Fernando Rospigliosi
CONTROVERSIAS
Para Lampadia
Sendero Luminoso fue derrotado por la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas, y sus cabecillas entendieron que nunca podrían vencer mediante la “guerra popular”, por eso cambiaron de estrategia y decidieron realizar la “lucha política”, que incluye la participación en elecciones -a lo que se oponían fanáticamente antes-, y la intervención en todo tipo de asonadas buscando sobre todo, como lo hacían décadas atrás, enfrentamientos violentos con las fuerzas del orden que produzcan muertos y heridos. Es decir, otro tipo de guerra con el mismo propósito, conquistar el poder.
Antes se camuflaban en alguna comunidad campesina y emboscaban una patrulla militar o policial para provocar una represión que, supuestamente, les ayudaría a suscitar el odio a los uniformados y engrosar sus filas. Ahora asaltan aeropuertos, comisarías, minas y centros comerciales, y atacan a las fuerzas del orden con armas hechizas, explosivos y objetos contundentes con idéntico objetivo. Y luego responsabilizan a la PNP y las FFAA de las víctimas que ellos provocaron, para generar una destructiva espiral de violencia y -con la complicidad de caviares, religiosos, medios de comunicación-, paralizar al gobierno y las fuerzas del orden.
En esa estrategia no están solos. Los herederos del MRTA, la llamada Coordinadora Continental Bolivariana, los seguidores del chavismo, los agentes de la dictadura comunista cubana, agrupados en Perú Libre y otros grupúsculos, coinciden en lo mismo.
Ahora se están jugando una carta decisiva impulsando con todas sus fuerzas una suerte de insurrección para derrocar a su ex socia, Dina Boluarte, y pescar a río revuelto. Cuentan con el resuelto patrocinio de muy poderosos grupos delincuenciales con los que se coaligaron para llegar al gobierno con el malhechor hoy recluido en Barbadillo, como narcotraficantes, mineros ilegales y contrabandistas.
Como ocurrió en el Perú desde la década de 1980 –y como ha sucedido en todas las épocas y en distintos lugares-, hay grupos que les hacen el juego y eventualmente facilitan que se hagan del poder.
Por ejemplo, varios dignatarios y órdenes religiosas católicas los apoyan, fingiendo que se ponen al medio, pero en los hechos respaldan a los delincuentes que atacan a las fuerzas del orden y provocan víctimas fatales. Muchos medios de comunicación también los secundan, edulcorando a las turbas violentas a las que definen como “manifestantes”, y defendiendo el vandalismo como “legítimo derecho a la protesta”.
Y si alguien tiene dudas, que mire las imágenes de una pandilla de estudiantes de San Marcos capturando la residencia universitaria para dar cabida a las catervas que vienen a provocar disturbios en Lima. Se parece como una gota de agua a otra, a lo que ocurría en la década de 1980.
Naturalmente, los caviares, que jugaron un papel fundamental para posibilitar que Pedro Castillo y sus secuaces se hicieran del gobierno, están siempre listos para utilizar la crisis en función de sus propios intereses y participan activamente en los ataques a las fuerzas del orden, demandando sanciones para los que han hecho lo posible por frenar el vandalismo, a pesar del desempeño vacilante y contradictorio del gobierno.
Por supuesto, esos sectores que apoyan abierta o encubiertamente la insurgencia comunista y delincuencial, y que creen que podrían beneficiarse del desenlace, no tienen idea de la gravísima amenaza que se cierne sobre el país. Los curas, por ejemplo, deberían estarse mirando en el espejo nicaragüense, con iglesias vandalizadas y sacerdotes torturados y encarcelados. O quizá eso no les importa.
En síntesis, la coalición desplazada del gobierno, integrada por los herederos de SL y el MRTA, y toda la mezcolanza de partidarios del socialismo del siglo XXI, junto con mineros ilegales, narcotraficantes y contrabandistas, quieren asaltar el poder con un nuevo tipo de guerra, diferente, pero con el mismo objetivo, instaurar una dictadura comunista. Y varios sectores los apañan y protegen.
El problema es que el débil y precario gobierno de Boluarte vacila y retrocede, posibilitando que la crisis se prolongue. Lampadia