Alonso Rey Bustamante
Perú21, 28 de noviembre del 2025
«Si queremos volver a crecer a tasas que permitan generar empleo formal y reducir informalidad, debemos desterrar el discurso que se alimenta de la desinformación, de mentiras y la victimización».
En los últimos años, el Perú toleró algo que hoy nos está costando demasiado: la instalación de un ecosistema de mentiras promovido por la izquierda radical. Mientras países como Singapur insisten en que la política debe sostenerse sobre la verdad y la responsabilidad, aquí aceptamos que el discurso público se degrade sin consecuencias. Y cuando la mentira se normaliza, la institucionalidad se derrumba. Un gran ejemplo es el expresidente condenado.
En este periodo, sectores radicalizados encontraron terreno fértil para imponer un relativismo moral donde “todo vale” si sirve a la causa. Se culpó al “modelo” de cada problema, se caricaturizó al sector privado como un enemigo y se atacó sistemáticamente a las instituciones que daban estabilidad. Lo más grave no fue que Toledo, Humala, Cerrón, Castillo y sus satélites difundieran estas distorsiones, sino que buena parte de la clase política decidió no confrontarlas con claridad.
A eso se sumó, más recientemente, la crisis provocada por Dina Boluarte, cuya permanencia en el poder quedó marcada por más mentiras, investigaciones y contradicciones que alimentaron un ambiente de desconfianza y desgaste institucional. Su gobierno no solo heredó el desorden, sino que lo profundizó, dejando claro que la falta de transparencia termina siempre degradando el debate público y alejando al país de las reformas urgentes que son tan necesarias para reducir la pobreza.
Ese silencio nos llevó a un punto crítico. Las pequeñas falacias —las promesas imposibles, las campañas contra el BCR, los discursos antiempresa, las exigencias ambientales irracionales, los discursos falsos— terminaron convertidos en política de Estado. El resultado es evidente: un clima de desconfianza para la inversión privada, debilitamiento de la capacidad del Ejecutivo para tomar decisiones y un país atrapado en un crecimiento mediocre.
Lo que hoy advierte Lawrence Wong, primer ministro de Singapur, ya lo vivimos: cuando se permite que la mentira gane espacio, la democracia se fractura, la izquierda divide y toma el poder para nunca más dejarlo. No hay reforma del Estado, no hay mejora de servicios públicos ni reducción de pobreza que sobreviva si el debate público está contaminado por narrativas mentirosas.
El Perú necesita recuperar una premisa básica: los hechos importan. Si queremos volver a crecer a tasas que permitan generar empleo formal y reducir informalidad, debemos desterrar el discurso que se alimenta de la desinformación, de mentiras y la victimización. El país no puede seguir rehén de quienes construyen poder a costa de debilitar instituciones.






