Lamentablemente, en el mundo actual se toma muchas veces los discursos de progreso a través de ganar a toda costa. Esto implica que se pueden debilitar las barreras morales que los políticos y líderes globales no están dispuestos a quebrar para ganar las elecciones y posiciones de poder. El mundo ha creado incentivos perversos que muchas veces permiten que las corporaciones y los políticos ganen a cualquier precio. Sin embargo, un reciente artículo de Project Syndicate afirma que “los ciudadanos comunes pueden contrarrestar esta tendencia ejerciendo opciones morales que todavía tienen a la mano”.
Su propuesta está basada en la teoría de juegos que podría igualar el terreno para aquellos que buscan mantener una línea base de moral. Esto implicaría que, si los ciudadanos deciden que votarán por su propio interés dentro de las restricciones de un código moral, las prácticas inmorales de campaña impondrían repentinamente un costo, en lugar de otorgarles una ventaja. Una regla general para promover la cooperación es ayudar a aquellos que tienen buena reputación y no a aquellos que tienen mala reputación. Esto también ayudaría a aquellas empresas que sí quieren adherirse a mínimos estándares morales, pero no pueden por temor a perderlo todo.
Sin embargo, hacer un juicio moral confiable requiere tiempo, esfuerzo y dinero. Como afirma Project Syndicate, “para que los ciudadanos comunes desarrollen y acaten dichos códigos morales, necesitamos, como mínimo, una mejor educación cívica, para que las personas entiendan el poder latente que ejercen y para que los usuarios de plataformas digitales aprendan a verificar las fuentes de las noticias que encuentran.”
Compartimos el artículo de Project Syndicate líneas abajo:
Cómo prevenir la democracia del ganador-se-lleva-todo
Project Syndicate
22 de agosto de 2018
Kaushik Basu, ex Economista Jefe del Banco Mundial, es profesor de Economía en la Universidad de Cornell y miembro no residente del Brookings Institute.
Traducido y glosado por Lampadia
En las democracias avanzadas, las tecnologías digitales y otros desarrollos han creado incentivos estructurales para que las corporaciones y los partidos políticos ganen a cualquier precio. Pero los ciudadanos comunes pueden contrarrestar esta tendencia ejerciendo opciones morales que todavía tienen a la mano.
La democracia está en crisis. Las noticias falsas (y las acusaciones falsas de noticias falsas) se encuentran en todas partes del discurso civil, y los partidos políticos han demostrado estar cada vez más dispuestos a usar la xenofobia y otras estrategias malignas para ganar las elecciones. Al mismo tiempo, los poderes revisionistas como la Rusia de Vladimir Putin han estado intensificando sus esfuerzos para interferir en las elecciones en todo el Oeste. Estados Unidos raras veces ha sido testigo de ataques tan descarados contra su sistema político; y rara vez el mundo ha visto esos ataques en tiempos de paz.
Y, sin embargo, la crisis de la democracia no es completamente nueva. Cuando era estudiante en Delhi a principios de la década de 1970, era común suponer que Estados Unidos «participaba» en las elecciones indias. Entonces, como ahora, los rumores que circulaban en los canales de comunicación informales dificultaban que los ciudadanos comunes pudieran distinguir los hechos de la ficción. La broma (que no siempre era una broma) era que, si sospechaba que alguien era un agente de la CIA, debería llamar inmediatamente a la oficina local de inteligencia india, pero no debería sorprenderse si la misma persona contestara el teléfono.
Dicho esto, los eventos de hoy han llegado a un nivel completamente diferente. El Reino Unido pronto abandonará la Unión Europea, con o sin un acuerdo formal de salida. Y EEUU está librando creciente una guerra comercial, que podría ser seguida por una debilitante guerra de divisas. ¿Cómo puede suceder todo esto en las democracias, y qué se puede hacer al respecto?
En la primera pregunta, una hipótesis es que las nuevas tecnologías digitales están cambiando los incentivos estructurales para las empresas, los partidos políticos y otras instituciones importantes. Un ejemplo es el caso de las corporaciones. La riqueza de los datos de propiedad sobre las preferencias y el comportamiento de los consumidores está produciendo masivos rendimientos a escala que, como consecuencia, solo unos pocos gigantes monopolizan los mercados. En otras palabras, los mercados están cada vez más orientados hacia un juego de ‘el-ganador-se-lleva-todo’: todas las empresas pueden competir, pero solo el ganador se queda con las ganancias.
