Gabriel Daly
El Comercio, 18 de agosto del 2025
“El Perú no puede seguir jugando en las ligas menores de la política internacional”.
La reciente gira de la presidenta Dina Boluarte confirma una verdad irrefutable: el Perú no puede seguir jugando en las ligas menores de la política internacional. En un mundo volátil y competitivo, limitarse a preservar la estabilidad macroeconómica es como intentar contener un vendaval con un pañuelo. El país debe ocupar, con decisión, un lugar en la primera línea política y comercial.
Pese a ello, la congresista Sigrid Bazán, de Nuevo Perú, redujo la misión presidencial a Japón e Indonesia a una caricatura, como si un viaje de Estado se midiera por la balanza de equipaje. Defensora entusiasta de regímenes como el de Venezuela y Cuba, crítica de supuestos “insultos diplomáticos” a Bolivia y promotora de causas poco vinculadas a la competitividad nacional, olvida que la política exterior es una carrera de resistencia, no de velocidad. El aislamiento diplomático es antesala de la irrelevancia. Pero no solo la izquierda incurre en este error: Patricia Chirinos, de Avanza País, afirmó que la presidenta “solo piensa en hacer turismo”.
La misión a Japón e Indonesia, del 5 al 12 de agosto, no fue un paseo protocolar. Produjo resultados concretos: encuentros con el emperador y el primer ministro japoneses, reuniones con líderes empresariales y una sólida presentación en la Expo 2025 Osaka, Kansai. En Yakarta, tras años de negociaciones, se firmó un nuevo tratado de libre comercio que amplía la red de 23 acuerdos vigentes y consolida la vocación aperturista del país.
A diferencia de la visita a China del año pasado, esta vez el Ejecutivo se mostró más afinado. En consecuencia, hubo mensajes coherentes, discursos claros, proyectos realistas y embajadas trabajando al unísono con las oficinas comerciales. Esa es la ruta. Aun así, sería ingenuo pensar que un par de viajes exitosos bastan para asegurar la partida.
El Perú necesita una cancillería del siglo XXI: diplomáticos que dominen el inglés, chino y árabe con la misma naturalidad con la que respiran; que conozcan la historia y cultura de sus destinos; que se muevan con solvencia en las cúpulas políticas más exigentes. En paralelo, el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo debe fortalecer a Prom-Perú y su red de consejeros comerciales, no como vitrinas decorativas, sino como piezas de artillería económica en mercados clave.
La apertura no se impone por decreto; se construye con resultados: hay que presentar oportunidades concretas, y para ello es imprescindible dialogar con el sector privado. Además, una cosa es invitar y otra muy distinta es recibir; el Perú debe establecer condiciones claras y reglas firmes para evitar abusos.
Para atraer inversión privada se requiere un entorno libre de trabas burocráticas, con un Estado que haga cumplir la ley, evitando episodios vergonzosos como el de Lava Jato. En este escenario, la alianza con el sector privado no es un lujo, sino una condición indispensable. En Japón, el Consejo Empresarial Peruano-Japonés mostró el camino: agenda precisa, empresarios comprometidos y respaldo activo a la delegación oficial. Esa debe ser la norma, no la excepción.
El empresariado tampoco puede limitarse a observar desde la tribuna. Una gira respaldada por los líderes de los grandes grupos económicos y gremios empresariales enviaría una señal de compromiso y corresponsabilidad que trascienda fronteras.
En pocos días, la misión de InPerú partirá a Londres y Madrid. Creer que los problemas internos y la proyección externa son prioridades excluyentes es desconocer cómo funciona el mundo: la fortaleza interna se potencia con influencia externa, y viceversa. Si Japón e Indonesia marcan el estándar, el Perú dejará de ser un actor que reacciona a los movimientos ajenos para escribir su propio libreto en la escena internacional.
La proyección internacional, asimismo, exige capacidad para manejar fricciones. La situación reciente con Colombia recuerda que la diplomacia no solo abre mercados: también previene tensiones. La experiencia con los aranceles impuestos por Donald Trump, que afectaron exportaciones peruanas, demuestra que el comercio global no es terreno neutral. Requiere negociación, alianzas estratégicas y reflejos rápidos para defender los intereses nacionales.