Por Francisco Belaunde, Internacionalista
El Comercio, 16 de abril de 2018
La primera es la del asesino en serie Bashar al Asad contra la población siria en su afán por mantenerse en el poder. En vez de renunciar a su trono tras las protestas masivas desarrolladas en su contra en el primer trimestre del 2011, optó por la represión a sangre y fuego, desencadenando así la guerra civil.
La segunda es la del Estado Islámico en su afán de constituir un califato, ocupando vastos territorios en Siria, aunque ahora su presencia se encuentra reducida a algunos enclaves, principalmente tras la ofensiva desplegada contra ellos por Estados Unidos y sus aliados. Por su parte, el régimen sirio y Rusia no enfrentaron realmente al Estado Islámico en un inicio, prefiriendo concentrar sus esfuerzos en la lucha contra los otros grupos armados. Posteriormente, sin embargo, sí lo han enfrentado con mayor decisión.
La tercera es la de Estados Unidos y sus aliados occidentales contra el Estado Islámico, mediante bombardeos aéreos y el lanzamiento de misiles, así como a través del apoyo a un grupo rebelde liderado por la formación militar kurda, las Unidades de Protección Popular (YPG).
La cuarta es la de Rusia contra los grupos rebeldes que combaten a Al Asad, con el objetivo de mantener la única base militar que le queda fuera de los territorios de la otrora Unión Soviética, expandir su presencia en Siria e intentar recuperar su estatus de superpotencia.
La quinta es la de Irán, también contra los grupos opuestos a Damasco, con el objetivo de instalarse en Siria, como parte de su expansión en el Medio Oriente. En ese sentido, coincide con Rusia, aunque tiene su propio juego.
La sexta es la de Turquía contra la fuerza kurda, a la que considera un grupo terrorista en tanto que es una emanación del Partido de los Trabajadores de Kurdistán que lucha por la autonomía de los kurdos en Turquía. Rusia tolera su intervención a cambio de su participación en sus esfuerzos por pacificar las zonas rebeldes a Al Asad. Ello, a pesar de que los turcos también apoyan a grupos opuestos a Damasco. Estados Unidos, aliado en principio de Turquía a través de la OTAN, se encuentra en una línea de colisión con ella por la cuestión kurda.
La séptima es la de Israel contra Irán y su aliado, el grupo libanés chiita Hezbolá que también combate al lado de las tropas de Al Asad. Los rusos toleran en general las intervenciones israelíes, aunque han rechazado firmemente la última efectuada hace tres semanas contra una base iraní.
La octava es la de Arabia Saudí y los emiratos del Golfo Pérsico contra Al Asad, a través del apoyo a diversos grupos islamistas radicales. No obstante, a estas alturas es una guerra perdida, tras la intervención rusa.
Al momento de escribir estas líneas, se acaba de producir el bombardeo de diversas instalaciones del Gobierno Sirio por las fuerzas de Estados Unidos, Reino Unido y Francia, como «castigo» por el empleo de armas químicas que, según diversas denuncias, se habría producido en contra de un bastión rebelde. Más allá de la discusión sobre la culpabilidad del sátrapa de Damasco, y sobre la obvia ilegalidad de la operación occidental, al carecer de la autorización de la ONU, no se está ante una acción que vaya a cambiar el curso de los enfrentamientos en suelo sirio. El régimen de Al Asad sigue marchando hacia su relativa consolidación sobre las ruinas de ciudades y pueblos y montones de cadáveres. Al mismo tiempo, sin embargo, todo indica que las armas seguirán hablando todavía durante un largo tiempo y la población seguirá sufriendo, huyendo y muriendo.