá de las realidades objetivas de un país como el Perú tan segmentado con un estado tan indiferente a la equidad y el bienestar común, pensé en la escuela, como un espacio que puede aliarse con esta realidad o en cambio puede confrontarla, con las principales herramientas que tiene: la acogida y el cultivo de una alta autoestima en los estudiantes, que les haga sentir que nadie es menos dependiendo de su hogar de procedencia, y que todos sientan que son alguien en la vida, dignos de merecer el amor y la protección de su entorno.
Quién sabe, si lográramos que todos los niños sintieran así, nuestras próximas generaciones podrían gestar una sociedad más amable, auto-regulada, pacífica, emprendedora y solidaria.