En un artículo que destila pesimismo por el futuro del Perú (El fin del ciclo político, La Primera), Alberto Adrianzén se lamenta por el escenario que se configura para las próximas elecciones, pero, en realidad, los lamentos no tienen que ver con el Perú, sino con la creciente orfandad y aislamiento político de la izquierda. Según Adrianzén los próximos comicios significarán “el cierre de un ciclo político y el inicio de otro que tiene como características principales la imposición de un consenso nacional que excluye a las fuerzas progresistas y de cambio y la consolidación de un continuismo y de un bloque en el poder que no quiere cambiar el orden político, económico, social y cultural”.
En todo caso, una primera aclaración de fondo. Adrianzén debería recordar que el Perú es una democracia con uno de los mejores estándares latinoamericanos y si el modelo económico y social continúa no es por “un bloque de poder”, “los poderes fácticos” u otras entelequias, sino por el voto popular que se expresa ya en tres elecciones nacionales ininterrumpidas, mientras avanzamos hacia un cuarto proceso electoral.
Poniendo las cosas en su sitio, vale reflexionar sobre el pesimismo de la izquierda. Adrianzén habla de “la imposición de un consenso nacional”. Obviamente se refiere al consenso que, respaldado por el voto popular, se ha creado alrededor de la Constitución del 93 y el modelo económico y social vigente, pero, ¿por qué habla de imposición o es un pretexto vacío? Luego de la caída del fujimorato se han sucedido tres gobiernos constitucionales y, al margen de las críticas electoreras a la actual Carta Política y al modelo, las tres administraciones han ratificado el marco constitucional y la economía de mercado, los resultados están a la vista: campeones del crecimiento en América Latina, campeones en reducción de pobreza y campeones mundiales en conseguir anticipadamente los Objetivos del Milenio. Y, a pesar de nuestras recurrentes crisis políticas, con una democracia que se consolida hacia su cuarto proceso electoral sin interrupciones, es obvio que se siga fortaleciendo nuestro consenso por la democracia y la economía de mercado. Sin embargo, la izquierda se resiste y se autoexcluye de la nueva realidad.
La izquierda se excluye de los nuevos consensos, porque no cree en la economía de mercado y todas sus críticas al supuesto “modelo primario exportador”, ignoran que nuestra manufactura se ha multiplicado por siete de cara a los mercados mundiales, en realidad, buscan desempolvar del desván las viejas recetas estatistas del modelo de sustitución de importaciones que ahora están hundiendo a Venezuela y Argentina. Su incapacidad de sumarse a los nuevos consensos revela la raíz intolerante de una izquierda que cierra los ojos antes hechos colosales: por ejemplo, la conversión de la China y el Vietnam comunistas en pujantes economías de mercados y el surgimiento de los antes llamados países subdesarrollados, ahora emergentes, que avanzan hacia una convergencia en bienestar con las naciones más desarrolladas.
La mayoría de los peruanos, por el contrario, en vez de pesimismo destila optimismo. ¿Por qué? Porque que pese a los problemas de nuestra democracia, como la crisis de los partidos políticos, el descrédito del Ejecutivo, el Parlamento, el Poder Judicial y otros, a pesar del divorcio creciente entre la política y la economía, el Perú sigue sorprendiendo al mundo, reduciendo la pobreza y la desigualdad y, sobre todo, consolidando su democracia. ¿Cómo entender semejante hazaña nacional? Aunque parezca mentira la respuesta está en lo que la izquierda pretende ignorar, negándose ante las cifras, las estadísticas y los elogios del planeta entero. Si alguien niega la realidadpara construir otra con el fin de justificar un discurso político, entonces, no resulta extraño que se aísle y se enajene, hablando de cosas que solo él observa. Algo parecido le pasa a la izquierda peruana que ha decidido viajar al pasado antes que imaginar el futuro, para el cual, evidentemente, no tienen ninguna oferta. Y, no nos alegramos de esta situación, pues estamos convencidos que el Perú necesita una izquierda moderna, que no llega a nacer, quizás porque la izquierda tradicional la ahoga cada vez que saca la cabeza.