La democracia electoral está a la deriva en la misma dirección. Los beneficios de ganar una elección se han vuelto tan grandes que los partidos políticos se reducirán a nuevos mínimos para obtener una victoria. Y, al igual que con las empresas, pueden hacerlo con la ayuda de información sobre las preferencias y los comportamientos del público electoral, y con nuevas estrategias para llegar a las principales partes interesadas.
Esto plantea un dilema para los partidos y políticos democráticos con buenas intenciones. Si un partido «malo» está dispuesto a fomentar el odio y el racismo para aumentar sus posibilidades de ganar, ¿qué debe hacer un partido «bueno»? Si se apega a sus principios, podría terminar cediendo la victoria al partido «malo», lo que lo hará aún más daño una vez que esté en el cargo. Un partido «bueno» puede tratar de anticiparse a ese resultado dando un paso hacia abajo en la escalera moral, precipitando una carrera de pérdida moral sin fin. Este es el problema con cualquier juego de ‘el-ganador-se-lleva-todo’. Cuando el segundo lugar no confiere ningún beneficio, el costo de mostrar una restricción unilateral puede ser intolerablemente alto.
Pero este problema no es tan desesperado como parece. A la luz de la crisis democrática de hoy, haríamos bien en volver a leer el ensayo seminal de 1978 de Václav Havel «El poder de los débiles». Primero publicado como samizdat que fue escabullido como contrabando de Checoslovaquia, el ensayo presenta un argumento simple pero convincente.
Las dictaduras y otras formas aparentemente omnipotentes de autoritarismo pueden parecer estructuras grandes y de ‘arriba-hacia-abajo’, pero en el análisis final, son simplemente el resultado de las creencias y elecciones de las personas comunes y corrientes.
Havel no tenía las herramientas de la teoría económica moderna para demostrar formalmente su argumento. En mi nuevo libro The Republic of Beliefs, demuestro que a la esencia de su argumento se le puede dar una estructura formal usando la elemental teoría de juegos. Esto, a su vez, muestra que los individuos comunes tienen opciones morales que pueden no estar disponibles para los grandes actores institucionales.
El «poder de los impotentes» tiene un rol clave para salvar la democracia. A diferencia de las corporaciones y los partidos políticos, los ciudadanos comunes no están encerrados en el juego del ‘ganador-se-lleva-todo’, porque pueden hacer pequeños compromisos morales sin incurrir en costos intolerables.
Considere el caso de la fabricación de calzado en un país en desarrollo. Si solo hay dos empresas en el sector, la que se niega a violar las normas laborales mínimas corre el riesgo de perder todo el mercado ante un competidor inmoral, que en última instancia puede vender sus zapatos a un precio más bajo. Pero si los consumidores demuestran que pagarán un poco más por los zapatos fabricados sin violar las normas laborales, pueden socavar la ventaja de la empresa inmoral.
La misma dinámica se aplica a la votación. La mayor parte de la teoría del voto clásico, iniciado por el estadístico matemático y teórico económico Harold Hotelling y el economista y teórico político Anthony Downs, asume que la gente vota por su propio interés. Sin embargo, si los ciudadanos deciden que votarán por su propio interés dentro de las restricciones de un código moral, las prácticas inmorales de campaña impondrían repentinamente un costo, en lugar de otorgarles una ventaja. Una visión similar se expresa en las memorias no terminadas de Sebastian Haffner, ‘Desafiando a Hitler’. Como Cass Sunstein, al comentar sobre Haffner, dijo: «la salvaguardia máxima contra los aspirantes a autoritarios y los lobos de todo tipo radica en la conciencia individual».
Para que los ciudadanos comunes desarrollen y acaten dichos códigos morales, necesitamos, como mínimo, una mejor educación cívica, para que las personas entiendan el poder latente que ejercen y para que los usuarios de plataformas digitales aprendan a verificar las fuentes de las noticias que encuentran.
Creo que hay corporaciones y grupos políticos que realmente quieren adherirse a mínimos estándares morales, pero no pueden, por temor a perderlo todo.
Deben invertir dinero para efectuar el cambio que necesitan nuestras democracias.
Los votantes deben aprender que sus decisiones electorales y de consumo pueden alterar fundamentalmente la naturaleza del juego en el que las corporaciones y los políticos participan. El futuro de la democracia está en manos de los ciudadanos. Lampadia