David Gallagher
El Mercurio de Chile– 15 de abril de 2016
La reciente arremetida del gobierno contra Uber dio una pista de cómo la derecha podría diferenciarse de la izquierda en el futuro, para construir un relato, recuperar legitimidad y ganar elecciones de nuevo. La clave estaría en ser el sector que de verdad propone gobernar para todos los chilenos y no para grupos de interés. La gran idea fuerza de la derecha debería ser la de un gobierno que nos una, por heterogéneos que seamos, a diferencia de procurar «igualarnos» o «incluirnos», conceptos elitistas que suponen que hay gente de tercera que anhela ser «incluida» por sus superiores.
Gobernar para todos era un objetivo de esa izquierda moderna que había en la época de un Lagos. Ha sido abandonado por la actual, porque por mucho que invoquen a la «ciudadanía», las autoridades han estado gobernando, en muchos ámbitos, para grupos corporativos, sobre todo los que más poder de presión tienen. Para complacer a los estudiantes universitarios (a pesar de que son un grupo por definición pasajero y cambiante), gastan una fortuna en gratuidad universitaria en un país en que la educación escolar es lamentable, para qué hablar de la salud pública. Para complacer a la CUT, que reúne a menos de uno de cada once trabajadores, hacen una reforma sindical que va a perjudicar a los otros diez. Y ahora amenazan con proteger artificialmente a los taxistas, tildando a Uber de «pirata», en vez de celebrar la innovación y la competencia, tras asegurar -claro está- que Uber compita en una cancha pareja.
Alguien podría objetar que la derecha ha defendido intereses empresariales, y no hay duda que tiene que demostrar que se ha liberado de ellos. Pero el gobierno de Piñera fue mucho más ciudadano que el actual. Por algo fue tan criticado por los empresarios, cuyo poder de presión es, en todo caso, comprobadamente escaso.
Para distinguirse en el futuro, la derecha tiene que exhibir una vocación aun más ciudadana. Tiene que demostrar que siempre priorizará a aquellos chilenos de a pie que no protestan en las calles y que no se agrupan en corporaciones para chantajear a la sociedad. Tiene que demostrar que no solo acepta, sino busca que los ciudadanos se empoderen, porque confía en ellos. Tiene por tanto que acoger y fomentar la profunda democratización que se está dando en el país, gracias en parte al internet, que les permite a la gente vociferar sus peticiones como nunca antes, por minoritarias que sean. El internet es la antítesis del sindicato: es un mundo fluido, de afiliaciones cambiantes, que permite agrupar intereses infinitamente variados. A la cacofonía resultante la derecha la debería escuchar con atención, pero entendiendo que finalmente es el gobierno el que tiene que priorizar entre peticiones muchas veces incompatibles entre sí, para gobernar en función de un bien común amplio.
Más que nada, frente a una izquierda que siembra discordia, la derecha debería apuntar a unir a los chilenos. Paradójicamente las cosas que más pueden unirlos son aquellas que la izquierda de hoy denuesta y la derecha valora. Por ejemplo la racionalidad y la buena gestión, valores mucho más universales, y por tanto más unificadores, que las emociones voluntaristas de una pasajera mayoría política. También el sentido de vivir en una nación que es de todos y no solo de la mayoría de turno. Una nación que es especialmente querida porque en vez de imponernos proyectos comunes nos permite desarrollar los propios. Una nación en que no hay cabida para las retroexcavadoras porque su riqueza está en la acumulación de experiencias, en su capacidad para nutrirse de la sabiduría de generaciones pasadas y de crear sobre las tradiciones heredadas, sin la presunción monstruosa de partir de cero. Lampadia