Víctor Shiguiyama
Para Lampadia
La reciente muerte del Primer Vice-Presidente del Congreso de la República, Nano Guerra García, ha puesto en evidencia una serie de problemas profundos en la sociedad peruana que requieren una atención urgente. Su partida nos invita a una reflexión sobre las crisis latentes que aquejan a nuestro país. A medida que analizamos estos desafíos, es imperativo que consideremos tanto las deficiencias en los servicios públicos como las deficiencias en nuestra preparación para una economía en constante cambio.
El deceso de Nano Guerra García visibiliza la cara oculta del iceberg: la crisis en nuestros servicios públicos.
Nuestro sistema de salud, en particular, se encuentra en un estado de desolación impresionante. La gran mayoría de peruanos se enfrenta a un sistema de salud que no sólo es deficiente, sino que en muchos casos es simplemente inexistente. La falta de acceso oportuno a la atención médica es un problema que afecta diariamente a millones de peruanos.
La tragedia que envuelve a la familia de Nano Guerra García, quién no pudo recibir atención oportuna a pesar de que contaba con un seguro privado, nos debería llevar a cuestionar nuestras prioridades como sociedad.
Sin duda toda pérdida humana siempre es motivo de lamentaciones, pero si muere el Vice-Presidente del Congreso de un país y su sistema de salud no pudo darle un auxilio oportuno (independiente de si pudiera haberle salvado la vida, o de si estaba descompensado por excesos de comida o bebida), debería arder Troya.
Entonces, si el Vice-Presidente del Congreso del Perú no pudo ser atendido por un médico en una posta médica de manera oportuna, qué esperanzas puede tener un ciudadano común, o peor aún, un ciudadano vulnerable?, ¿cómo seguir promoviendo turismo con estos eventos?
Cuando el tren de la economía se detenga, será muy tarde. Para volver a poner en movimiento el aparato productivo de una economía estancada, necesitaremos un impulso y una fuente de energía social que no tenemos. Y peor aun cuando las necesidades y capacidades que se empiezan a requerir en la nueva economía plantean elementos que la educación masiva no está desarrollando en nuestra juventud.
Es evidente que nuestras instituciones de educación deben evolucionar para equipar a nuestros jóvenes con las habilidades y capacidades requeridas en la economía futura. La educación masiva tal como la conocemos se enfrenta a un desafío: ¿estamos formando a nuestros jóvenes para adaptarse a las demandas cambiantes del mercado laboral o los estamos preparando para un mundo que ya no existe?
Si no somos capaces de realizar una autocrítica constructiva, estaremos en serios aprietos en las próximas elecciones. Podríamos tener candidatos radicalizados. Reconozcamos que la actual administración es sólo producto de nuestra incapacidad de elegir adecuadamente, o peor aún, de la incapacidad de la clase dirigente (no sólo política) de plantear opciones viables a la gente.
Y el evidente colapso de la salud se repite en educación, en seguridad, y comunicaciones.
Requerimos una reflexión y autocrítica, y dejar de culpar al pobre ciudadano que estuviera circunstancialmente de presidente en el momento del evento, porque la responsabilidad es compartida, políticos, empresarios, académicos, religiosos, deportistas, jueces, cocineros, policías o cuanto «culpable» se nos pueda ocurrir.
Este lamentable suceso debería ser una oportunidad para la reflexión y la autocrítica, a dejar de lado las culpas y la extrema polarización, para unir esfuerzos y abordar los problemas que aquejan a nuestro país.
Sólo así podremos construir un Perú más justo, próspero y con igualdad de oportunidades para las generaciones futuras.
Debemos impulsar una mayor participación ciudadana, revalorar la gestión pública, y lograr una sustantiva mejora en servicios fundamentales como la salud y la educación. Las nuevas tecnologías, que rápidamente están transformando la economía global en esta cuarta revolución industrial, representan una inmensa oportunidad para tan importante y urgente propósito. Lampadia