Por: Carlos Adrianzén, Decano de la Facultad de Economía de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
Gestión, 6 de agosto de 2019
Nuestro país no está todavía en medio de una crisis económica.
Tenemos más de cinco años envueltos en un proceso de declive. Y si bien, gracias al mérito del Banco Central de Reserva del Perú, tenemos una inflación baja que fluctúa sobre el 2% anual y los precios promedio de exportación de los últimos tres años resultan tres veces más altos que los registrados la década 1993- 2002, nuestro crecimiento anual es cada vez menor (bajamos de 8% en junio del 2011 a 2.6% a mediados del 2019).
Asimismo, nuestra inversión es cada vez más reducida: de un crecimiento real anualizado de 19.4% en setiembre de 1998 bajamos a -1.4% a marzo pasado. A esto se suma que en los últimos meses nuestro comercio con el exterior también ha caído desde un ritmo real anualizado de 12.6 a mediados de 1998 a solo 2.6% a marzo pasado.
Le pueden escribir miles de discursos políticamente desesperados ofreciéndole impulsos fiscales y mayores ofertas de gasto estatal, pero lo cierto es que lo que global y localmente se asocia en forma directa con las condiciones socioeconómicas de las mayorías es la tasa de inversión.
Solo enfocando la minería, la tasa de inversión bruta se ha reducido desde 10.2% del PBI en el 2013 a solo un 2.2% el año pasado (un índice muy cercano a lo que podría catalogarse con su gasto de reposición).
La explicación de estas desafortunadas tendencias no se explican únicamente con el llamado ruido político (esas peleítas y poses del Ejecutivo y el Legislativo); se explican fundamentalmente por errores de política económica de corte regulatorio, tributario, presupuestal. Pero también por su fundamento: la discutible manera en que nuestra institucionalidad dice que combate niveles de corrupción burocrática masiva y rampante.
Lentamente el Perú se reubica dentro de la receta de la hedionda dictadura militar setentera:
una combinación de mercantilismo (cesiones a sectores privados vociferantes y a grupos de interés) y socialismo (demagogia populista y creciente intervención estatal)
Sí, estimado lector, hablar de que mantenemos un modelo económico neoliberal en el Perú es solo una cantinflada. Sus características básicas ya fueron desmontadas hace más de un quinquenio. La política (en su versión menos lucida) nos ha estado gobernando desde hace varios años. Las tendencias económicas aludidas solo han reflejado esto.
Lo sugestivo del discurso presidencial del pasado 28 implica sus ribetes de demagogia y de irresponsabilidad frente a la seriedad y efectos previsibles de la profundización de las tendencias hoy en pleno desarrollo.