Aldo Mariátegui
Perú21, 30 de abril del 2025
“De que Peñaranda es un pillo que se merece varios años de prisión no me cabe duda. Pero tampoco es un asesino en serie, un genocida, un terrorista…”.
Tras escuchar estupefacto la desmesurada sentencia de 35 años impuesta a Rómulo Jorge Peñaranda por lavado de activos en el caso Odebrecht, busqué inmediatamente por Internet las fotos de los jueces Fernanda Ayasta Nassif, Lorena Sandoval Huertas y Giovanni Félix Palma que lo habían condenado. Esperaba encontrar gente con rostros extremadamente malvados, mínimo con unos aspectos de curtidos guardias nazis de las SS o de los demonios dibujados por Doré para la Divina Comedia, pero me topé con tres individuos de pinta normal. De que Peñaranda es un pillo que se merece varios años de prisión no me cabe duda. Pero tampoco es un asesino en serie, un genocida, un terrorista o un pedófilo como para que le claven más de tres décadas de prisión efectiva, con la agravante irónica de que es octogenario (¿Creerán qué va a ser aún más que centenario?).
Ante una condena así de desorbitada, uno no puede menos que pensar en cómo la perversidad y el sadismo impregnan tanto nuestro sistema judicial, en que quien es tan excesivamente insano con un semejante no puede ser cristiano, que cómo tanta crueldad haría sonreír a Stalin, Nerón o Tamerlán. Desde mi humilde opinión, me pregunto de verdad cómo Ayasta, Sandoval y Félix pueden dormir tranquilos después de hacer algo tan obviamente monstruoso. Más de un lector me dirá por qué me sorprendo ahora de cosas así si ya hemos visto a otros jueces tan o mucho más malos, como César San Martín, que la última de las maldades de CSM ha sido negarle esta semana una prescripción a PPK a pesar de que le correspondía. Pero es que uno todavía cree que algún mínimo de bondad y mesura tiene que existir en el Perú. También me estremece mucho la indiferencia de los colegas o el público frente a cosas así: nadie protesta ni le parece mal algo así. Les juro que he vivido en varios países —por trabajo, aventura o estudios— y en ninguno me he encontrado tanta maldad —activa y sobre todo pasiva— como en el Perú.