Por León Trahtemberg
(Correo, 12 de Junio de 2015)
Si pones a 5 ingenieros formados en la misma universidad en una sala a resolver un problema, probablemente todos llegan a una solución similar. Si les agregas 5 ingenieros procedentes de los 5 continentes, probablemente el número de soluciones alternativas crecerá. Y si agregas a esa sala 10 académicos o profesionales que no son del mundo de la ingeniería sino de la psicología, artes plásticas, música, arquitectura, economía, filosofía, literatura, antropología, etc., para trabajar juntos, de seguro encontrarán una gama aún más amplia de alternativas de solución.
Ese es el valor del trabajo interdisciplinario e intercultural. Eso lo entendió el mundo universitario de Estados Unidos hace tiempo con sus programas de becas a jóvenes talentosos de todo el mundo. Por su parte, la enorme mezcla de procedencias culturales y nacionales permitió el despegue de países como Israel, Canadá o Australia. Eso no lo entendieron ni entienden los países que aspiran a la homogeneidad social, religiosa o étnica. Lo interesante es que esto funciona no solamente en instituciones educativas universitarias, sino en todo tipo de organizaciones. Las empresas multinacionales que rotan continuamente a sus ejecutivos se han dado cuenta así como algunos países europeos tradicionalmente cerrados a la inmigración diversa.
Sin duda los colegios que apuestan por la diversidad de procedencias y características del alumnado están en la misma línea del beneficio de la integración, aunque en el Perú son aún pocos los colegios que valoran y asumen este reto.